Por: Victoria Donda Pérez
“La más triste nación/ en la época más podrida/
se compone de posibles/ grupos de linchadores”
Caetano Veloso
Les quiero contar la historia de un hombre que conocí hace poco. Es un hombre bondadoso, sinceramente bienintencionado. Sin dudas, su característica principal es la timidez. Habitualmente tiene bigote, lleva anteojos y zapatos negros. Les aseguro que no es Ned Flanders. Él es docente en una escuela secundaria, enseña química, y por las tardes trabajaba en un lavadero de autos. El tipo es un químico brillante al que su novia y su compañero de universidad le robaron el invento del siglo. Resultado: ellos se hicieron millonarios y él sigue dando clases en una escuela. Está casado hace unos diecisiete años, y esperando un bebe: su mujer esta embarazada de siete meses; además, tienen un hijo de 16 años con parálisis cerebral que le genera problemas motrices.
El hombre del que les hablo vive una vida como una persona sumamente honesta y sincera. Pero un día se entera que tiene un avanzado cáncer del pulmón, que tiene poco tiempo de vida y que sólo podrá vivir un poco más con un tratamiento que no le cubre el seguro social y él, con su sueldo de docente, no puede pagar. ¿De dónde puede sacar la plata para asegurar el futuro de su hijo?
Donde vive este hombre no hay salud pública ni educación pública, pero sí una burbuja financiera que hace que su casa esté hipotecada por 15 años. O sea que además de pagar la universidad y el tratamiento de su hijo y el parto de su futura hija, necesita plata para dejarle a su mujer un techo donde vivir con su hijo y su pequeña cuando él ya no esté. Es decir, dentro de muy poco. ¿Cómo pagar el tratamiento que entre, quimioterapia y operación, salen cerca de 300 mil dólares? El hombre está desesperado. Entonces decide poner su conocimiento científico al servicio de la ilícita industria del narcotráfico y empieza a producir metanfetamina. Sí, estoy hablando del profesor Walter White, protagonista de la serie Breaking Bad.
Ahora, a este pobre tipo, que tiene un cáncer terminal, un bebe en camino, un hijo discapacitado y una hipoteca ¿lo condenamos por envenenar niños y jóvenes con esa basura que los destruye?
Les presento a otro buen hombre, a Juan. Juan vive en el conurbano. Todos los días se levanta a las cinco de la mañana para ir a trabajar en un taller mecánico en un barrio de Buenos Aires. Apenas gana para pagar algunos gastos de la casita que le dejaron sus padres, tiene dos hijos que lleva a la escuela y una mujer que labura en la peluquería hasta los feriados para llegar mejor a pagar unas vacaciones en San Clemente.
Un día a Juan le roban en la calle; y Juan se cansa, porque ya es la vez número dieciséis que le roban. Entonces lo agarra al pibe que le quiso robar la billetera en el tumulto para subir al tren, le empieza a pegar cegado por la bronca y la impotencia de saber que ya no sirve para nada hacer la denuncia. ¿Qué hacemos con Juan? ¿Lo condenamos?
Pensemos que sería de Walter y de Juan si ambos vivieran en un país donde se garantiza el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo y a la seguridad; sí, la seguridad: un derecho social que es necesario para poder gozar del resto de los derechos.
Pensemos qué tipo de sistema político tenemos que te incentiva a actuar fuera de la ley. Vivimos en un país donde si sos vicepresidente y te comprás un empresa para fabricar billetes, parece que no pasa nada; si apretás jueces, no pasa nada; si lavás guita, mucha guita, toneladas de guita, no pasa nada. Donde te asociás con la delincuencia aunque tu uniforme diga que debés combatirla y liberás zonas. Donde ofrecés “seguridad”, pero no al pueblo: a los que deberías meter en cana. Nunca pasa nada. Durante muchos años siempre lo mismo: no pasa nada.
Vivimos en un país donde si encontramos un juez o un fiscal que hacen su trabajo hay que agradecerlo y protegerlo porque seguramente va ser blanco de todo tipo de operetas. Y así este juez se transforma rápidamente en un héroe o en un mártir.
Vivimos en un país donde quien desde un lugar de Gobierno le dice que no a las mafias tiene que aguantar tiros en la puerta de su casa. Sino pregúntenle al gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, o a la intendenta de Rosario, Mónica Fein. Que les cuenten él y ella qué significa enfrentar de verdad el narcotráfico.
Enfrentar el narcotráfico significa enfrentar corporaciones poderosas pero también sostener, desde un despacho público, una batalla contra la supuesta lógica de un supuesto Estado ausente. Y digo supuesto porque cuando la ausencia es una decisión no es ausencia, sino una forma de concebir la realidad, un no hacer deliberado, de administrar. En este caso, el delito.
Empecé hablando de Walter White, de Breaking Bad. ¿Condenamos su forma de resolver el acceso a su derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, derechos que el país donde vive no le garantiza? Recordemos el tipo que se paga su tratamiento con la venta de estupefacientes ilegales, que en el medio mata a unos cuantos, que es un narcotraficante. Mi respuesta es sí, definitivamente, lo condeno. No creo en el relativismo ético. Las circunstancias son terribles pero uno no puede relativizar la ética. Ahora, ¿se hubiera convertido en un narco si el Estado le garantizara el tratamiento a este señor siempre correcto y buen ciudadano? No, Walter estaría recuperándose de su quimioterapia y su operación, su hijo entrando a la universidad, su mujer feliz pariendo una hija feliz y su hipoteca pagada. Eso si viviera en un país donde la salud no fuera sólo para los ricos.
¿Condenamos a Juan por reaccionar con esa violencia ante un hecho que lo daña, que pone en riesgo su vida y que soportó una y otra vez? Sí, también lo condeno. Creo que la llamada “justicia por mano propia” es un delito. En una sociedad que funcione así, perdemos todos. Ahora ¿nuestro amigo mecánico habría reaccionado así si viviera en un país con un Estado que tome la decisión de tener política de prevención del delito?
Un país que quiera tener políticas contra el delito organizado como el narcotráfico, un país donde todos y todas respeten las leyes, donde el que roba esté preso aunque tenga plata para un buen abogado, donde los funcionarios públicos combatan la corrupción; en definitiva un país distinto al que tenemos, donde la honestidad sea un valor importante. Mi respuesta es no: Juan nunca hubiese matado al pibe que le quiso robar la billetera en el tren porque sabría que hay un Estado que vela por él. Un Estado que lo cuida, lo protege y hace Justicia.
En resumen: ¿cuál es la única vacuna para el “virus del vale todo”? Una activa presencia del Estado, que nos garantice a todos y a todas los ciudadanos y las ciudadanas el goce de nuestros derechos.