Por: Julio Bárbaro
“No permitir que se reescribiera la tragedia de su generación en términos épicos”. Es solo una frase del homenaje que le hace Ricardo Roa en Clarín. Fue comunista y montonero, guerrillero, preso y exiliado. Pero esencialmente un pensador, de esos que tenemos pocos, de esos que son capaces de revisar el pasado para que lo comprendan las generaciones venideras y no para que lo parasiten los fracasados de siempre. Fue un pensador, no un revisionista como tantos que se adaptan a cualquier coyuntura.
Héctor Leis escribió “Un testimonio de los años setenta”. Fue un pensador en serio, alguien que se ubicó en el análisis despiadado del pasado asumiendo la responsabilidad que la guerrilla tuvo en esa tragedia. Porque de eso se trata, de salir de la ficción que intenta definir todo en la responsabilidad del genocida, y en consecuencia liberar a la guerrilla de toda responsabilidad. La famosa anti-teoría de los dos demonios, un intento de definir a la violencia ejercida por el Estado como la única violencia. Las dos violencias no eran equiparables, pero tampoco para imponer el relato donde una expresaba al Mal y la otra a la Virtud; como para suprimir la responsabilidad de la guerrilla.
Para los que convivimos con los violentos en los setenta quedaba demasiado claro que más que una revolución caminaban hacia un suicidio colectivo. El General Perón les dijo siempre, “la guerrilla no puede enfrentar a un ejército regular” y la caída de Allende en Chile les marcó con claridad los límites de esa confrontación. Quizá en la atrocidad de la “contraofensiva”, en ese intento de recuperar protagonismo que terminó siendo una entrega de los mejores militantes, en ese momento de suicidio esté la síntesis de aquella demencia.
Con el retorno de la democracia aparecieron los primeros libros tratando de reivindicar a la guerrilla a partir de la atrocidad de la dictadura. Miguel Bonasso y Horacio Verbitsky fueron precursores, el primero con una voluntad militante y el segundo con una actitud intrigante. Luego van a aparecer los libros de Ceferino Reato y del Tata Yofre. El paso del tiempo va a permitir otra mirada, sin necesidad de que, por reivindicar a los caídos, se intente hacerlo con sus ideas. Pensemos que por ejemplo en Uruguay, los sobrevivientes Tupamaros lograron llegar al gobierno y ser intérpretes de la unidad nacional. Entre nosotros la mediocridad de los jefes sobrevivientes obligó a que la defensa de los desaparecidos la ejercieran los deudos.
Héctor Leis escribió para enfrentar la memoria deformada que reivindicaba el fracaso como si la muerte le otorgara lucidez a una causa sin sentido. Leis es capaz de interrogarnos sobre el terrorismo diciendo “¿es peor el realizado en nombre del asalto al poder o el que se hace en nombre de la defensa del Estado?” y ahí remarca la falta de legitimidad de las organizaciones que atacaron en plena democracia, de los que asesinaron a Rucci.
Leis se atreve a afirmar que “el terrorismo de los Montoneros, la triple A y la dictadura militar son igualmente graves ya que contribuyeron solidariamente a una ascensión a los extremos de la violencia.” Y sigue diciendo “el caso argentino es grave, porque algunos vivos apelan a los muertos no para honrarlos o justificar su papel en la historia, sino para mejor justificar lo que ellos quieren hacer”. “Esto se torna particularmente perverso cuando los muertos fueron víctimas de luchas entre argentinos”. Y agreguemos que los violentos eran minorías que se arrogaban el derecho a representar al conjunto de la sociedad, ambos eran tan antidemocráticos como elitistas.
Héctor Leis se anima a decir que todos los caídos merecen ser parte del respeto de las futuras generaciones. Uno puede coincidir o no con sus propuestas pero no puede menos que respetar y admirar su capacidad de revisar la acotada mirada oficial. Revolucionarios de ayer con ideas cerradas que no permiten ser revisadas ni cuestionadas hoy.
El Kirchnerismo no tiene historia de derechos humanos en sus tiempos de Gobierno en Santa Cruz, impuso un pensamiento único que convocó a sectores dispersos que parecieron generar una izquierda oficialista. Claro que el centro del poder estaba en manos de sectores conservadores que acumulaban riquezas para engendrar una nueva y obediente burguesía. El pasado usado al servicio del presente, restos de viejas izquierdas al servicio de modernas derechas asentadas en las riquezas que genera el Estado.
Héctor Leis fue un intelectual revolucionario en serio, profundo y cuestionador. Uno de los pocos que fue capaz de pedir perdón por sus actos pero lo que es más importante, extraer sabiduría de ellos. La película donde debate con Graciela Fernandez Meijide, “El Dialogo” debería convertirse en una pieza clave de un pensamiento libre que nos permita arribar a la unidad nacional. El Kirchnerismo desarrolló la concepción que necesitaba la secta que por suerte agoniza.
Héctor Leis fue un pensador para un futuro de unidad y grandeza, un mañana con todos. Ese espacio al que convocaron Perón y Balbín y todavía sigue vacante. A ese espacio también convocó Héctor Leis.