Por: Carlos De Angelis
El 10 de diciembre de 2015, Cristina F. de Kirchner le pasará la banda presidencial al candidato elegido por la voluntad popular. Este acto, protocolar en las democracias maduras, se constituirá lógicamente en una fiesta para los argentinos. Sin embargo, ese día D cada vez menos lejano genera muchos interrogantes sobre las estrategias a asumir por los principales actores políticos para llegar a él.
Una de las preguntas más relevantes es cuál será el futuro del kirchnerismo, concretamente cómo trascenderá, si podrá seguir liderando el peronismo; si se constituirá como una fuerza política independiente; si será subsumido por otras corrientes políticas del “movimiento”; o por el contrario, si simplemente se extinguirá como pasó con el menemismo.
Pocas experiencias políticas se extendieron más allá de los mandatos presidenciales. Uno de ellos fue el radicalismo de Hipólito Yrigoyen, que sobrevive a lo largo del siglo XX con sucesivas rupturas, transformaciones y declives. El otro movimiento político que pudo trascender la experiencia de gobierno del Perón de 1946 a 1955 fue el propio peronismo, pero también metamorfoseándose en diversas experiencias singulares que no excluyen quiebres, proscripciones y amplios virajes ideológicos.
El modelo político argentino, que se nutre de fuertes liderazgos políticos centralizados, complejiza la elección de un sucesor (del líder) en condiciones de asumir la primera magistratura del país en un sistema firmemente presidencialista, situación que hace notoriamente difícil la coexistencia del líder y del sucesor. En esa consideración se pueden barajar diversos escenarios frente a las elecciones de 2015 para el kirchnerismo, donde la presidenta no puede aspirar a una tercera reelección. Simplificando, las estrategias políticas posibles en la nueva etapa son tres: participar en las elecciones presidenciales en forma directa, no participar o participar en forma indirecta.
La participación en forma directa implica la presentación de un candidato propio. No obstante, no es que le falten candidatos, pero por ahora no hay ninguno que asegure su presencia en el ballottage como probablemente ocurriera si la candidata fuera la propia Cristina Fernández de Kirchner.
Si es escenario electoral se fragmentara en una proliferación de candidatos, se podría volver los relojes hacia el 2003, una de las elecciones más extrañas de la historia, cuando Menem saca el 24,4% de los votos, Néstor Kirchner el 22,2%, López Murphy el 16,3%, Rodríguez Saa con el 14,1% y Carrió 14% de los votos. Todos conocen el final de esta historia, cuando Menem no se presenta al ballottage, iniciando la era del kirchnerismo. En una situación como ésta, donde la distancia entre el primero y el quinto es del 10%, se facilitaría el surgimiento de un candidato K, si su piso electoral rondara el 20%.
La construcción de un candidato propio tiene la inmensa dificultad de encontrar a la persona indicada, que tenga un caudal electoral competitivo, esto es con chances de dar pelea, pero que si fuera elegido no posea la voluntad de iniciar su propio movimiento político.
La no presentación de un candidato a presidente por parte del kirchnerismo es un escenario lejano. No solamente se perdería la posibilidad de continuar la experiencia política en lo inmediato, sino que limitaría la construcción de un bloque parlamentario fuerte que suele surgir arrastrado por la boleta presidencial. Una opción alternativa es que la propia presidenta ponga el cuerpo siendo candidata a diputada nacional o a gobernadora de la provincia de Buenos Aires en una movida arriesgada por sus implicancias.
Una ventaja de no presentarse sería no necesitar mostrar el potencial electoral en lo inmediato, para retomar en el 2019 la continuidad del movimiento kirchnerista en el poder, toda vez que podría apoyar de manera informal a un contrincante conveniente para evitar que un candidato que se proclame peronista pueda ganar con claridad.
La tercera posibilidad es la participar en forma “indirecta” apoyando a un candidato “independiente” en un frente electoral como podría ser el propio Daniel Scioli. Es un escenario de fragilidad, si se considera (como lo han señalado numerosos actores políticos del kirchnerismo) que el gobernador y la presidenta no encarnan el mismo proyecto político. Aquí emerge la posibilidad de establecer una alianza y la necesidad de un modelo de convivencia en términos de gobernabilidad. En esta situación, la discusión de las listas de candidatos a gobernadores, intendentes, y legisladores será “a cara de perro” si se observa que se trata de una peculiar coalición.
¿De qué depende la plausibilidad de cada escenario? La posibilidad de la continuidad histórica del kirchnerismo dependerá ante todo de que amplios sectores sociales identifiquen a este movimiento político como el que realmente representa sus intereses “objetivos” y no como forma circunstancial o “política”. En la coyuntura, las posibilidades electorales del oficialismo en la presentación de un candidato propio con chances dependerán de la propia acción del gobierno y específicamente del manejo de la agenda económica en la difícil etapa del regreso de “los mercados”. En este sentido será definitorio si la economía logra revitalizarse o si entra en una etapa de estancamiento o recesión.
Finalmente, tendrá fuerte incidencia la agenda de las fuerzas y actores políticos por fuera del propio kirchnerismo. Si Massa, Macri, Binner, Scioli, Cobos o Carrió, más algunos otros candidatos tuvieran la voluntad de presentarse por sus propios medios se dará el escenario fragmentado dispuesto más arriba. En cambio, si varios de estos actores políticos establecieran mecanismo de selección previa empleando por ejemplo las PASO, el escenario se simplificaría electoralmente hablando, pero se complicaría para el kirchnerismo que no tiene ningún candidato instalado. El año 2014 será un año de gran vitalidad política, preparando el recambio presidencial donde se comenzará a responder a buena parte de los interrogantes planteados.