Por: Christian Joanidis
No necesitamos saber cuántos grados hay para saber si hace frío o calor. Es una cuestión intuitiva. Acostumbrados a esperar mediciones duras y a basarnos en ellas, ignoramos muchas veces por completo nuestras sensaciones. Quienes estamos en el mundo de la gestión preferimos, y con razón, las mediciones concretas, pero hay momentos en que una sensación dice más que un número. Y el Gobierno, fiel a un estilo gerencial, evita prestar atención a las intuiciones.
Así que, como salgo a la calle y siento frío, también siento cierto cansancio con el Gobierno actual. Se respira en el aire, se escucha en cada comentario: la gente se está cansando. Es claro que la sensación se limita al ambiente en el que uno se mueve, pero casualmente ese ambiente, en mi caso, es el mismo que votó a este Gobierno.
Cada vez que un cartel desactualizado me recuerda a la dupla Daniel Scioli-Carlos Zannini respiro aliviado: estuvimos muy cerca del precipicio, pero nos detuvimos a tiempo. En aquella época en la que nos tocaba defender la República en las urnas, estábamos dispuestos a sacrificios, a cambios que nos resultaran incómodos, porque sólo queríamos que se terminara de una vez por todas esa década de degradación de las instituciones y de la libertad. Solucionado ese problema, ahora estamos poniendo los ojos en otro horizonte.
Ya van casi seis meses y al menos yo no logro entender hacia dónde va este Gobierno. Ha tomado todas las medidas previsibles: levantar el cepo, arreglar con los holdouts y retocar las tarifas. Hasta ahí, todos entendimos que se intentaba corregir el país absurdo en el que nos había sumido el kirchnerismo. ¿Qué sigue ahora? No me queda claro.
Esta falta de nitidez en el camino puede deberse seguramente a las falencias en la comunicación que el Gobierno ha ostentado como si fueran joyas vistosas. Pero también puede deberse a una falta de claridad del propio Gobierno. Pero quiero ser positivo y entonces afirmo con la mayor de las convicciones que Mauricio Macri trazó un rumbo concreto y que sus ministros trabajan en él a conciencia. Me niego a pensar que sus ideas se terminan con las dos o tres medidas coyunturales que ejecutó el Ejecutivo nacional. Creo con firmeza que hay un plan. El problema es que nadie habla de ese plan, lo cual nos lleva de nuevo al problema de comunicación.
Se me ocurren tres razones por las cuales el Gobierno puede no estar comunicando bien. La primera es la falta de conocimiento en el área en particular. Es posible que en todo el equipo nacional no haya una sola persona preparada para comunicar apropiadamente, que no haya asesores que puedan ayudar a ese respecto. Tal vez sea un talento escaso y que ningún ministro logró poner a su servicio aún. Puede ser también la falta de carisma, que hace que una persona prefiera encerrarse en una oficina a trabajar en lugar de salir a comunicar. Ciertamente este mandato no pasará a la historia por tener una colección de personajes carismáticos como figuras centrales.
Puede ser soberbia. Creer que uno sabe todo, que todo le sale bien y que no necesita que nadie le venga a decir nada. En esa profunda convicción en uno mismo y sus habilidades estaría enmarcado casi todo el Ejecutivo nacional. El que todo hace bien no necesita ayuda. Y sería tal la soberbia que hasta habría anulado esa sensación térmica que tenemos todos. Nadie en el Ejecutivo parece darse cuenta de que en la calle está haciendo frío.
Hay una tercera opción y es que se trata de una cuestión de estilo. Cuando uno es nombrado gerente de una empresa, no sale a comunicar y convencer a quienes le reportan. Se trata, en general, de una relación en la que el gerente pide, sus subordinados cumplen y luego el gerente informa. Eso es lo que se recomienda incluso desde las buenas prácticas de gestión. Mucha comunicación tampoco ayuda, porque en definitiva la gente está ahí por un sueldo y lo que le interesa es seguir cobrándolo y que aumente. Tal vez los ministros creen que son gerentes y por eso salen a informar a la población sin hacer ningún tipo de esfuerzo de comunicación. Salvando un par de acertados comentarios de Mauricio Macri, el resto sólo se encargan de que la sensación térmica siga bajando. Es un estilo peligroso, que confía en que la población quiere un resultado y que, cuando se llegue a ese resultado, nadie va a preguntar nada y todos estarán contentos. Comunicar es perder el tiempo, hay que dedicarse a hacer. Pero esto de hacer tampoco parce estar saliéndole demasiado bien al Gobierno.
Entonces, esto se termina convirtiendo en una cuestión de fe. El oficialismo dice que el año que viene la inflación va a bajar, pero basta con asomar un poco la cabeza para que se tambalee esa fe que uno tiene en las palabras de los ministros. Al ritmo al que se deprecia nuestro billete de cien es difícil creerle a alguien que habla de una reducción drástica de la inflación.
Yo quiero seguir creyendo. Le doy mi voto de confianza al actual Gobierno. A pesar de que la sensación térmica me dice que la gente está cansada, que cree que el Ejecutivo no sabe lo que está haciendo y que nunca va a solucionar nada, yo sigo creyendo. Esta fe tan profunda que tengo se tambalea cada día con más fuerza, me cuesta cada vez más sostenerla, pero mi optimismo por ahora sigue en pie, incólume, aunque cada vez esté sintiendo más el frío.