Por: Karel Becerra
Hace algunas semanas, en el conocido programa de Charlie Rose, en los Estados Unidos, fue entrevistado el presidente colombiano Juan Manuel Santos. Como era de esperar, se trataron muchos temas, y casualmente Cuba fue uno de ellos. Ante la insistencia del entrevistador sobre su opinión de hacia dónde iba Cuba, Santos contestó: “hacia algo parecido a Vietnam”.
El presidente colombiano es una persona inteligente, y como tal, su opinión hay que tomarla muy en serio. Si el cambio en Cuba es hacia un matrimonio entre el capitalismo y un partido único, como es el caso de Vietnam, el futuro que le espera al pueblo cubano en el terreno político y económico no es muy promisorio.
Vietnam ha abandonado la economía centralizada, y esta decisión, más un considerable flujo de inversiones extranjeras, ha transformado su economía en relativamente poco tiempo. El país se ha beneficiado de ser parte de una región que es considerada “la máquina que dirige la economía global, aportando un 40% del producto bruto mundial”.
Como los demás países comunistas que han adoptado el capitalismo, pero mantienen un poder dictatorial, este tipo de fórmula acarrea dificultades estructurales y una corrupción endémica que distorsiona el crecimiento y no es garantía de un futuro saludable. Por estas y otras razones el Banco Mundial recientemente proyectó un crecimiento moderado en la nación asiática.
Para imitar algo parecido a la experiencia vietnamita, en Cuba el régimen castrista tiene que atender problemas muy particulares. La economía cubana se mantiene a flote gracias a una subvención venezolana de aproximadamente 10.000 millones de dólares anuales. Cualquier cambio en la relación con Venezuela, provocaría una crisis de consecuencias muy serias, situación que ya se experimentó cuando la implosión de la URSS en 1989 dejó a la isla sin un cordón umbilical de similar importancia. Quien estudie invertir en Cuba a largo plazo, sabe que lo estaría haciendo en un país cuya estabilidad es frágil. Los otros dos rubros de ingreso al gobierno en Cuba son vulnerables a disturbios políticos. Las remesas familiares de exiliados se han calculado en unos cinco mil millones de dólares, y la industria turística genera aproximadamente la mitad de esa suma.
A este escenario, hay que agregarle que en Cuba existe un descontento generalizado en la población. Los cubanos comparten una falta de fe casi absoluta en la capacidad y las intenciones del gobierno. Los dos hermanos Castro son mayores de edad y no tienen credibilidad. Hay descontento aún mayor en las filas del régimen, y una sucesión podría convertirse en una caja de Pandora. Difícilmente el embargo de los Estados Unidos se elimine, porque el poderoso grupo de senadores y representantes cubanoamericanos -demócratas y republicanos- en el Congreso en Washington condiciona el levantamiento del embargo al respeto de los derechos humanos en la isla.
La infraestructura del país es obsoleta y se requieren tiempo e inversiones muy grandes para reconstruirla. La deuda externa cubana es proporcionalmente una de las más grandes del continente, y no hay exportación a la vista que puede utilizarse para atenderla. En 2010, Grecia con una población similar a la de Cuba, logró un producto doméstico bruto de más de 300.000 millones de dólares y tuvo una ganancia por exportaciones de 21.000 millones de dólares. En comparación al mismo año, el producto doméstico bruto de Cuba fue de 58.000 millones de dólares y ganó por sus exportaciones 3.300 millones de dólares, o sea, seis veces menor al de Grecia, siempre según cifras oficiales.
Por casi cinco años, Raúl Castro ha tratado de aumentar la producción agrícola en la isla con el propósito de eliminar la importación del 80% de los alimentos que consumen los cubanos. Productos que el gobierno cubano compra principalmente en los Estados Unidos. Las razones de este fracaso son múltiples y el gobierno parece no haberlas previsto, o no tener la voluntad o los recursos para corregirlas. En realidad es una mezcla de todos estos factores.
En conclusión, el régimen castrista puede tener la intención de convertir a Cuba en una especie de Vietnam, como ha indicado el presidente colombiano Juan Manuel Santos, pero la tarea es complicada. En el campo económico requiere un nivel de inversiones que no es fácil materializar. En el terreno político es difícil pensar que el pueblo cubano, influenciado por su entorno geopolítico y un exilio que gravita en la vida de la isla, siga aceptando sumisamente prologar el largo periodo de penurias económicas que ha vivido por más medio siglo.