Por: Luis Rosales
Y se fue nomás. Amado y odiado casi por igual, el comandante Chávez va a dejar un vacío difícil de llenar. Dentro y fuera de Venezuela.
Su país deberá resolver si es posible seguir adelante sin el liderazgo y el personalismo del casi omnipresente ex teniente coronel. Mucho más delicada será la sucesión dentro del propio movimiento oficialista. Un partido construido a la imagen y semejanza del presidente es probable que viva situaciones desconocidas ante la falta de la siempre presente última palabra. La incógnita es si se mantendrán unidos y disciplinados o surgirán a la superficie las diferencias que distinguen a las distintas columnas en las que descansa ese edificio muy heterogéneo. Los sectores militares, los procastristas, la boliburguesía petrolera y sigue la lista.
Nadie nunca pudo discutir la legitimidad de origen de Chávez, tanto en lo referente a lo que vino a reemplazar como en su constante y permanente ratificación en las urnas. Hasta su llegada, el sistema político de su país era un verdadero nido de ratas. Aprovechando la renta petrolera más importante de todo el subcontinente, los políticos venezolanos vivían a espaldas de su pueblo. Millonarios y privilegiados en medio de masas pobres y olvidadas.
Al igual que en otras latitudes dentro de la región, para muchos el remedio resultó ser peor que la enfermedad. A la Venezuela para unos pocos le siguió otra que tenía en cuenta a los más desposeídos pero que establecía un régimen de tinte autoritario y caudillesco que avanzaba decididamente sobre las libertades individuales, la prensa, las instituciones, transformando al Estado nacional en una especie de bien ganancial.
En lo regional también surgen dudas sobre quién podrá ocupar el lugar vacante como cabeza del antiimperialismo norteamericano. Cristina, Evo, Correa, Daniel Ortega se perfilan para esas tareas, aunque tal vez el ecuatoriano tenga más posibilidades debido a su reciente ratificación electoral, algo que la mandataria argentina tiene que probar en las elecciones parlamentarias del próximo octubre, mientras que el boliviano y el nicaragüense, por personalidad o circunstancia, tienen que atender sus propias realidades nacionales.
En pocas semanas los venezolanos deberán elegir a su sucesor y más allá de cualquier consideración respecto de lo que han significado estos 14 años de gobierno chavista, es de esperar que la salida sea para adelante. Que el próximo capítulo se parezca más al Brasil de Lula o Dilma, al Chile de Lagos o Bachelet, al Uruguay de Tabaré o Mujica, más que a la Cuba de Fidel o Raúl, si lo que se quiere es mantener las banderas de la izquierda pero sin matar la gallina de los huevos de oro ni dividir peligrosamente a la sociedad. Nuestra región ya ha sufrido mucho los autoritarismos y personalismos de dictadores megalómanos que se sienten elegidos para cambiar la historia. Es tiempo de paz, armonía y reconciliación entre los venezolanos. Para garantizar y perpetuar los logros del chavismo sin excluir a casi la mitad de los habitantes. Algo que implica pensar a lo grande y hacia el futuro lejos de los discursos pendencieros, paranoicos y resentidos del vicepresidente Maduro.
Adiós comandante Chávez y gracias por dejarnos varias lecciones. Una, que los procesos de reforma sociales iniciados en América Latina no tienen vuelta atrás y que para reemplazarlos deben aparecer otros que los superen y mejoren. Otra, seguramente no deseada pero tal vez la más importante, es que nada en esta vida dura para siempre. Que los países y las instituciones sobreviven a las personas por más carismáticas, iluminadas o decididas que estas sean. Que nadie es eterno o eterna y que la realidad de nuestra mortalidad y finitud siempre termina imponiéndose a las fantasías de cualquier relato.