Por: Carlos Maslatón
Se cumplieron esta semana 40 años exactos de un evento para mí inolvidable. A las 07:45 del 5 de junio de 1973, en la formación de la bandera, mi colegio, el Nacional Nº 4 “Nicolás Avellaneda”, ubicado en el actualmente considerado Palermo Soho, era “tomado” en acción conjunta por Montoneros y por toda la izquierda marxista organizada dentro del establecimiento. Cursaba yo entonces el segundo año del bachillerato, justo 11 días antes habían asumido la Presidencia y Vicepresidencia de la Nación Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima como parte del experimento político denominado FREJULI, que triunfara con el 49% de los votos en las elecciones del 11 de marzo de ese año.
Se desobeció a la hora indicada la orden de izamiento de bandera y desde distintas alas del patio central comenzaron a entonar dos canciones: “Roux, botón, ni olvido ni perdón” y “Comberti, compadre, la concha de tu madre”; además como jingle más general resonaba siempre un “Duro, duro, duro, ahora el reglamento se lo meten en el culo”. Roux era el rector y Comberti el jefe de preceptores de la institución, a quienes se identificaba como representantes presuntos de la “Revolución Argentina” de 1966, cuyo proceso político enterrara Alejandro Agustín Lanusse el 25 de mayo de ese 1973. A las 07:55 se paró sobre un banco un militante Montonero de 4° año y anunció “la toma del Avellaneda” y exhortó al alumnado a marchar a preceptoría primero y al rectorado después para atacar a los funcionarios que osaran resistencia y para “destruir por completo mobiliario y papelería a la vista”. Las turbas marxistas obedecieron la instrucción, Roux y Comberti se escaparon del Colegio y se pulverizó todo lo que había en sus oficinas. Pero, como siempre ocurre con esta clase de situaciones descontroladas, se desencadenó luego el ataque al laboratorio y se rompieron a propósito los elementos de trabajo del gabinete químico, incluyendo microscopios de alta precisión y todos los tubos de ensayo de los armarios. En ronda de remate general, seguidamente se reventaron a palazos casi todos los vidrios de aulas y despachos, como si estos elementos fuesen también y en sí mismos portadores de alguna ideología condenable.
La toma duró 9 días, sin dictado de clases, pero todos asistíamos igual de día y de noche al colegio para verificar el estado de la situación y enterarnos de las novedades políticas. Inclusive se armaron un par de “clases magistrales” al aire libre de profesores comunistas y hasta nos visitó el diputado Héctor Sandler de UDELPA, que estaba en la Alianza Popular Revolucionaria de Oscar Alende para participar de la euforia de la hora. Tan bestial fue lo sucedido en ese año 1973, que a la misma muerte del General Perón el 1 de julio de 1974, el Colegio fue tomado esta vez por la ultraderecha peronista al mando de un jefe de preceptores de pseudónimo “Petete”, que en pocos días “venció al marxismo” de un plumazo.
Hasta aquí, la interna entre una y otra banda, que se consideraban ambas la representación del peronismo más puro. El ascenso de la Junta Militar el 24 de marzo de 1976 se “encontró” con mucho “trabajo” realizado bastante tiempo antes del golpe y con el campo servido para la reinstalación de una nueva dictadura, esta vez “con objetivos pero sin plazos de duración”.
A mí, al 5 de junio de 1973 no me faltaba demasiado tiempo para autodefinirme como liberal clásico, pero después de reflexionar acerca de la capacidad de destrucción gratuita de fuerzas marxistas y fascistas que para colmo integraban el mismo movimiento político nacional, pasé a adherir a las líneas más ortodoxas y pacíficas de la escuela liberal austríaca de Von Mises y Von Hayek. Cuarenta años después, sinceramente no sé si la frustración de la salida democrática de 1973 y la tragedia política de ese y de los dos años siguientes se podrían haber evitado, había demasiadas ganas de violencia en la sociedad, aunque no sirviera para nada, y tal vez lo que uno deba concluir hoy es que lo que pasó, pasó, y que los hechos formaron parte de procesos históricos necesarios, inevitables e irresistibles. En especial, debido a que casi todos los que difundían las ideologías de izquierda o de ultraderecha de entonces no sólo justificaban la violencia política sino que la consideraban un hecho lógico y natural altamente contemplado por la ciencia y así lo proclamaban sin remordimiento alguno por la prensa, en las calles y en las escuelas de toda la Argentina.