La Argentina se afirma entre las economías más cerradas

Daniel Sticco

Ya se sabe que el país se ubica entre los cinco primeros del planeta en el ránking de naciones con mayor tasa de inflación, al mes y al año, en la medición de las consultoras privadas y desciende algunos pocos peldaños si se toma el cálculo del Indec.

Pero pocos reparan que también se encuentra en un posición destacada entre quienes mantienen la menor apertura comercial al resto del mundo, sea considerando la suma de las exportaciones y de las importaciones y su relación con el PBI en dólares, o más aún si se toma la prueba seca de computar sólo las compras en el exterior en relación a la generación de riqueza interna.

El análisis de una serie de 118 países con datos provisorios de todo el 2012 indica que la Argentina ocupa el puesto 110, con 32,2% en el caso de la apertura amplia, apenas algo mayor al que registran Colombia, Pakistán, Japón, Irán, los EEUU, Siria, Sudán y Brasil.

Mientras que en la prueba seca el grado de apertura cae unos escalones más, al 113, con una proporción de apenas 14,2% del PBI, superando por poco a Irán, Kuwait, Qatar, Sudán y Brasil.

A primera vista se puede argumentar que no existe un patrón común de conducta que posibilite vincular la proporción del intercambio de bienes con las riquezas naturales explotadas o con las habilidades tecnológicas y las capacidades de autoabastecimiento de cada estado.

Sin embargo, la amplia brecha que separa al país del resto del mundo, unos 20 puntos porcentuales, que significa estar prácticamente en la mitad del promedio, permite concluir que la competencia de importaciones no constituye necesariamente una limitación al crecimiento de los países, menos aún al desarrollo de sus pueblos.

La estadística aportada por organismos internacionales muestra que los casos de los grandes emergentes, como China e India, la apertura amplia de sus economías, con una relación de 46,1 y 41,1%, respectivamente, no les ha impedido crecer, reducir el desempleo, elevar gradualmente el estándar de vida de sus habitantes y no estar afectados por el flagelo de la inflación.

Contabilidad creativa
Ayer la Secretaría de Hacienda difundió con un atraso de más de 40 días el resultado fiscal del último año. Como se esperaba, se reconoció un abultado déficit de las cuentas públicas, tanto antes de computar el pago de intereses de la deuda pública, como el financiero y no obstante el uso de todas las fuentes elegidas para su financiamiento: Banco Central, Anses, impuesto inflacionario y también el retraso del pago de salarios y a proveedores.

Pero además, una vez más, como todos los meses, resalta que “las medidas fiscales continuaron apuntando a superar los desafíos de la renovada crisis internacional, a fortalecer el mercado interno, a dinamizar las economías regionales y a continuar con las políticas de inclusión de amplios sectores sociales a la producción y el consumo. Atento al deterioro de la situación internacional, la política fiscal actuó en 2012 con un objetivo contracíclico”.

Esas medidas fueron, entre otras, el cierre de la economía, al imponer un trámite burocrático de declaraciones juradas de necesidades de importación, cepo a la venta de dólares a particulares y Pyme, prohibición de giro de dividendos al exterior por parte de empresas extranjeras, pesificación forzosa de las operaciones inmobiliarias, y el paso de un régimen de precios administrados a otro de precios congelados por 60 días, prorrogables, con excepción de las tarifas de servicios públicos y de combustibles.

Los resultados contracíclicos fueron contundentes, aunque en un sentido opuesto al buscado: la economía se estancó, tras venir creciendo a tasas de más de 7% al año -virtualmente no hay país que haya acusado semejante frenazo-, cayó la inversión y se destruyeron empleos netos, la inflación se aceleró y la economía se cerró aún más, porque la falta de insumos y partes afectó el ritmo de las exportaciones.

De ahí el abultado rojo fiscal, volviendo a niveles de cuatro a cinco lustros antes, pese a la bonanza que mantuvieron los precios de los productos que más exporta la Argentina.

En consecuencia, sería el momento de replantear el relato de importaciones no, producción sí, por el de mejorar la calidad y estructura de las compras en el exterior para ofrecer una competencia que incentive el aumento de la productividad, acompañada con una moneda que no se deje apreciar artificialmente, como ancla antiinflacionaria, porque en este punto también estamos mal ubicados en el ránking mundial.