El discurso de ayer de Cristina Kirchner, su último como Presidenta en recordación de la Guerra de Malvinas, contiene numerosos puntos de interés.
Efectuó un brillante, esperado y justísimo homenaje a los combatientes, muy en especial los que ofrendaron su vida, aspecto en el cual toda la sociedad y todos los diversos espacios políticos se han expresado siempre de manera coincidente. El respeto por esos héroes es una política de estado en Argentina.
Es una pena que esa orgullosa coincidencia nacional se haya dado con profusión de banderas pero una sola -visible por televisión- de la Argentina (la oficial, custodiada por tres uniformados). Lo exhibido por la televisión fueron decenas de otras banderas, todas partidarias oficialistas y, en el caso de otras celestes y blancas, invariablemente cruzadas por leyendas de facciones. Los carteles que pudieron verse (nadie llega tan cerca sin permiso) correspondían mayoritariamente a La Cámpora, alguno jugando con la palabra “Máximo” y otro, dechado de pluralismo, acusaba a Sergio Massa de vendepatria (en esos actos nada es casual). El comedido manejo de las cámaras permitió a los televidentes no perderse estos detalles. Y si hablamos del audio, la conmemoración de una fecha que debiera ser de todos estuvo, de nuevo, monopolizada por cánticos de un mismo sector político, no los propios de toda la Nación, como hubiera sido el Himno, dado el caso.
Una nota de color, casi nunca ausente de los actos tan guionados del oficialismo, la protagonizó un señor con campera de cuero y numerosos distintivos abrochados que, de pronto, se puso de pie golpeándose el pecho en fervorosa adhesión a una frase de la oradora. Seguramente por casualidad, la cámara llevaba varios segundos (que en televisión son siglos) enfocándolo, casi como si el director ya supiera de antemano que iba a producirse esa manifestación tan aparentemente espontánea.
Es muy bueno el anuncio de que se desclasificará parte de los archivos del ministerio de Defensa sobre Malvinas (la otra parte dependerá de que, en cada caso, lo autorice el gobierno). Sería interesante acompañarlo con la desclasificación de los archivos durante la guerra de 1982 obrantes en la Cancillería, a los que no puede accederse de ninguna manera. Entendemos que incluso el archivo personal de Costa Méndez se encuentra bajo llave.
Asombrosamente, en un momento la Presidente afirmó que, desde el kirchnerismo, se ha reinstalado la lucha contra el colonialismo, como si anteriores gobiernos no lo vinieran denunciando desde antes mismo de la fundación de las Naciones Unidas, Perón el primero de todos. Resulta imposible no vincularlo a cuando, al principio del gobierno de su marido, el entonces presidente reivindicó para su gestión la iniciación defensa de los derechos humanos, ignorando lo hecho, por ejemplo, por Raúl Alfonsín, que no había sido invitado al acto. Años después, solo un ejemplo más, la misma presidente adjudicó a su administración la puesta del primer satélite argentino en el espacio, cuando en gobiernos anteriores ya habíamos instalado tres. En los regímenes populistas la ilusión fundacional viene como una marca en el orillo: antes de ellos, nada bueno ha sido hecho y nada merece rescatarse.
Curiosamente, informó a los argentinos que, en la opinión pública británica, crece el porcentaje de personas que piensan que su país debiera, al menos, sentarse a escuchar los reclamos argentinos. Desgraciadamente omitió decir desde cuándo viene sucediendo ese fenómeno. Al terminar Guido Di Tella su desempeño como Canciller, en 1999, dejamos en la página web del Ministerio, entre otras muchas informaciones, la copia de encuestas realizadas por la prestigiosa empresa británica Mori, tanto en Malvinas como en el reino Unido en dos oportunidades y al mismo tiempo. Creo que la primera fue en 1993 y la segunda hacia el fin de ese mandato, en vísperas del viaje del presidente argentino a Londres. Los números de ambas encuestas ya anticipaban la aparente primicia de nuestra Presidente: durante esos pocos años de diálogo y negociaciones efectivas el porcentaje de británicos (entre los isleños también, pero menos) a favor de que se reanudaran negociaciones y regresáramos a una situación previa a la guerra, había crecido notablemente. Si se repitieran hoy, luego de diez años de kirchnerismo, me temo que esas encuestas no resultarían tan auspiciosas. Infortunadamente, aquel material resulta hoy inencontrable, pues ha desaparecido de la página oficial de la Cancillería, así como se borraron los discursos de todos los ministros de relaciones exteriores de la democracia, de Dante Caputo a Carlos Ruckauf, pasando por Domingo Cavallo, Guido Di Tella y Adalberto Rodríguez Giavarini. Los discursos de los cancilleres del kirchnerismo, sin embargo, lucen disponibles por centenares. Argentina, un país serio.
Estuvo francamente muy bien la presidente al negar toda vocación belicista de Argentina y aconsejar al Premier británico que el aumento de los gastos dispuestos para Malvinas se dediquen a atender a la gente más pobre de Inglaterra. Y aportó otras dos primicias: está en contra de los gobernantes que generan climas de enfrentamiento tanto como de aquellos que para hacer campañas colectan fondos de empresa a las que favorecen con licitaciones desde el Estado, como hace Cameron con los proveedores de material militar para Malvinas.
Formidable legado conceptual para los futuros gobernantes.