Por: Julio Bárbaro
Nuestra relación entre el delito que abunda y la Justicia que está ausente es casi siempre el espacio de una gran frustración. Arrastramos tanta injusticia que cualquiera sea el sentido de un fallo generará mayor condena social que la siempre escasa condena esperada.
Vivimos un sueño de venganza contra el poder que necesita condenados, y se me ocurre que en este caso imaginaban que si la pagaba alguno de los más democráticos luego le tocaría a los otros, los conocedores del uso y abuso de la autoridad.
Claro que si se vive como un partido de River contra Boca todo resultado nos va a dejar a una multitud en estado de frustración. La Justicia termina siendo un referí con tan malos antecedente que cada vez que suene su silbato lo imaginamos más culpable que la pena que intenta condenar.
El caso del Senado es muy especial. Primero porque, entre los manejos de Menen y Kirchner, que termine condenado De la Rua hubiera sido la peor muestra de impunidad. En segundo lugar, por la colaboración de muchos progresistas en la denuncia donde quedaba demasiado claro que eran tan valientes para enfrentar a los débiles como generosos para consentir los negociados del juego y la obra pública en manos de los fuertes.
Y en lo esencial, “las coimas del Senado” era un caso de corrupción sin empresarios, donde el Estado arreglaba sus cuentas en su propia interna, como si la corrupción común no pasara por los beneficios de los señores dueños del dinero. Como una culpa aislada del mismo Estado.
El gran arrepentido podía, sin duda, ser interpretado como dueño de un casual ataque de nobleza o partícipe de una nueva operación rentada en contra del poder de turno. Era un juicio montado sobre la debilidad del acusado en una sociedad donde el delito impera sobre la fortaleza y desmesura del poder.
Ni se me ocurre salir en la defensa de aquellos que estuvieron en el banquillo, tan solo poner alguna duda sobre las certezas de los que pusieron su grito en el cielo por la sentencia.
Insisto en que me dan asco los que miran al juego y la obra pública como denuncias sin fundamento de horribles enemigos “corporativos” y las coimas del Senado como pecados capitales.
Además de la Justicia está el sentido común, y nosotros sufrimos un sistema de corrupción permanente, de saqueo del Estado en manos de oscuros intereses privados.
Vivimos en una sociedad donde la corrupta relación entre el Estado y lo privado genera mayores riquezas que la industria y el agro.
Todo lo espurio termina gestando un Estado mafioso.
Ignoro en profundidad el tema de las coimas del Senado, pero no puedo dejar de pensar que poco o nada tenían que ver con la nefasta corrupción que nos gobierna.
Mientras los intereses económicos se impongan sobre los objetivos y las necesidades de la politica, mientras este sistema no tenga responsables presos, la democracia va a vivir en debilidad.
Las ideologías no pueden seguir justificando el vaciamiento del Estado.
Y es ahí donde necesitamos de una vez por todas la decisión de la Justicia.