
Por: Daniel Sticco
Mas allá de que el estudio Ferreres estimó que el paro parcial de actividades le costó al país unos $2.100 millones, las pérdidas del 20N no fueron sólo económicas, sino también en lo político: para el Gobierno como para los sindicatos disidentes al oficialismo.
El primero, porque a pesar de que su compromiso es con los más de 40 millones de habitantes, sigue empecinado no sólo en no querer dialogar, sino también, peor aún, en no estar dispuesto a escuchar los reclamos y necesidades de millones de argentinos.
Los segundos, porque no confiaron en su poder de convocatoria sin movilización y optaron por asegurar la movida con piquetes, amenazas e incitación a no trabajar y dejar trabajar a algunos comercios, bancos y estaciones de servicio de combustibles, entre otros.
Pero el gran perdedor en lo económico y social sigue siendo el país, porque, más allá de la persistencia de la crisis internacional, la brusca desaceleración del crecimiento del país en el corriente año fue más por mérito propio que por influencia ajena.
Basta observar que China perderá este año respecto del ritmo de expansión de 2011 a lo sumo 4 puntos porcentuales, Brasil 2, Chile 1, las economías avanzadas 0,5, la eurozona menos de 2 puntos, etc., mientras que en el caso de la Argentina será entre 7 y 8 puntos porcentuales.
De ahí que, haciendo un promedio simple a nivel mundial, surge que la lenta resolución de la crisis financiera y fiscal internacional provocará este año una pérdida de menos de 2 puntos de crecimiento, mientras que los factores domésticos explicarán los restantes 5 a 6 puntos porcentuales.
Y dado que la Dirección Nacional de Cuentas Nacionales estima el PBI de la Argentina en torno a dos billones de pesos –es decir, dos millones de millones (un 2 con doce ceros), a un ritmo promedio diario de $5.479 millones–, resignar de 5 a 6 puntos de crecimiento implica perder, a valores de hoy, entre 330 y 350 millones diarios, unos 100.000 a 120.000 millones este año.
Hay salida, pero no vocación
Pese a lo inimaginable de cuánto significa tamaña cantidad de dinero que la Argentina renuncia a generar, simplemente por no querer reconocer que los gobernantes, como seres humanos que son, pueden cometer aciertos y errores, la buena noticia es que hay estrategias claras para volver a crecer y generar fuentes de trabajo a tasas cercanas a los dos dígitos.
No sólo las capacidades ociosas son enormes en materia de plantas industriales, uso de los recursos naturales, empleo del crédito, posibilidad de atraer el ahorro externo de los argentinos en el exterior para aplicarlo a la inversión, sino fundamentalmente en términos de volver a índices de confianza histórica de las familias.
Se trata de dejar de lado la política del monólogo nacional, la violación de las instituciones o la búsqueda de atajos legislativos amparados en mayorías circunstanciales.
Entre las principales instituciones a recuperar se ubica no sólo el Indec, para contar con estadísticas confiables que sirvan para hacer diagnósticos y diseñar políticas, más que para encontrarles los vicios que se acumulan en materia de precios e indicadores de pobreza e indigencia.
También el recupero del rol del Banco Central como protector del valor del dinero, de la capacidad de ahorro del Estado a partir de la austeridad fiscal para revertir la insoportable presión fiscal sobre quiénes pagan, como los asalariados de menos del equivalente a u$s60.000 al año.
El cierre del capítulo del default y la apertura al mundo comercial, sin exageradas protecciones y cupos, no tanto para poder contraer deuda a las bajas tasas de interés internacionales, sino para atraer a inversores de riesgo en emprendimientos productivos, como la exploración y explotación de las reservas no convencionales de petróleo y gas, también se consideran claves para poder crecer a tasas “chinas”.
La lista puede seguir, dadas las necesidades de encarar megaemprendimientos de infraestructura urbana, vial, portuaria, entre otros.
Todo eso es posible en una convivencia en la que se incentiven los consensos, más que los disensos y se privilegie la estabilidad de precios y el crecimiento genuino hacia adentro, pero también hacia afuera, dadas las capacidades subdesarrolladas para generar alimentos para el mundo.
Lástima que el Gobierno parece empeñado en seguir perdiendo oportunidades para que la Argentina ocupe el lugar que puede en un mundo cada vez más competitivo, y en el que todos los vecinos se dan el lujo de, con mucho menos, sacarle ventajas.