Muchas veces la política plantea esta cuestión en términos excluyentes. ¿Gastar en educación o gastar en cárceles?
Lo que debe comprenderse es que tanto las escuelas como las cárceles son necesarias en cualquier sociedad. Y funcionan en diferentes etapas del sistema criminal.
La relación entre entrada al delito y educación está probada por múltiples estudios, es decir cuanta más educación, menos entra la gente al delito, y ello por varias razones muy bien sintetizadas en The Effect of Education on Crime: Evidence from Prison Inmates, Arrests, and Self-Reports, por Lance Lochner y Enrico Morett. A más estudio, más dinero gana la persona en su empleo, por lo tanto resulta menos atractivo el “pago” que ofrezca el crimen; el estar encarcelado hace que la persona con más educación deje de ganar su salario y aparezca “estigmatizado” en su ambiente, desincentivando la entrada al crimen, aún del llamado “white collar”; la persona con educación es más paciente en la consecución de sus metas, las que cree que logrará con el tiempo, al revés de quien no ve posibilidades de poder progresar por sus medios legítimos, al menos en el corto plazo; la persona que recibió educación de alguna calidad moral o social, reprime más el sentimiento de quebrar la ley; la educación en la juventud, hace que el tiempo se use en cuestiones valiosas en momentos de vulnerabilidad. Y, aún en el delito, cuanta más educación en el delincuente, menos violento el crimen que comete.
Por todo ello: sí a la educación.
Pero, a la vez, para el delincuente que ya está en el circuito criminal, por ejemplo un secuestrador, un sicario, un violador, no habrá escuela o universidad que transforme su conducta; la educación en libertad ya llegó tarde.A éste, previo proceso legal se lo debe encarcelar, y alli sí, intramuros, adonde no dañe a la sociedad, tratar de reformarlo y hacerlo una persona útil. A veces funcionará, otras no.
El sistema criminal argentino parece orientado a hacer lo contrario, alienta la entrada de primarios al sistema criminal mediante la falta de educación de calidad, la disponibilidad casi irrestricta de drogas al alcance de los menores, el fomento del “primer empleo” por parte del narcotráfico, la casi inexitente prevención general o especial de la pena, etcétera.
Por algo estamos como estamos.
En síntesis, sí a las cárceles para cumplir metas de seguridad ciudadana a corto plazo, sí a la educación de calidad, como medida que dará sus frutos a mediano y largo plazo en la misma materia.