Por: Carlos Maslatón
Guillermo Moreno fue desde 2008 el destructor de la economía kirchnerista, que se había desarrollado como peronista ortodoxa normal desde 2003 en adelante y que como tal zafaba y podía durar sin ser buena. Pero Axel Kicillof es el enterrador de la economía kirchnerista y del kirchnerismo en su conjunto. Jamás existió un ministro de Economía tan ignorante, pero que se cree muy vivo, porque no sabe lo que hace ni desde el propio punto de vista populista y marxista, no hay antecedentes de fenómeno semejante. El reportaje de este domingo en Página 12 muestra que no comprende ni un solo fenómeno del mercado ni de la conducta humana en el mercado.
Kicillof anula los anuncios hechos a las apuradas con Capitanich el viernes pasado: compra de dólares físicos para turismo y gastos con tarjeta siguen con “sobreprecio” del 35%. Pensar que muchos ilusamente creyeron que se derogaba el 35% este disfrazado de impuesto. Mientras, el oficial +20 % es el precio al que el gobierno dilapidará las reservas del BCRA reventándolas a precio inferior al mercado. Es imperioso ahora que todos traten llevarse todos los dólares que puedan a precio-dumping, es una oportunidad histórica de compra que va a durar poco y que no se va a repetir. Es más, es tan peligroso lo que van a hacer que es probable que no se llegue a implementar, por ridículo, ilógico y por imposibilidad material de cumplir. Pero estar alerta y limpiar sin piedad al Banco Central si abren la ventanilla, a lo “Plan Primavera” alfonsinista de 1988-1989 antes del 6 de febrero del año de la hiperinflación.
Kicillof tiene una visión sobre el mercado de cambios similar a la de cualquier producto físico, para él es un tema logístico de fabricación o adquisición primero y luego de distribución. No comprende que, en materia de cambios y de productos financieros, no hay una posición que alcance la persona que la lleve a no seguir operando. En cambios se está siempre comprando y vendiendo, por múltiples razones incluidas realizar ganancias de capital asumiendo riesgos, es así como se arma el mercado de cambios en un país que es lo que logra la estabilidad de su moneda durante períodos largos de tiempo. Kicillof no comprende la especulación, su función social única, que es lo que permite que el mercado se desarrolle y que aumente así el producto bruto al poder calcularse económicamente con un sistema de precios reales.
Kicillof cree que puede venir desde el gobierno y decir que el precio del peso-dólar tiene que ser $8,00 y que, luego, todas las transacciones que se hagan irán a ese precio porque él lo decrete y que, a lo sumo, compensará las falencias del sistema regalando cada tanto y a su criterio arbitrario algunos dólares baratos a la gente. No se da cuenta que él sí podría fijar el precio del dólar en serio si quisiera, la paridad fija es un legítimo sistema cambiario y es en base a esta regla como funcionó el muy capitalista patrón-oro clásico. Pero para ello tiene que declarar, y hacerlo efectivamente, que el Estado a $8,00 pesos venderá todos los dólares que le pidan (sin identificar al comprador, ni verificar su capacidad tributaria para habilitarlo ni mucho menos limitarle cantidades transaccionales, ni adjudicarle “cupos” de compra), y que comprará todos los dólares que le quieran vender. Pero si no puede hacerlo, porque no tiene dólares, o no sabe, o no quiere, entonces tiene que ir al sistema de cambio flotante donde los precios justamente cambiantes se determinen por la oferta y la demanda y donde la libertad de acceso (comprar y vender) sea libre absoluta sin ninguna clase de restricciones personales u operacionales. Si no lo hace así, con el cambio flotante y libre, y al mismo tiempo quiere que el dólar se transe al precio que a él le guste, siempre tendrá valores más altos en mercados paralelos donde compradores puedan ver satisfechas su demandas permanente por vendedores dedicados al trading o por vendedores ocasionales, es irrelevante si el gobierno reputa a esta actividad como legal o ilegal, blanca o negra.
Si, además, regala dólares oficiales 40% por debajo del mercado, lo que hace es garantizarle el mejor negocio del mundo a quienes estén autorizados a comprar en el oficial para luego vender en el “negro”. Esto en argentino, se ha llamado históricamente “bicicleta financiera” y puede recaer sobre cualquier producto que el Estado decida subsidiar para que otros lucren, legal y legítimamente, por causa de la estupidez insigne de los funcionarios públicos, y que lo harán por las grandes ganancias que se generan aún desafiando a entidades represivas como una Gestapo nazi. Téngase presente que el precio real, del dólar o de cualquier cosa, es siempre el del mercado donde se pueda vender y comprar sin limites de cantidad y sin autorización previa del Estado antes de cursar la orden operativa. Es muy lamentable pero estamos en presencia de un ministro que no solamente no comprende cómo funciona la economía, sino que tiene fallas lógicas de comprensión de los fenómenos de la naturaleza, y esto en alguien con el título de economista no solo es imperdonable sino realmente insólito.
Toda desgracia, no obstante, tiene su beneficio. Está garantizado el fracaso inmediato de Kicillof, que conduce así al gobierno hacia su autoestallido final. Por cierto, en política tampoco vi nunca nada igual. A veces ocurrió en el pasado que se nombro un ministro o alto funcionario que no entendía nada, pero a los 15 días lo despedían por inútil o por demente. Lo grave de Kicillof es que la camarilla del gobierno, incluida la Presidenta, no se de cuenta que pusieron a conducir la cartera más importante del Estado a alguien que no sabe lo que hace y que lleva ya dos años causando daños que al país le son irreparables. Habla esto bastante mal, también, de la formación económica de quienes se dedican a la política en estos tiempos. Un político que no sabe de economía, es de la tercera o cuarta fila del poder, no de la primera ni de la segunda línea. Primeras y segundas líneas al menos tienen que tener la capacidad de elegir un ministro de economía razonable, aún desde el punto de vista de sus propias ideologías.