Por: Ricardo Romano
En la reciente declaración de las treinta y ocho cámaras y entidades que integran el Foro de Convergencia Empresarial, así como en lo manifestado por el dirigente justicialista y gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, y por el dirigente radical Julio Cobos, se expresó la necesidad de formular bases para establecer políticas de Estado en busca de un acuerdo de las características de los Pactos de la Moncloa suscriptos en España en 1977.
Los Pactos de la Moncloa consagraron la supremacía del conjunto respecto de los intereses de la parte. El punto de partida fue la coincidencia en el diagnóstico respecto de la situación del país y en la necesidad de que los costos desiguales de la superación de la crisis fueran soportados equitativamente por los distintos grupos sociales participantes. Si bien España necesitaba homologarse económicamente con la Unión Europea, no se trató solo de un pacto financiero sino que los acuerdos incluyeron políticas de mediano y largo plazo que signaron el futuro político y económico de España.
Pero lo más importante fue el grado de confianza que un consenso como éste dio a los ciudadanos españoles y la estabilidad política que estos pactos suponían.
Los partidos políticos y los sindicatos fueron capaces de dejar de lado sus diferencias para lograr que imperase el interés común frente al particular. Esto les concedió una gran credibilidad a los dirigentes y creó las condiciones para promover la pacificación de los espíritus y la reconciliación nacional.
Desde Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista, al franquista Manuel Fraga Iribarne, incluyendo al socialista Felipe González y al centrista Adolfo Suárez -recientemente fallecido y muy homenajeado por su contribución a estos entendimientos-, se comprendió que no había futuro sin unidad.
Y esto fue precisamente lo que reclamaron los empresarios y los dirigentes políticos argentinos anteriormente mencionados, porque es perentorio salir de la intemperancia del discurso oficial, la degradación institucional y la ausencia de diálogo en el país. Y restituir la estabilidad, la seguridad, la previsibilidad y la confianza necesarias para que a través de un acto colectivo de responsabilidad logremos alcanzar un grado de cohesión social que nos permita sortear las adversidades que la dura competencia internacional exige para homologar económicamente a la Argentina con el mundo.
Por todo ello es que necesitamos de la unión nacional. Porque nunca como ahora fue tan imprescindible poner al conjunto al mando de la política, como consecuencia de la fragmentación producida por un Gobierno que durante doce años ejerció el poder con el más acabado espíritu de facción.
En particular porque necesitamos una Argentina que “converse”. Y porque, como hemos dicho en reiteradas oportunidades, la facción sólo se desvanece ante la existencia del todo. Y todos tenemos la intransferible responsabilidad de terminar con este estado de facción.