Por: Ceferino Reato
La presidenta Cristina Kirchner se considera una heredera virtuosa de aquella “juventud maravillosa” a la que perteneció en los setenta junto con su marido, Néstor, si bien en un rol periférico, y se inspira en esa década tanto para situarse en la realidad como para tomar sus decisiones políticas.
Cristina también divide entre amigos y enemigos, entre buenos y malos, como lo hacía la Juventud Peronista. De allí sus críticas a Estados Unidos y sus elogios a Cuba y a la Patria Grande latinoamericana. Y su recelo hacia las “corporaciones”: el campo, los medios, la “oligarquía”, la Iglesia, la Justicia y los sectores de clase media refractarios al peronismo.
Como aquellos jóvenes, la Presidenta es más evitista que peronista; considera que Juan Perón abortó la gesta reformista del presidente Héctor J. Cámpora, y es partidaria de una alianza fuerte con un sector del Ejército, que en su caso es encarnada por el teniente general César Milani, una réplica del Jorge Carcagno del ’73. Y si bien, a diferencia de su marido, nunca se sintió especialmente atraída por la economía, es sensible a las explicaciones y a las recetas vinculadas al nacionalismo revolucionario setentista: centralidad del Estado, recelo del mercado, desconfianza del liberalismo, etcétera.
Un aspecto negativo de esa cultura política es la ausencia de responsabilidad: los hechos no queridos siempre pasan por culpa de otro. Por ejemplo, la inflación es el efecto de las remarcaciones de empresarios egoístas; los cortes de luz se deben a que los usuarios gastan demasiado o a que las eléctricas no invierten, y el dólar sube por la especulación. Esa lógica del setentismo es uno de los temas centrales de mi último libro, ¡Viva la sangre!, del cual ofrezco la Introducción a quien quiera descargarla.