Por: Carlos De Angelis
Dentro de las situaciones que se presentan en la política argentina en este año electoral, existe uno que resulta de particular interés: el caso de Gabriela Michetti. La controversia, finalmente zanjada sobre su futuro político, dispuesta entre su voluntad de competir por la Jefatura de Gobierno, y “lo que es mejor para el partido”, actualiza debates sobre las modalidades de selección de candidatos y la pluralidad de miradas aceptadas en los partidos políticos argentinos.
Sin duda, la actual senadora por la ciudad de Buenos Aires ha reunido un gran capital político en los últimos diez años. Es la dirigente con mayor imagen positiva en CABA y con una intención de voto que le permitiría sortear con razonables probabilidades de éxito la futura compulsa electoral. En un partido que emplea en forma masiva las armas de marketing político, y dónde los cañones han apuntado a instalar a Horacio Rodríguez Larreta, Michetti llega y se mantiene en los primeros planos prácticamente sin utilizar las herramientas que recomiendan los expertos.
Gabriela Michetti, en efecto, personifica otra faceta del PRO. Graduada de la Universidad del Salvador, tiene un bajo perfil mediático, distante del clima festivo que encarna el partido, y lejana a los eventos que cruzan parte del mundo político con el empresarial y la farándula vernácula.
Se puede decir que Michetti ya tiene una larga experiencia en cuestiones electorales. En 2003 cuando el PRO era aún Compromiso para el Cambio, encabeza la lista de legisladores de la Ciudad sacando poco más del 10% en la lista oficial de las cuatro que apoyaban a la fórmula Macri-Rodriguez Larreta frente a Ibarra-Telerman.
En 2007, ya como Propuesta Republicana acompañaría a Macri en la fórmula, ésta vez victoriosa, contra Filmus-Heller. Dos años más tarde, renuncia a la vicefatura para encabezar la lista de diputados nacionales por CABA, ganando con el 31% de los votos. En 2013 vuelve a poner su firma, para encabezar la lista como senadora por CABA junto a Diego Santilli. Allí alcanza casi el 40% de los votos, que le permitiría superar a Pino Solanas, quien entra por la minoría.
El PRO en su nucleo básico sostiene que se pueden implementar modelos organizativos empresariales en la construcción de la política pública, instalando el concepto de gestión, término clásico de la administración de la empresa privada. Este modelo tiene un bagaje “ideológico” muy poderoso y atractivo, que se ancla en la premisa rectora que “se le puede solucionar la vida a la gente” mediante la gestión eficiente.
Michetti, expresa matices al programa pragmático del PRO, centrándose en la construcción de “valores”, más cercana a las posiciones de la Iglesia Católica. En este sentido, presenta diferencias concretas, por ejemplo, contra la expansión de los juegos de azar. También con sus posturas frente al aborto, la igualdad de género o el matrimonio igualitario, se instaló lejos de la vereda “progresista”.
Parte de la lógica de construcción del PRO no es tan ajena a la propia del peronismo. Ni bien terminaron las elecciones de 2013, “la mesa chica del partido”, planteó que la Senadora vuelque su trabajo político a la Provincia de Buenos Aires, para fortalecer un distrito que constituye el núcleo duro de la política argentina pero donde el partido no logró presentar lista propia. Ante la terminante negativa de Michetti de “mudarse” de distrito, María Eugenia Vidal asumió la difícil empresa a pesar de su sideral distancia simbólica al mundo de la provincia.
La “invitación” a Michetti de integrar la fórmula presidencial con Macri la obligaba obviamente a desistir de la elección más importante en la ciudad, pero también implicaba ponerse debajo del paraguas del jefe político del PRO. Resuelta la situación donde Michetti y Rodríguez Larreta competirán en las PASO de la ciudad, aparece el nuevo dilema sobre cuál es el peso específico de los aparatos políticos y gubernamentales, si finalmente, como muchos sugieren, éstos se pusieran del lado del actual Jefe de Gabinete del Gobierno de la Ciudad.
Un dirigente político que logra cierta trascendencia en la opinión pública sin un uso intensivo de los medios constituye una rareza en la Argentina de hoy, más aún si sostiene posturas propias y “disidencias” en un marco político construido en base a liderazgos personales intensivos, y a modelos normativos rígidos, abriendo la incógnita de cómo se podrán procesar ese tipo de situaciones.