Por: Victoria Donda Pérez
Las últimas medidas del gobierno apuntadas a frenar la escalada del dólar y aminorar la pérdida de reservas estuvieron dominadas por un concepto ortodoxo de la economía en el que la devaluación de nuestra moneda y el enfriamiento de la actividad económica, en un marco de inflación elevada, son la fórmula elegida.
Este camino que decidió la presidenta Cristina Kirchner nos acerca peligrosamente a un contexto de creciente pérdida del poder adquisitivo de los salarios y de riesgo para la conservación del empleo. Lamentablemente, otra vez se toman decisiones de este tipo sin reconocer responsabilidad alguna del gobierno nacional, sin atacar problemas estructurales que han persistido durante todos estos años y sin hacerse cargo de que dichas medidas están claramente contrapuestas con el discurso “de defensa de los intereses nacionales y populares” que el kirchnerismo dice representar.
Si a esto le agregamos una “victimización” tan repetida como poco creíble de un gobierno que ha acordado durante todos estos años con los factores de poder, a quienes dice confrontar. Me refiero a exportadores, mineras, empresas proveedoras de servicios pésimos, bancos (entre otros ejemplos a la vista) y un discurso que apunta a adjudicar responsabilidades y culpas a todos menos a ellos mismos, impidiendo construir el clima de diálogo necesario para abordar la difícil etapa que se avecina. Estamos frente a un escenario poco optimista de cara al futuro.
Transitamos la última etapa del ciclo kirchnerista. La mejor decisión que puede tomar nuestra Presidenta es hacer una amplia convocatoria a diversos sectores sociales, políticos, sindicales y empresariales para consensuar medidas económicas que no hipotequen el futuro de los argentinos.