Por: Luis Rosales
Las escenas de millones de venezolanos, una verdadera marea roja, llorando a su líder y presidente y de decenas de jefes de Estado de todo el mundo llegando a Caracas para despedirlo, eclipsan y ocultan la verdadera saga de jugadas políticas que se desarrollan febrilmente entre Caracas, La Habana y Brasilia.
La internación en la isla caribeña fue una decisión motivada principalmente en la posibilidad de mantener todo en el más absoluto secreto. Por eso no se aceptó la propuesta brasileña del prestigioso Hospital Sirio Libanés de San Pablo. El régimen cubano sabe bien de este tema por conocimiento y prácticas propias y por la herencia soviética. A los hermanos Castro se les abrió así una posibilidad casi única. Se alinearon varios factores: el mito de su medicina de alta calidad, su condición de mentores del chavismo y la elección de Maduro, uno de sus más fieles seguidores, como sucesor y encargado de toda la transición. Así las cosas, desde hace varias semanas están influyendo sobre los temas de Venezuela y su futuro, aprovechando la presencia del bolivariano y su imposibilidad de tomar decisiones desde hace tiempo, consecuencia del avance inexorable de la enfermedad.
La historia demuestra que estos dos aristócratas cubanos devenidos en líderes revolucionarios saben aprovechar bien las oportunidades. Derrocaron a Batista y rápidamente se aliaron al enemigo del amigo de su enemigo, la Unión Soviética. Con gran pragmatismo acordaron en nombre del socialismo y la revolución con el muy conservador régimen que gobernaba desde Moscú. Una vez que este imperio colapsara después de la caída del Muro de Berlín, sobrevivieron como pudieron hasta la aparición salvadora del mismo Chávez y su petróleo. Ahora tienen la oportunidad de ejercer un control mucho más fuerte a través del nuevo presidente en ejercicio allá en Caracas.
Nicolás Maduro, ex dirigente del PC, claramente representa dentro del chavismo a los grupos más procastristas en contraposición a Diosdado Cabello, que encabeza al componente militar nacionalista y a la boliburguesía que creció al amparo de la enorme renta petrolera del país. Estos dos últimos sectores ven con preocupación y algo de recelo la expansión de esta nueva influencia cubana en el epicentro mismo de la revolución bolivariana.
Por eso la jugada de Dilma Rousseff y su apuro de demostrarle a Maduro que también puede recostarse en la potencia regional, enviando así una señal a las fuerzas armadas, para evitar cualquier intentona golpista ahora o durante el próximo mandato. De paso Brasilia le manda un mensaje fuerte a La Habana.
La preocupación se basa en que todas las decisiones importantes de los últimos tiempos referidas a la salud del comandante y a su sucesión en el poder fueron tomadas por los venezolanos en Cuba con la atenta supervisión y consejo de los hermanos en el gobierno desde 1959.
El plan contempla el sostenimiento de Maduro en el poder a toda costa, aun a riesgo de violar nuevamente la Constitución Nacional, algo denunciado claramente por la oposición y su posterior ratificación por la voluntad popular. Escenario que no parece difícil si se tiene en cuenta que las elecciones serán en pocas semanas, cuando el dolor y la angustia de la pérdida se sientan todavía muy fuerte, lo que sumado a la fábula conspirativa de la inoculación de la enfermedad, permita ir conformando un esquema en donde el espíritu de Chávez muerto pueda aún sacar más votos que los obtenidos por él mismo vivo en octubre pasado.
Los últimos discursos del nuevo presidente se notan mucho más extremistas que los del propio fundador del bolivarianismo. Casi como los de los combatientes de antaño de la Sierra Maestra. Algo peligroso hoy en día, si se tiene en cuenta que casi la mitad de los venezolanos no adhieren a ese proyecto.
Los Castro ya lo han hecho muchas veces antes. En Chile, a través de Salvador Allende por las urnas o en sus numerosos intentos, respaldando a movimientos revolucionarios en Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Angola y hasta en la propia Argentina, siempre queriendo ampliar su área de influencia y poder. Una vez que lo logran no se van tan fácilmente. Salvo por la edad o la enfermedad. Basta preguntárselo a los cubanos, que sin elecciones ni posibilidad alguna de disidencia, soportan desde hace décadas la condición de ser “el pueblo con más dignidad del continente”, al decir del sucesor del difunto venezolano. Aunque ya ancianos y cansados, sus ansias revolucionarias expansivas siguen casi intactas. Mucho más si se trata de un país enorme y extremadamente rico como Venezuela. Un castrista reconocido y consumado al poder en Caracas, legitimado por las urnas, heredando la revolución bolivariana continental, sin tanta personalidad y mucho más influenciable que el propio Chávez. Un plan inesperado y casi perfecto de poder e influencia regional, que preocupa a los brasileños, ya está en marcha y parece estar Maduro.