El terrorismo y los sentimientos

Sabina Covo

En medio del caos vivido en Boston después del pasado ataque terrorista que dejó a tres personas sin vida, y a más de un centenar de heridos, un policía, mientras buscaban al terrorista que se dio a la fuga, tuvo unos minutos para traerle leche a un bebé hambriento.

Una foto del acto se volvió viral en internet. El padre del niño de 17 meses la subió en Facebook porque no podía creer lo dulce del gesto. Recordemos que todo Boston y alrededores estuvieron en casa sin poder salir mientras las autoridades capturaban al sospechoso. Es ahí, en momentos de gran caos y de pura supervivencia en los que las comunidades se unen en actos como este.

La reacción de los norteamericanos en momentos de desconcierto, y de tragedia, nunca deja de sorprenderme. Es de admirar. Y es que detrás de un acto terrorista hay un sinfín de sentimientos buenos de parte de los sobrevivientes y vecinos, malos de parte de terroristas, con sentido para algunos y sin sentido para muchos. Pero en Estados Unidos la solidaridad se hace sentir.

“Así es la guerra del Yihad” me decía un analista en una entrevista, especulando un poco, mucho antes de que se supieran los supuestos motivos de los ataques y si eran o no perpetuados por islamistas o terroristas internacionales. Llena de sentimientos, y de pasiones, “y no está por acabar”. Hasta ahora se cree que los ataques fueron motivados como una reacción a las guerras en Afganistán e Irak, al menos así lo ha dicho el terrorista sobreviviente, que tan solo tiene 18 años, pero estos detalles son cambiantes.

Pero dejando a un lado los datos factuales que vamos conociendo, estos momentos invitan a gran reflexión porque siempre hay muchas historias que conmueven. Las que más duelen son las de aquellos que pierden la vida. Ese pequeño niño que murió estando feliz y orgulloso mientras esperaba para ver a su padre en la maratón. O la de la esperanza de una estudiante china que tenía su carrera por delante, o de la hermana del pequeño que quedó sin una pierna, y sin su hermano. Como siempre pasa en las guerras, los niños que tienen una vida por delante pagan las consecuencias. ¿Qué pudieron haber sentido los terroristas para cometer tal atrocidad? Dos jóvenes que a simple vista eran hombres de bien.

¿Otra historia impresionante? La de una madre que destrozada con las noticias de que sus hijos son terroristas desconoce lo que han hecho y dice que América le robó a sus hijos. ¿Qué más puede decir una madre en negación? Un padre que asevera que a su hijo le pusieron una trampa y que dice que si le matan al menor de sus hijos, el infierno caerá sobre este país.

Luego está la historia de los miles de heridos que sobrevivieron y la del temor colectivo de los residentes de Boston, y de los residentes de Estados Unidos, cada uno con su propia historia de miedo. Lo que el terror logra es atemorizar a comunidades enteras y buscar desunirlas.

Está claro que en Estados Unidos no es realista pensar que un padre no pueda llegar a conseguir leche para su hijo, como pasa en muchos países sumidos en la pobreza. Lo vimos en Boston, ni en la peor de las emergencias. Pero lo que sí puede pasar es que sigamos perdiendo niños inocentes en manos de la violencia. Pasó en Newtown, pasó de distinta manera en Boston.