Por: Mario Cimadevilla
La Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, que se llevó a cabo el pasado fin de semana en la ciudad de Gualeguaychú, expresó, una vez más, el profundo contraste existente entre lo que podemos ofrecer desde nuestro centenario partido y lo que manifiesta el Justicialismo.
No cabe ninguna duda de que somos el único espacio político que debate sus posiciones internas delante de la sociedad y frente a los medios de prensa. Lo hacemos acaloradamente, con pasión, con aciertos, con errores, con silbidos y alguna vez no faltaron insultos, trompadas y el vuelo de una silla. Nuestro partido nació en la calle, en los pueblos, en el arrabal. Por eso, hemos sostenido y seguiremos sosteniendo grandes discusiones y fuertes peleas.
En cambio, el PJ, en cualquiera de sus vertientes, ya sea menemistas, duhaldistas, kirchneristas, sciolistas y massistas, siempre ha tenido y tiene un mismo patrón de conducta que lo caracteriza: verticalidad y obsecuencia.
A diferencia de lo que sucede en la UCR, los dirigentes del peronismo nos muestran a diario su intolerancia y su incapacidad de convivencia. Frente a este escenario, cabe hacerse una pregunta: ¿cómo podrían convivir con el resto de la sociedad? Su antagonismo los llevó a formar distintos partidos y frentes al punto de perder la personería del PJ. Unos fueron de la Triple A, otros Montoneros. Ahora, en una versión más moderada, nos llevan a la disyuntiva de patria o buitre, Cristina o nada y amigo o enemigo.
En estos días, en que el debate de la UCR quedó en el centro de la escena política del país, algunos reflexionaron acerca de lo que hubiese hecho Raúl Alfonsín. Ante ese interrogante, quiero recordarle a la sociedad en su conjunto, que él para recuperar la democracia en 1983 convocó a radicales, socialistas, peronistas y conservadores. Por lo tanto, no tengo dudas que también para recuperar “la República perdida” invitaría a todos, menos a los responsables de dilapidarla durante la supuesta “década ganada”.
La decisión final a la que se arribó en Entre Ríos es lógico que deje a algunos más contentos y a otros enojados. A pesar de esto, volvimos a demostrar que podemos convivir con estas diferencias dentro de las fronteras de nuestro propio partido.
En lo personal, tengo el pleno convencimiento de que en Gualeguaychú hemos dado un gran paso que le devolverá, pronto al país y a la ciudadanía, un clima de concordancia e institucionalidad y un equilibrio político que permitirá el normal funcionamiento de los tres poderes del Estado. En definitiva, una democracia con pantalones largos.