Por: Julio Bárbaro
La política es el reflejo más expresivo de la situación de una sociedad. En nosotros, cualquiera de sus versiones desnuda nuestra absoluta pobreza. La ambición deglutió a las ideas, la viveza ocupo el espacio de la inteligencia, la queja y el resentimiento fueron haciéndose cargo del lugar de la esperanza.
Néstor Kirchner era un constructor ambicioso pero detallista, capaz de armar un poder enorme que heredó y malgastó Cristina. Un juez exagera su salida del letargo y nos enfrenta a una presencia agresiva del pasado. Cristina, experta en provocaciones, intenta transformar la acusación en un retorno político. Todo es patético: las multitudes soñadas son amontonamientos agresivos, los colectivos siguen siendo imprescindibles, el discurso que intenta convocar aliados olvida que se refiere a los que desprecio desde el poder. Todo transita la secuencia de los que no le asignan importancia a la realidad.
Un ejército derrotado por muy poco se anima a convocar a sus guerreros sin asumir que al hacerlo estará delatando la magnitud de sus desertores. Una congregación de amantes del poder transita el llano convocados por la ilusión de que la derrota sea pasajera. Todo se convierte en ficción, las multitudes que no vienen, el pasado que no retorna, el futuro que se preocupa en ignorarlos. Ellos imaginan forjar su fortaleza en las debilidades de la democracia vigente0; ignoran que esa debilidad relativa es solo aparente, que además de quienes gobiernan hay una sociedad que se va acostumbrando a la democracia y a la libertad, y eso deja los discursos de Cristina como piezas de museo pero también como duros recuerdos de antiguas pesadillas.
Cristina le habló a sus fieles seguidores, a esos que fue convirtiendo en una secta. Podemos imaginar cuántos sintieron rechazo frente a este acto de iniciados, donde a nadie se le ocurrió en seducir adversarios. El fanatismo en el poder impone miedo, pero en el llano solo engendra desprecio. Gastan plata y energía en espantar votantes, fruto indiscutible de la soberbia convicción de los sectarios.
La fe es necesaria en la religión, la pasión es imprescindible en el deporte, la razón es necesaria en la política. Los dogmas solo expulsan a los que dudan y los fanatismos derrotados son tan solo convocantes del resentimiento. La presencia de Zaffaroni junto a Cristina mostraba a las claras que hasta la confrontación con la Dictadura fue un invento para convocar distraídos. Ya no son mayoría, y ni siquiera son coherentes.
Ayer Cristina nos mostró un pasado del cual ella misma nos ayudó a alejarnos. Solo quedó claro que eligieron el camino del partido pequeño, sectario y excluyente, de la fuerza de los que se creen superiores, vanguardia iluminada. Hasta algunos sintieron miedo, para la mayoría resulto patético, y, para ellos solo dejó en claro la decisión de no volver más al poder. Después están los logros y desaciertos del nuevo Gobierno, pero esa si es harina de otro costal.