Por: Luis Rosales
Francisco I, primer Papa proveniente del continente americano, de Latinoamérica, de Argentina, jesuita. Muchos récords para un hombre tan humilde.
La tarea que le espera es enorme. Bergoglio deberá recomponer la relación de la Iglesia Católica Universal con sus fieles, ordenar y disciplinar a la curia y sus internas caníbales, traer transparencia a las finanzas, dar una vuelta de página a los problemas de abusos sexuales de tantos sacerdotes, acercar el cristianismo a las otras civilizaciones, dar la impronta latinoamericana de la opción por los pobres, modernizar sin alterar la esencia… En fin una agenda muy difícil y de largo plazo.
Pero más allá de la felicidad y el orgullo que nos debe provocar a todos los argentinos, su elección y su reinado nos permite realizar una serie de reflexiones sobre lo que significa para nuestra patria y su futuro.
Primero reafirmar esa idea, tan difundida aunque algo debilitada en los últimos tiempos, sobre la excepcionalidad de nuestra gente. Messi, la reina Máxima, tantos otros científicos, deportistas, artistas y académicos, más ahora el Papa, innumerables ejemplos de hijos e hijas de esta tierra que triunfan y brillan en el mundo entero en diferentes ámbitos y disciplinas. Algo que como sociedad en forma colectiva nos cuesta una enormidad. La decadencia argentina de las últimas décadas tiene más que ver con los sistemas y reglas de juego, aplicados y reiterados hasta al hartazgo, que con los talentos y las capacidades individuales.
Además, la sorpresiva asunción en el trono de Pedro del Arzobispo de Buenos Aires influirá también potentemente en la escena política nacional. Por más consejos y felicidad ficticia que muestren los discursos oficiales, aparece un argentino con mucho más poder e influencia que la propia Presidente y a quien no podrán presionar o disciplinar con ninguno de los procedimientos habituales. Algo que altera en forma radical el orden establecido desde que la letra K se hiciera del poder total. Nadie puede obviar la profundad enemistad manifestada por el matrimonio gobernante desde el inicio mismo, allá en el 2003. Ausencia y vaciamiento en los Te Deum, campañas difamatorias en contra, hasta la propia agenda de temas sociales que incluyó asuntos sensibles, que pretendían no sólo defender una postura progresista y de avanzada, sino también alcanzar el objetivo colateral de entorpecer una posible carrera de Bergoglio al Papado. Meta sin dudas no lograda.
Afirmar que el Papa argentino fue designado para detener el avance del socialismo bolivariano por la región es toda una exageración. La Iglesia tiene preocupaciones mucho más trascendentes. Pero esto no implica que no pueda señalarse que a lo largo de la historia reciente los Papas han influido en sus lugares de origen mucho más que en la doctrina o en los asuntos teológicos. Basta recordar a Juan Pablo II y su alianza de hierro con el Presidente Reagan y Margaret Thatcher para derrotar al marxismo, primero en su Polonia natal y luego en todo el Imperio Soviético. Habrá que ver si esta tendencia se repite por estas tierras australes.
Un Papa argentino, un sueño hecho realidad que producirá muchas más consecuencias de mediano y largo plazo que la espontánea y justificada alegría y orgullo de sus compatriotas.