Por: Ceferino Reato
Apenas los senadores y diputados lo designaron presidente de la Argentina por cuarenta y ocho horas, Ramón Puerta se dispuso a ocupar su puesto. Casi todo su gabinete cabía en su automóvil de senador: él se sentó adelante, al lado del chofer; el diputado Miguel Ángel Toma se ubicó en el asiento trasero, flanqueado por el senador Jorge Capitanich y Humberto Schiavoni, un abogado misionero que con los años sería el jefe de campaña de Mauricio Macri.
Puerta conocía a “Coqui” Capitanich de cuando era gobernador de Misiones y privatizó el banco provincial, que fue el primero en su tipo adquirido por el Banco Macro, de Jorge Brito. Eso ocurrió en 1996. “Coqui —cuenta Puerta— fue mi asesor en aquella privatización”.
Capitanich fue luego gobernador del Chaco en dos oportunidades; el 20 de noviembre de 2013, la presidenta Cristina Kirchner lo nombró jefe de Gabinete. En realidad, ya había estado en ese puesto, durante los primeros cuatro meses del gobierno de Eduardo Duhalde, en 2002, por recomendación de Puerta.
—Este Capitanich, ¿vos crees que da para jefe de Gabinete? —le preguntó Duhalde cuando fue elegido, recuerda Puerta.
—Yo creo que sí.
—Es un chico bárbaro —le dijo Duhalde a la semana.
Al mes, Duhalde lo volvió a llamar, siempre según Puerta.
—¡Este chico! Habla mucho, pero no hace un gol.
En la breve presidencia de Puerta, Capitanich se hizo cargo de Economía, Desarrollo Social, Salud y Trabajo; Toma fue nombrado en Interior, Justicia y Derechos Humanos, y Schiavoni funcionó como jefe de Gabinete y secretario general de la Presidencia.
Comenzaba la tarde de aquel viernes 21 de diciembre de 2001 cuando el auto con Puerta y sus ministros recorría las desoladas calles del centro de Buenos Aires rumbo a la Casa Rosada. Iban solos, sin custodia, esquivando las sobras de la batalla desigual del día anterior: palos, cascotes, botellas y trozos de hierro en todo el trayecto; restos de fogatas en las esquinas; algunos autos incendiados en la 9 de Julio. Les impresionaron los neumáticos quemados de un camión en Diagonal Sur: el fuego había devorado todo el caucho y las estructuras de metal lucían al descubierto, como si fueran los huesos de un cadáver circular.
Una de las visitas que Puerta recibió fue la de su amigo Mauricio Macri, con quien había estudiado ingeniería civil en la Universidad Católica Argentina. Macri presidía el club Boca Juniors desde hacía seis años; al final del encuentro, antes de la despedida, Macri le hizo un pedido.
—Con el estado de sitio, no podemos jugar la última fecha del campeonato. ¿Qué se puede hacer?
—Estamos viendo justo el tema del estado de sitio. ¿Qué partidos tienen que jugar?
—El más importante es el de Racing; están a punto de salir campeones. Hace treinta y cinco años que no salen campeones.
Para Macri, no era solo una cuestión futbolística: el publicista Fernando Marín —con quien lo unía una estrecha relación— ejercía la gerencia de Racing a través de Blanquiceleste, una sociedad anónima surgida luego de la quiebra del club, en 1999.
Menos lo era para Puerta: “A mí como hincha de fútbol, me parecía una injusticia que no pudiera jugar Racing, pero inmediatamente lo agarré por el lado político, que era volver a un país normal. La televisión estaba meta mostrar cosas feas: incendios, saqueos… Por eso, me pareció muy bueno que la televisión de todo el país mostrara el partido por el campeonato y que la gente saliera a festejar”.
Puerta derivó el asunto en Toma.
—Mauricio dice si podemos hacer algo para que juegue Racing. Es la última fecha del campeonato y puede salir campeón.
—Yo me ocupo, Ramón. Ya mismo lo llamo a Julio Grondona.
—¿Lo conocés?
—Claro, si en la Cámara de Diputados nos reunimos todas las semanas con él y con todos los directivos del fútbol para ver la seguridad de los partidos de cada fecha. Quedate tranquilo, Ramón: va a salir campeón Racing.
Racing tendría que haber jugado el domingo 23 de diciembre, pero el estado de sitio lo impidió. Dirigido por Reinaldo “Mostaza” Merlo, al sufrido Racing le bastaba empatar su partido con Vélez Sarsfield —como visitante, en Liniers— para conseguir su ansiado campeonato y borrar la triple vergüenza de una espantosa sequía de títulos, el descenso a Primera B y la quiebra económica. River Plate —con un juego vistoso, varios futbolistas de nivel y Ramón Díaz en el banco— era su escolta, a tres puntos.
