Por: Julio Bárbaro
Llevo años y he conocido a muchos, suficientes, ricos o enriquecidos en nuestra sociedad. Los he visto adaptarse a todo, como si el suceder no fuera de su incumbencia mientras no amenazara sus ganancias. Vi muy pocos ricos que soñaran futuros colectivos; no suelen superar lo individual. Pude llegar a tener una charla con don Mario Hirsch, en ese entonces dueño de Bunge & Born y por lejos el más poderoso de todos. Tenía una concepción de la sociedad productiva, un compromiso con la realidad, según él la pensaba, y financiaba una estructura que imaginaba el poder. Hablé largamente con José Ber Gelbard y con Rogelio Frigerio. Estaban distanciados, pero ambos me recordaban que estudiaban juntos marxismo en el horario después del trabajo. Estudiaban política. Frigerio escribió, y mucho; Gelbard era más bien un constructor. En ambos existía una idea de sociedad y un fuerte compromiso con la política. Muchos mediocres los criticaron después sin piedad cuando no llegaban ni siquiera a ser merecedores de respeto. Luego vino lo que yo denomino el “liberalismo bobo”, ése que imagina que el mercado genera el futuro, que sólo la ambición es el motor de la Historia. Y, lo que es mucho más grave, que la economía está por encima de la política. Esos nos llevan directo a la sublevación social; de puro esquemáticos no se hacen cargo de la consecuencia de sus actos. Son los que imaginan que recetas ajenas se pueden imponer sin costo a una sociedad que ni siquiera se preocupan por conocer.
La burguesía nacional es esencial para la construcción de una sociedad capitalista, son los que más tienen que ganar y los que más tienen que perder. Es difícil intentar construir una sociedad sin ellos. Para la izquierda, que sueña proletariados, y para la derecha, que sólo ve mercados, no importa si la empresa es nacional o extranjera. Pero alguna vez habría que interrogarlos, preguntarles, por ejemplo a algunos ex ministros, si existe una sociedad en la que, habiendo vendido todas sus empresas a capitales foráneos, sus habitantes sean empleados felices. El estatismo es tan nefasto como la concentración privada, las leyes del mercado no alteran la condición ni las necesidades de la sociedad. La ambición no es el único motor de la historia. Cuando gobernaron los militares perdimos la guerra; cuando lo hicieron los economistas terminamos en quiebra. La política es el único lugar capaz de asumir la responsabilidad del todo. Nosotros la tenemos hasta hoy tan devaluada que son muy pocos aquellos a los que les interesa el destino colectivo.
Hasta este último gobierno, la mayoría de los ricos pensaba que no era necesario involucrarse en política, que cualquiera nos podía gobernar. Y que el poder fuera accesible era lo mejor para sus intereses. Me parece que finalmente algunos se asustaron, que este último intento autoritario casi se los lleva puestos. Igual, hubo muy poca dignidad: demasiados empresarios y sindicalistas se hicieron los distraídos para no perder ganancias. Y a casi ninguno le pareció necesario apoyar a los que salimos a confrontar. La dignidad ajena dejaba al desnudo su propia mediocridad, su identidad de poderoso en dinero y pusilánime como persona. Algunos imaginan que la cantidad de dinero acumulada los vuelve superiores a los demás, y depositan su soberbia en la billetera, no la asientan en otro lugar. Por eso buena parte de ellos son corruptos y corruptores. Necesitan saber que el dinero todo lo puede; es una manera de afirmar su lugar en el mundo.
Pareciera que todavía no toman conciencia de que sus inversiones son más valiosas en una sociedad con democracia estable, con instituciones dignas de respeto. En los últimos tiempos fue demasiado lo que se degradó, desde el Parlamento a la Justicia, desde el Estado a la política. Y nos salvamos por poco, la casualidad tuvo más peso que la dignidad de los que resistieron, y hasta algunos enriquecidos demostraron no ser ni siquiera dignos de respeto.
Los ricos eran mecenas del arte en otros siglos; algunos de los nuestros dejarán como legado caballos de carrera, amantes enriquecidas y algunos palos de golf. Tienen con la política una relación parecida a la de la amante, todo lo arreglan con plata y a escondidas. Lo otro sería un compromiso más fuerte y hasta ahora no lo sintieron necesario. O nuestra burguesía no tiene todavía la estatura para ocupar el lugar que le corresponde.
Sin burguesía nacional es complicado imaginar un país capitalista. Y por ahora la nuestra es demasiado incipiente y parece tener pocas ganas de intentarlo.