Por: Julio Bárbaro
La calle dio su tercer golpe a un gobierno autoritario y ya sin futuro. En la primera movilización sólo TN enfocaba a la multitud. El gobierno imaginó que si lograba acallarlo ya nadie podría seguir iluminando y mostrando opiniones opositoras. Y los funcionarios con su obsecuencia diciendo estupideces tales como “eran gente bien vestida”. Un gobierno que soñaba reformar la constitución y quedarse para siempre pudo comprobar que se acababa su tiempo y los sueños se les convertían en pesadilla. Ahora todos los medios, hasta los oficiales, estaban obligados a enfocar la multitud. Hasta 67 8 se puso el disfraz de democráticos y trasmitían bajo el título académico de “marcha de la oposición”. Demasiada multitud para pasar algún partido de fútbol o alguna entrevista que distraiga.
El 54 % de los votos los había enfermado de soberbia, entre una presidenta enamorada del micrófono y una burocracia beneficiada al aplaudirla se generó una empatía más cercana a la demencia que a la epopeya. Y de pronto Venezuela, que era un ejemplo a seguir, muestra su cara más horrible, una sociedad donde lo que realmente progresó fue la fractura social, donde la división es empate y como el otro es enemigo, la democracia es sólo una ilusión. Y el acuerdo con Irán, otro dogma defendido por la guardia pretoriana pero no explicado por nadie. Y la economía, donde son muchos los perseguidos y cada vez menos los beneficiados. Un amargo sentimiento de fin de ciclo erosiona la soberbia de un gobierno sin proyecto y carente de talento.
El gobierno perdió la calle, esa que sabían ocupar con los necesitados a los que mantienen como clientela electoral y saben llevar en colectivos de color anaranjado. Quisieron meter miedo con sus agresiones y su burocracia bien rentada disfrazada de supuesta militancia. Una alianza política donde el empleo público se convirtió en la principal moneda de pago, donde el obsecuente se imaginó ser una versión moderna de la lealtad, donde los restos de viejas izquierdas fracasadas salieron a justificar las ínfulas de modernos feudalismos provincianos. Qué grande Discepolín, que cuando describió el cambalache del siglo XX también definió un pedazo del porvenir.
Desde la elección del Papa hasta el empate en Venezuela, desde las denuncias por corrupción que involucran a los amigos hasta la multitud en la calle, todo se conjura para avisarle al oficialismo que los tiempos se agotan y “la fama es puro cuento”. Se agotan los tiempos de un gobierno que nos hizo retroceder en todo, que si tuvo aciertos, fueron de dimensión muy inferior a sus errores. Un gobierno de fanáticos, gente que no quería escuchar porque asume que carece de razón. Un gobierno que soñaba quedarse con todos los medios de comunicación y elegir a todos los jueces. Que pensaba meternos a todos en el mundo del relato y de pronto comenzó a retroceder. Estuvieron cerca de terminar con la libertad de prensa cuando decidieron sustituir al enemigo imperialismo por Magnetto o el multimedio o los medios concentrados.
Un gobierno que creó sus propios medios, diarios, radios y televisión, sus propios ricos a través de las prebendas del Estado y su propio partido, que es el de los aplaudidores. Un gobierno que inicia su lenta agonía, por suerte. Si así no fuera, estaríamos hablando de la agonía de la sociedad.