Por: Ricardo Romano
“Nada puede perturbar mi espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no sea la pasión que animó toda mi vida: servir lealmente a la Patria. La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no debe participar y colaborar. Por eso, deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo”, decía Juan Perón en los históricos días de su regreso a la Argentina, tras 18 años de exilio.
Y hoy, al cumplirse un nuevo aniversario del abrazo Perón-Balbín, se hace más evidente que nunca la necesidad de pasar del actual estado de convulsión en que se encuentra el país a uno de pacífica convivencia republicana. Donde la armonía sea la norma en la que se reconozcan los que están dispuestos a construir una Argentina para todos.
La intemperancia del discurso oficial y la ausencia de diálogo ponen en evidencia el estado de facción en que se encuentra la opinión política nacional. Y esta fragmentación –en la cual el mismo gobierno actúa como una facción más- le da por contraste verdadera dimensión al encuentro entre esos dos hombres dispuestos a ponerse el conjunto del proceso histórico argentino arriba del hombro, en plena conciencia de que la Argentina es un todo contenedor de todas y cada una de las partes que la componen.
Aquel encuentro –verdadero ejemplo de responsabilidad política- puso en evidencia que el diálogo en modo alguno es signo de debilidad, sino capacidad de abarcar la diversidad desde una nueva concepción de la política en la que los intereses de los dirigentes sean concurrentes con los del pueblo, el Estado yla Nación.
Perón y Balbín consagraron la supremacía de los intereses del conjunto por encima de los de la parte. Y recrearon, en ese acto del 19 de noviembre de 1972, un clima de confiabilidad y credibilidad que prestigió a toda la dirigencia del país.
La política volvió a ser excelencia del espíritu. Y el instrumento por el cual dos grandes hombres aportaron a la pacificación y a la reconciliación nacional.
E institucionalizaron la lucha por la idea como el método más eficaz para la acción política, en la convicción de que la imaginación siempre es mejor que el rencor, para todos aquellos que reconocen en la “unidad nacional” a la única política que puede colocarnos -a los argentinos de bien- por encima de cualquier desencuentro, con la certeza de que a todos por igual nos pertenece la suerte de la Patria.
La grandeza de estos hombres llevó a Perón a proponer a Balbín como su sucesor. Y a Balbín – aun luego de años de enconada lucha- a despedir a Perón como a un amigo.
Nos queda ahora, en particular a los que fuimos contemporáneos de aquel trascendente episodio histórico, la responsabilidad de multiplicar el abrazo Perón-Balbín hasta el último confín del país.