Hay que decirlo con todas las letras. La demagogia de arriba terminó construyendo un sujeto anárquico y no un ciudadano democrático. Estamos ante subciudadanos que se creen que todo vale porque estamos en democracia. Que no respetan normas, reglas ni leyes. Que tienen una capacidad de daño y destrucción que desprecia al otro. El espacio público no es de nadie y a mucha gente le importa un carajo lo que pase con los demás.
La destrucción y el bardo se han convertido en mucho más que una picardía que se celebra. Muchos energúmenos creen que esa es la libertad. Y se trata de todo lo contrario, es el reinado del caos, la anarquía que mete miedo y obliga al pueblo a meterse para adentro y a entrar en pánico demasiado seguido.
Determinado presunto progresismo, de garantismo mal entendido, fomentó todo tipo de salvajismos y se creyó piola. Es más, estigmatizó como reaccionario y derechista a los que reclamaron un mínimo de orden social. El Estado debe garantizar la seguridad y la convivencia pacífica. Sin embargo hace una década que se viene adorando un Estado bobo y ausente que sólo reparte prebendas y que tiene miedo de pagar el costo político de decir: esto no se puede. Vamos a hablar claro. Una sociedad es más democrática cuando sus ciudadanos tienen más derechos.
Pero también cuando cumple con sus obligaciones. Si no, es la majestad del populismo berreta donde cada uno hace lo que se le canta las pelotas. El infantilismo de estado instaló que la voluntad de cada uno es lo que vale. Hay formas de la delincuencia que tienen un nivel de organización y de impunidad peligroso.
Porque va erosionando la vida en comunidad y fomenta un individualismo feroz que rompe, roba, patotea, quema y asesina y encima reclama no ser castigado por eso. Se victimizan diciendo que el sistema ya los castigó. En una familia, igual que en una sociedad, cuando solo hay premios y no hay castigos, se pierden todos los límites. Las barras bravas de todos los clubes de fútbol en la Argentina, desde Boca y River hasta los más humildes del interior, las patotas que en las esquina te extorsionan a cambio de plata para la birra o el paco, los grupos encapuchados que dicen hacer política revolucionaria, la policía malpaga y maltratada profundiza sus modos extorsivos, autoritarios y corruptos y la democracia en lugar de convertirse en la tierra fértil de todos se transforma en tierra de nadie. En zona liberada para que cualquiera haga cualquier cosa.
Hace años que nos lavaron la cabeza y nos convencieron de que es normal que haya mafias que utilizan a los trapitos, a los limpiavidrios y a los cartoneros como mano de obra barata y como amenaza de que algo peor te puede pasar si no colaboras. Nadie quiere pagar el costo político de la prohibición. De decir esto no se puede hacer. Esto hay que hacerlo en otro lado. Esto debe tener un orden que permita que toda la sociedad pueda expresarse y mejorar su calidad de vida.
No es de progresista hacerse el defensor de la libertad y fomentar el vamos por todo. Es exactamente lo contrario. Ese es el facilismo estúpido. Para ser verdaderamente progresistas hay que construir una sociedad más igualitaria donde todos tengan las mismas posibilidades de educarse para el trabajo y el progreso con la cultura del esfuerzo y el sacrificio que nos enseñaron nuestros viejos. Ayudar al que está en emergencia y marginalidad es una obligación irrrenunciable. Pero no tener políticas públicas para que eso sea solamente durante un tiempo y que después esa gente pueda ganarse el pan con el sudor de su frente es de un clientelismo retrógrado y feudal. No quieren contribuir a que cada día haya menos pobres.
Quieren pobres con planes todo el tiempo para poder controlarlos. Es denigrante de la condición humana. Las señales que vienen desde el poder son nefastas. Vamos por todo. No respetamos fallos de la Corte Suprema. Se fomenta los escraches, cortes de rutas y calles. Se protege a los corruptos y se los envía en nuestra representación a los funerales de Mandela, se le cortan las alas a los fiscales honestos, se industrializa el odio y la venganza. Y a eso le llaman progresismo. Se puede y se debe poner orden en forma democrática. Se puede controlar y reprimir a los saqueadores sin matar a nadie pero con toda la firmeza de la ley. Y la justicia debe comprender que romper todo, robar, patotear y matar no debe ser gratis. Las penas deben ser realmente duras y de cumplimiento efectivo. No hay que confundir pueblo con lumpenaje ni libertad con libertinaje.
Vivimos días de cólera y salvajismo. Angustia ver en qué hemos convertido a una parte de nuestros hermanos. Inquieta comprender que va a tener que pasar mucho tiempo para reconstruir los lazos solidarios que se dinamitaron. Hay un quiebre moral, una ruptura del contrato mínimo de convivencia y eso no cayó del cielo. No es una tormenta producto de la naturaleza. En una construcción nefasta de los demagogos que creen que poner límites es autoritario.
N. del E.: el presente es el comentario editorial que realizó hoy Alfredo Leuco en el programa Bravo.Continental, conducido por Fernando Bravo, que se emite por Continental (AM 590) de lunes a viernes de 13 a 17.