Por: Ricardo Romano
Es preocupante el grado de indefinición y especulación que caracterizó esta etapa previa a la presentación de las listas de candidatos para las legislativas de octubre, por el contexto de degradación e intemperancia sin precedentes en el cual se desarrolla la contienda y por la supremacía que tuvo el factor lúdico respecto de la propuesta, como mecanismo para la toma de decisiones frente a una elección considerada crucial por toda la dirigencia del país.
“Se necesita una plataforma de ideas”, era la respuesta que daba Bergoglio cuando uno lo consultaba sobre las condiciones que se debía exigir a quien aspirase a conducir los destinos de la Argentina. “Que se sepa claramente qué es lo que el hombre piensa”. Bueno, esto hasta hoy no ocurrió. La imagen sustituyó a la idea en un grado tal que los candidatos opositores hablan como si fuesen periodistas de los medios independientes y éstos (los periodistas) como si fueran los candidatos de la oposición.
Por ello insisto con la necesidad de poner a la “idea” y al “conjunto” al mando de la política, porque los legisladores votados por la sociedad tendrán la responsabilidad intransferible de formular una agenda parlamentaria de temas de Estado que reestablezca la estabilidad, la seguridad, la credibilidad y la previsibilidad que permitan restituir el clima de negocios necesario para el diseño de un programa general de inversiones que facilite la reducción del déficit, la capitalización del país y la creación de empleo digno para los millones de argentinos hoy desocupados.
El espíritu de facción debe ser derrotado definitivamente en esta próxima elección. Por ello la necesidad de un “conjunto” que contenga a las partes, para agotar el ciclo en el que una de ellas (el gobierno) se arrogó irresponsable e impunemente la representación de las demás.
Creo que queda muy poco espacio para que funcione la idea mediáticamente instalada de “continuidad y cambio” que tiñó de ambigüedad la conducta de algunos dirigentes para decidirse a encarnar una iniciativa que modifique de manera copernicana el rumbo de los acontecimientos. Porque continuidad significa: la autocracia de un Ejecutivo que avasalla la competencia de los otros Poderes (Legislativo y Judicial) y que encima se quiere autoasignar el monopolio de la opinión. Y cambio significa: un país capaz de desarrollar armónicamente el ejercicio de la libertad, la eficiencia económica, la competitividad y la justicia social.
La ausencia de propuestas hizo que en vez de instituirse la lucha por la idea, se descalificara y a veces se estigmatizara, incluso escatológicamente, a quien cada uno veía como competidor en la carrera por ocupar el cargo a que aspiraba. El 12 se junio vence el período para la presentación de los frentes electorales y el 22 para presentar las listas de candidatos de éstos. Y hemos de esperar que a partir de ahí la pauta que rige la conducta de la dirigencia política cambie. Porque es imposible de soslayar, aun en medio de la contienda electoral, la omnipresencia de un Papa (argentino) que cotidianamente aporta espíritu y pensamiento para que una nueva camada de dirigentes encarnen la defensa de los valores que deben configurar un modelo de sociedad más solidaria e institucionalice políticamente los caminos que él abre ecuménicamente desde la fe.
Son horas en las que la Argentina está requiriendo de hombres capaces de “electrizar el alma” de los argentinos sin aditamento material alguno y convocar a su talento, creatividad e imaginación. Que no tengan temor de enfrentar el régimen de la mentira que nos gobierna.Y que sean capaces de superar el deseo “en sí mismo” de que el poder cambie de manos sin el fundamento previo de una conciencia ético-moral superior. Porque aquí no se trata de administrar las ruinas que está dejando esta administración. Sino de “ponerse la Patria arriba del hombro y construir una Argentina para todos” (Bergoglio). Salvo que se quiera que siga lo que está.