Por: Martín Redrado
La Argentina se encuentra en una encrucijada. A la creciente erosión de los pilares del “modelo” se le ha sumado, con mayor contundencia, el atraso cambiario y un esquema de financiamiento que ya se agotó este año. El enfoque puede graficarse con el ejemplo de un avión que tiene una tormenta por delante. El problema puede resolverse con un piloto que tenga la habilidad para diseñar una ruta alternativa que permita llegar al mismo destino.
La ruta de política económica actual se orienta al impulso del crecimiento sólo a través de la expansión del mercado interno. Este esquema necesita de un tipo de cambio competitivo y de la existencia de superávits fiscal y externo. Los tres se han esfumado como parte de un modelo de administración de abundancia. Sin estos resortes disponibles, la estrategia expansiva encuentra su limitación. Es por eso que se está en busca de cajas adicionales, en dólares y en pesos. Estos atajos no son gratis, traen inflación. El último ejemplo es el Banco Central, que va a terminar aportando todos los dólares y pesos que sean necesarios según los deseos de la Casa de Gobierno. Esto se hará a costa de un balance debilitado que le ha quitado todo su poder de fuego. En efecto, la exposición al sector público representa la mitad del activo y su peso en términos de las reservas se triplicó (pasando de un 40% promedio en el período 2005-2009 a 103% en 2012). Asimismo, el BCRA estaría transfiriendo este año al Tesoro recursos por 4,5% del PIB ($110.000 millones) si sumamos la asistencia vía reservas y la ampliación del margen para otorgar adelantos transitorios (sin tener en cuenta lo que se haga con el Club de París). En este marco, la elección de financiarse con recursos extraordinarios, también muestra un notable agotamiento. La estrategia utilizada para cubrir los vencimientos de deuda pública mediante la emisión monetaria y para sostener el gasto con recursos de las dependencias públicas (utilidades y adelantos transitorios del Banco Central y recursos de capital del Anses) ha agudizado las contradicciones.
Argentina puede salir de este laberinto de una sola forma: hacia arriba. Para esto resulta imprescindible generar un programa de políticas públicas que ataque las distorsiones micro que se generaron en mercados específicos (como la energía, la carne, la leche y el trigo), y el enfoque de política económica, que privilegia un sesgo pro-inflacionario. Sin indicadores oficiales creíbles (difícilmente suplantados por imperfectas estimaciones privadas), las expectativas de inflación terminan retroalimentando (y sobrestimando, incluso) el alza de precios. El adolecer de un confiable e inequívoco termómetro impide no sólo medir adecuadamente lo que sucede en la economía y cuáles son sus efectos, sino que agrega incertidumbre adicional a las decisiones de consumo, ahorro e inversión, impactando de lleno en el nivel de actividad. En este sentido y como condición necesaria para abordar cualquier estrategia inflacionaria, se debería elaborar un nuevo índice que reemplace al actual y dotar de un marco legal de independencia técnica, funcional, administrativa y financiera al organismo estadístico.
En un mundo al que le sobran dólares, Argentina puede y debe convocar a la inversión en capital físico y humano. Es necesaria entonces una pronta recalibración de las variables económicas para que la corrección no ocurra de manera desordenada. Las medidas descoordinadas no son exitosas. Esto sólo se resuelve con un plan integral y un equipo cohesionado. Apuesto a la planificación, a la administración de riesgos y a la visión estratégica, no a la improvisación en la política económica.