Toma volvió a su despacho y —según recuerda— llamó por teléfono al presidente de la Asociación del Fútbol Argentino.
—Don Julio, necesito verlo urgente.
—Muy bien, don Miguel. ¿Por qué tanto apuro?
—Mire, vamos a tener que sacar campeón a Racing.
—Lo primero que hay que hacer es sacar el estado de sitio.
—Por eso, no se preocupe, pero, tiene que salir campeón Racing, así la gente puede festejar algo.
—No sé si salir campeón, don Miguel. Lo importante es que se pueda jugar al fútbol.
Toma y Grondona quedaron en encontrarse al día siguiente, el sábado al mediodía.
Antes de reunirse con Puerta —que los esperaba junto con el empresario Marín— Grondona pasó un momento por el despacho de Toma.
—Mire Don Julio que tiene que salir campeón Racing.
—No es tan fácil, don Miguel.
—Don Julio, ¡usted sabe cómo son estas cosas!
Grondona sonrió con una mezcla de halago y malicia, y subieron al despacho del presidente.
El título del diario deportivo Olé, del domingo 23 de diciembre, no pudo ser más certero: “Ganó Racing”, informó en su tapa junto con una foto de Puerta, Toma, Grondona y Marín; todos ellos muy sonrientes.
El acuerdo fue que el jueves 27 de diciembre a las cinco de la tarde se jugarían solamente los dos partidos por el título: Vélez-Racing y River-Rosario Central, ambos en la Capital. Sobre el resto de los partidos y un eventual desempate entre Racing y River no tomaron ninguna decisión.
Pero, no hizo falta. River liquidó rápidamente su partido con un 6-1; Racing —un equipo versátil y de mucha garra, aunque de poca destreza técnica— tuvo que sufrir mucho para empatar 1-1 gracias a un gol en evidente fuera de juego, que abrió sospechas que aún perduran contra el árbitro Gabriel Brazenas y el juez de línea Alberto Barrientos.
El episodio clave ocurrió a los nueve minutos del segundo tiempo. En el Monumental de Núñez, Ríver ya ganaba 5-0 cuando en Liniers, Brazenas sancionó un tiro libre en favor de Racing. El colombiano Gerardo Bedoya tiró un centro que cayó en el segundo palo del arquero Gastón Sessa, y el defensor Gabriel Loeschbor provocó el delirio de los hinchas albicelestes con un cabezazo que pasó entre las piernas de Sessa. Vélez empató a trece minutos del final, y con ese resultado Racing dio la vuelta olímpica en plena crisis.
Diez años después, en una entrevista con el periodista Alejandro Wall para su libro “¡Academia, carajo!”, el juez de línea Barrientos reconoció que Loeschbor estaba “como un metro veinte, un metro treinta, en orsai”, pero que no levantó el banderín sino que corrió al medio del campo convalidando el gol porque —asegura— era fanático de Racing y quería que su equipo saliera campeón.
Y agrega que no hizo falta que nadie del fútbol ni de la política le sugiriera que esta vez el candidato oficial era su propio equipo: “Yo sabía íntimamente que Racing iba a salir campeón sí o sí. Yo creo que hasta Vélez sabía. ¿Sabés cuándo me di cuenta? Cuando lo veo a Grondona entrando a la Casa de Gobierno para que Racing jugara”.
El poder de Grondona en el fútbol incluía el control del Colegio de Árbitros a través de uno de sus hombres de mayor confianza, Jorge Romo. Barrientos está convencido de que él fue elegido para el partido decisivo porque era hincha del club.
En realidad, las sospechas no se posaron tanto en Barrientos como en Brazenas, un árbitro muy a gusto de Grondona y de Romo, tanto que fue elegido para varios partidos definitorios en los torneos de la década pasada. Brazenas era considerado una carta que Grondona se reservaba para los partidos que le importaban mucho, más allá de la formalidad de los sorteos. El último de sus arbitrajes fue un escándalo: el campeonato que Vélez le ganó a Huracán en 2009, con un gol mal anulado a Eduardo Domínguez —de Huracán— y una falta clarísima del delantero Joaquín Larrivey al arquero Gastón Monzón que permitió el único gol del encuentro. Fueron unánimes las críticas al desempeño de Brazenas, que no volvió a dirigir nunca más.
El artículo es un extracto del más reciente libro de Ceferino Reato, “Doce noches” (Sudamericana)