Por: Bjørn Lomborg
Los negociadores y los activistas están siendo cada vez más serios acerca de las perspectivas de concluir un acuerdo de reducción de emisiones de carbono en París. Sin duda, si tienen éxito, vamos a ver muchas palmadas en la espalda y exhortaciones de éxito en siete días. Pero la bonhomía ocultará una verdad bastante inconveniente: incluso si es exitoso, cualquier acuerdo negociado en París va a hacer muy poco para frenar los aumentos de temperatura.
En un reciente artículo de investigación revisado por pares, examiné todas las promesas de reducción de emisiones de carbono a las que se comprometieron los países antes de París (las llamadas Contribuciones Nacionales Determinadas o INDC, por su sigla en inglés) para los años 2016-2030. En eso se basará el tratado global (junto con un gran aire caldeado sobre lo que podría ocurrir fuera de esas fechas —algo de lo que es fácil hablar para los políticos de hoy, pero que simplemente no podemos tomar en serio).
Lo que encontré cuando revisé las promesas nacionales fue que reducirán las temperaturas globales en solo 0,05 °C (0,09 °F) para el año 2100. E incluso si todos los Gobiernos del planeta no sólo mantienen cada promesa de París, reducen las emisiones para el año 2030, no trasladan emisiones a otros países, sino que también conservan estas reducciones de emisiones a lo largo de todo el resto del siglo, las temperaturas serán reducidas en tan sólo 0,17 °C (0,3 °F) para el año 2100.
Y seamos claros, esto es increíble —probablemente incluso ridículamente— optimista. Consideré el Protocolo de Kioto, firmado en 1997, no ratificado por los Estados Unidos y finalmente abandonado por Canadá, Rusia y Japón. Después de varias renegociaciones, dicho protocolo se había debilitado hasta el punto de quedar esencialmente inoperante. La única razón por la cual alguno de los objetivos de Kioto casi se logró fue la recesión mundial de 2008.
Por otra parte, las emisiones fueron simplemente desplazadas de un país a otro. La Unión Europea, el bloque más comprometido con el clima, registró un aumento en sus importaciones de emisiones solamente de China que igualaban la totalidad de sus reducciones domésticas de CO₂. En total, el 40% de todas las emisiones probablemente se desplazaron de las áreas que hicieron promesas.
Por supuesto, París ha sido ponderado por gente como Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (CMNUCC), quien dijo: “Los INDC tienen la capacidad de limitar el aumento de temperatura previsto hasta unos 2,7 grados centígrados para el año 2100”.
Eso tergiversa completamente la realidad. Los 2,7 °C esencialmente asumen que, aunque los Gobiernos hacen muy poco, en París y luego inmediatamente después de 2030 se embarcarán en reducciones climáticas increíblemente ambiciosas, llevándonos así a 2,7 °C. Esa forma de pensar es similar a decirles a los griegos profundamente endeudados que con sólo reembolsar un primer pago de sus deudas más urgentes ya están en camino de librarse fácilmente de la deuda. Eso es no entender el meollo de la cuestión.
La propia organización dirigida por Figueres estima que las promesas pendientes de París reducirán las emisiones en total en unos 33 Gt de CO₂. Para limitar los aumentos a 2,7 °C, se necesitarían reducir aproximadamente 3 mil Gt de CO₂, o alrededor de cien veces más que los compromisos de París.
Los negociadores aquí en París están tratando de abordar el calentamiento global de la misma manera que ha fracasado durante 30 años: haciendo promesas que son individualmente caras, que tendrán poco impacto aun dentro de cien años y que muchos Gobiernos tratarán de evadir.
El verdadero objetivo aquí no es negociar un acuerdo, es causar un impacto en los aumentos de temperatura. Este enfoque no funcionó en Kioto, no funcionó en Copenhague, no ha funcionado en las otras conferencias sobre el clima o en reuniones internacionales. Y, a pesar de cualquier declaración de éxito, eso no va a suceder aquí en París.