Por: Luis Rosales
Es, como se llama en el fútbol, una jugada de pizarrón. Cuando un régimen de tintes autoritarios empieza a sentir en carne propia la crisis de legitimidad, apela al conflicto externo. La fantasía del enemigo común, que acecha y amenaza, no sólo atizona el nacionalismo propio sino que se supone puede terminar uniendo a todo el pueblo detrás del líder que promete defenderlos.
Esta fórmula ya casi gastada, que muchas veces ha dado resultado y ha conducido a naciones enteras al colapso de la guerra y la destrucción, fue usada varias veces y en varias partes. Mussolini, Hitler, Stalin y tantos otros del pasado reciente, sin dejar de citar a los casos más actuales de Ahmedinayad y las familias Al Assad, Kim y Castro. En la Argentina el caso más paradigmático lo vivimos con Galtieri, cuando aprovechándose del justo reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas y enfrentando un peligroso alzamiento popular, decidía ocupar el archipiélago austral y con ello provocar la guerra contra la OTAN, cuya derrota precipitó no sólo el fin de su gobierno sino que también de todo el régimen dictatorial.
En Venezuela, pareciera que Maduro en su intento de revertir su débil situación presente, ha decidido utilizar la misma estrategia. Acosado por las denuncias de fraude por parte de su principal contrincante electoral, rechazado por al menos la mitad de sus compatriotas, jaqueado por sus competidores internos dentro del chavismo y acechado por una situación económica al menos angustiante, el heredero del Socialismo del Siglo XXI parece contar a su favor sólo con el apoyo de los cubanos y el dedo de Chávez, aquel que lo señalara como su sucesor.
Reaccionar amenazando con una posible ruptura del Acuerdo de Santa Marta y convocando a su embajador en Bogotá, sólo porque el presidente Santos recibiera al ex candidato y actual gobernador del Estado de Miranda, Henrique Capriles, es sin dudas una exageración que muestra claramente la intención de jugar con fuerza esa carta del enemigo y la conspiración externa.
Como es habitual en sus largos monólogos, el ocupante del Palacio de Miraflores se despachó con una serie de relatos y revelaciones propias de un capítulo de ciencia ficción o de una película de 007, pero en versión caribeña. La sola idea de catalogar como conspiración internacional una reunión mantenida entre dos mandatarios vecinos y considerar como espía y destituyente a un consultor de campañas, de larga trayectoria en la región, muestra claramente sus tendencias autoritarias. La oposición, la prensa libre o la mera idea de perder una elección parecen no estar contemplados en el “Manual del buen chavista” que sigue a rajatabla Maduro. Ni que hablar de las ridículas y fantasiosas teorías del veneno que le pretenden inocular desde el “Imperio”.
Como el tema similar del cáncer de Chávez o el pajarito que le hablaba en su nombre, Maduro o bien subestima enormemente a su pueblo y lo trata de ignorante o, en su defecto, muestra pocas condiciones para el cargo que está ocupando. Pero más allá de la anécdota, lo grave es que no se aceptara una auditoría de los votos como lo pedían varios países de la región y que ahora se pretenda crear un conflicto entre dos naciones hermanas. Latinoamérica en general y Sudamérica en particular constituyen ejemplos de paz y armonía en un mundo plagado de odios y conflictos.
Esperemos que la desesperación por la supervivencia de una facción interna, dentro de un movimiento que quiere perpetuarse en el poder a toda costa, no termine alterando esos equilibrios que tanta admiración despiertan en el planeta y que tanto nos ha costado mantener. Que lo hagan al menos por la memoria de Bolívar y San Martín.