Es inevitable que un sector de la sociedad sienta cansancio, se agote frente a tanta desazón y baje los brazos para finalmente claudicar. Son muchas las señales que a diario ayudan a construir los pilares de esta visión derrotista. Los ciudadanos sienten que todo está perdido, que el poder los aplasta sin contemplaciones y que los “malos” hacen y deshacen a su antojo, sin que exista forma alguna de doblegarlos.
La historia reciente parece confirmar esta percepción. Cambiar la realidad, modificar el actual estado de las cosas, no es tarea sencilla. El presente es complejo y el mundo gira a una velocidad que resulta difícil acompañar.
El poder tiene demasiadas aristas y su funcionamiento es altamente sofisticado. En ese contexto, el individuo siente que su esfuerzo por torcer el rumbo es insuficiente frente a ese aluvión de inequidades, actitudes mezquinas y bajezas humanas que invariablemente logran su objetivo. No es tarea simple la de vencer la inercia. Es mucho más fácil hacer lo que hace el resto y entregarse mansamente a los designios de los más.
Lo importante de las batallas es poder darlas y no necesariamente ganarlas. Y no es que no tenga importancia triunfar en cada propósito, sino que no se puede priorizar la victoria por sobre la dignidad del esfuerzo.
Muchos son los que creen que las utopías no tienen sentido alguno, que buscarlas es de idealistas, de desquiciados y dementes que han perdido su equilibrio. Los que repudian el derecho a luchar, los que incitan a someterse sin más, no parecen demasiado inteligentes tampoco. Morir sin dignidad, dejar este mundo sin un legado de convicciones, pasar por la vida de un modo intrascendente, no resulta un gran desafío.
Las utopías no merecen ser abandonadas. La felicidad humana, ese instante por el que tantos se sacrifican, lo demuestra a diario. Si se aplicara una mirada estrictamente utilitaria, nadie lo intentaría. Sin embargo, casi todos la buscan, pese a su escasa duración y su intermitente presencia.
Mahatma Gandhi decía que “no hay camino para la paz, la paz es el camino”. Y justo es reconocer que ese hombre ha demostrado que se puede, inclusive honrando con su propia vida las convicciones que sostuvo.
En este recorrido, muchos tratarán de disuadir al resto. Querrán convencerlos de que nada merece semejante esfuerzo y que es más placentero capitular y hacer lo que todos, antes que luchar por lo imposible.
Son los cobardes de siempre, los que no tienen un plan para sus vidas, esos a los que les falta coraje para perseguir ideales e invitan a abandonar la lucha. No lo pueden decir, pero se sienten incómodos frente a los soñadores. No lo hacen por maldad sistemática, sino por la ausencia de una autoestima que les permita volar.
Tal vez sea bueno recordar lo que dice aquel viejo proverbio que recuerda que “solo los peces muertos van en el sentido de la corriente”. Rendirse es una elección posible, morirse en vida y resignarse, es siempre una opción.
Algunos creen que es un modo de pasarla mejor, una forma más confortable de transcurrir. Y es posible que sea cierto, pero la indignidad también tiene esa apacible comodidad tan tentadora para muchos.
Lo que está sucediendo a veces preocupa, otras asusta y casi siempre invita a humillarse. El conformismo, la sumisión, la mansedumbre son los aliados imprescindibles que precisa el poder para seguir haciendo de las suyas.
A Jorge Luis Borges se le atribuye aquella frase que entre inteligencia, realismo e ironía afirmaba que “es de caballeros defender causas perdidas”. Es importante comprender que siempre se está a tiempo de elegir caminos. Está el de los mas, el de los que han decidido ser meros espectadores de la realidad. Y está el de los otros, el de los que saben que las chances de triunfar son pocas, pero que igualmente todos los días dan la pelea. Los mueven sus convicciones, sus principios, corre sangre por sus venas y no los mueve el exitismo de los triunfos sino la posibilidad de pelear por los sueños, sin importar que parezca imposible. Para los que dudan en intentarlo, habrá que decir que hacer lo necesario, lo correcto, lo adecuado, siempre vale la pena.