Por: Luis Rosales
Los paraguayos votaron y eligieron. Claramente se impuso el candidato colorado y con esa decisión culminaron cinco años de gobierno de lo que durante décadas constituyó la oposición al régimen de partido único. Vuelven los seguidores de la organización que le dio sustento a la dictadura de Stroessner y sus abusos. Sus nuevos dirigentes, incluyendo al Presidente electo, deberán demostrar claramente que han aprendido las lecciones y que se han transformado en una fuerza democrática y plural.
Paraguay tiene una serie de asignaturas pendientes muy graves que pareciera que nadie está en condiciones o tiene la real voluntad de superar. Con mucha esperanza se creía que la llegada de alguien muy especial, como Fernando Lugo, permitiría revertir esta tendencia. La realidad demostró que no sería nada fácil. La pobreza endémica y estructural que afecta a un porcentaje muy grande de la población, la corrupción casi crónica y muy arraigada, la deficiente infraestructura y una muy débil institucionalidad se mantuvieron casi constantes. Una situación que viene de largo si tenemos en cuenta que aquel dictador de origen alemán alguna vez expresó que en su país no había pobres, lo que motivó el chiste en secreto y clandestino de añadirle a su frase que estaban todos viviendo en el gran Buenos Aires. Una forma humorística y algo cínica de señalar la tragedia de miles de sus compatriotas, que sin encontrar contención en su propia tierra, tuvieron que emigrar hacia otros países.
Los historiadores responsabilizan a la Guerra de la Triple Alianza como causa original del declive pronunciado que viviera esta nación durante todo el siglo XX. Fue el enfrentamiento armado con la Argentina, Brasil y Uruguay el que provocara la casi total extinción de toda una generación de hombres, situación de la que nunca pareciera haberse recuperado. Se sugiere que el desarrollo relativo y la independencia de criterio que Asunción demostraba en aquellos tiempos, producto tal vez de la particular forma de desarrollo que viviera en tiempos de la colonia gracias a la acción de las misiones jesuíticas, provocaba preocupación en Buenos Aires y Río de Janeiro. Sobre todo chocaba con las ansias expansionistas imperiales de la familia Braganza.
La agenda del nuevo presidente es enorme. Paraguay necesita volver a ser una parte plena de la región, después de las suspensiones decididas por el Mercosur y la Unasur como consecuencia de la remoción legal, pero de dudosa legitimidad, del obispo presidente Lugo. No puede vivir a espaldas de Brasil y la Argentina, ni por su mediterraneidad, aislarse del resto del subcontinente. Ahora es tiempo de que sus vecinos levanten las sanciones y cumplan con su palabra. El pueblo paraguayo se ha pronunciado y los demás deberán escucharlo y respetarlo.
Al Paraguay se le dio un trato muy diferente que a Venezuela. El muy estricto celo institucionalista que inspirara estas sanciones internacionales no se vio en el apuro y la vista gorda puesta de manifiesto en las innumerables alteraciones al orden constitucional devenidos de la enfermedad y muerte del comandante presidente Chávez, ni en las dudas y observaciones a la legitimidad de la asunción de sucesor Maduro.
Es bueno que la región fiscalice y se preocupe por las formas como en el caso de la salida de Lugo. Constituye una garantía para todos los sudamericanos que tanto hemos sufrido de alteraciones al orden constitucional y que tanto hemos luchado por el respeto de la voluntad popular. Pero sería imprescindible y muy sano para el futuro, que el mismo celo se aplique en el caso de Venezuela. No vaya a ser que no se trate de una auténtica convicción, sino que todo sea sólo un método de presión para ayudar a los gobiernos de los amigos.