Por: Julio Bárbaro
La Ley de Medios surgió en un momento donde el progresismo estaba de moda. Eso permitió apoyos que hoy no serían posibles.
El tiempo decantó los sueños del Gobierno y sus avances sobre los medios quedaron al desnudo. Manejando el Futbol para todos, multiplicando señales oficiales, acompañado de una desmesurada pauta publicitaria, todo se convertía lentamente al oficialismo. Y los empresarios amigos comprando medios para agradar al poder y castrarles sus rebeldías. Y los periodistas libres expulsados para que ocupen su lugar los obsecuentes travestidos en “periodistas militantes”.
La Presidenta habla de “la cadena del desanimo”, que somos los que no la aplaudimos. Los obsecuentes acusaban de estar al servicio de las corporaciones y la derecha, a los que no los obedecíamos.
La televisión gratuita sólo distribuye señales oficiales, hay que educar a los humildes, que aprendan a pensar como oficialistas. La idea vigente es que la verdad es propiedad del Gobierno y la mentira, una enfermedad de la oposición. Cualquier parecido con la Democracia es mera casualidad. Lo de Clarín como enemigo principal puede tener elementos que lo justifiquen, pero tiene demasiado de excusa. Si Clarín fuera obediente, dejaría de ser un monopolio y se convertiría en un aliado justiciero del poder. Clarín alberga demasiados defectos como para que lo persigan por su virtud.
La idea de los monopolios calma conciencias revolucionarias; aunque, claro, monopolios son los que opinan distinto, el juego y las tragamonedas son parte de la industria cultural. Un gobierno de derechas con un decorado de izquierdas que justifican sus desmesuras.
La Ley de Medios es el fruto de universitarios que imaginan que repartir micrófonos es lo mismo que distribuir audiencias. Un estalinismo tardío que cae apabullado por el uso de las redes sociales. Una fecha que intenta expulsar adversarios y termina delatando las limitaciones del propio poder. Un ejército de aplaudidores que cuando se acaba la bonanza dejan al desnudo su gris mediocridad. El 7D es el día en el que el Gobierno imaginaba quedarse solo en su mundo del relato. Y terminan hoy obligados a seguir aceptando el peso de la realidad.
La pregunta es si no vuelven como en los setenta a buscar el lugar de víctimas para escapar de la impotencia que los convierte en minoría autoritaria e impotente. Una vanguardia carente de seguidores, un conjunto de intelectuales que explican de sobra aquel alarido peronista de “alpargatas sí, libros no”. Demasiada pasión y recursos del Estado en una causa donde los dirigentes se enfrentan olvidando las necesidades de los humildes.
El modelo es sólo exitoso para la enorme masa de funcionarios que lo disfruta; ellos creen ser los representantes de los humildes y corren el riesgo de convertirse en la burocracia que parasita sus necesidades.
El 7D albergaba el sueño de convertir el relato en realidad, aunque pasó el día tan esperado y seguimos todos obligados a compartir esta horrible pesadilla. Ahora que no pudieron cambiar el curso del relato, sería buen momento para que se empiecen a ocupar de la pesada realidad.