Hijos del dolor…. de una época nefasta,
Hijos de esos padres que vimos desaparecer… de nuestros compañeros,
Hijos que buscamos, junto a sus familias,
Hijos recuperados… hijos por recuperar,
Hijos que tuvieron la suerte de no vivir esa época y que se interesan por los otros,
Jóvenes en general y… no tan jóvenes.
En 1977, un 14 de agosto, secuestraron a mi marido, Alejandro R. Odell. Yo estaba embarazada de 7 meses.
Mucho nos costó reconstruir los hechos. Previo pasaje por un maléfico y casi desconocido “Casino de oficiales” en Ing. Maschwitz, unos días después lo llevaron a la ESMA, de donde salió en noviembre de ese año… para un vuelo… un vuelo a la muerte. ¿Saben lo que eran? Subían engañados arriba de un avión, con un dosis de calmantes y los tiraban al mar… Y ya se terminaba la historia para ellos.
Hace más o menos 3 años junté coraje, a la familia que pudo ir, y logré entrar a ese lugar. Ya en la recepción nos preguntaron el por qué de nuestra visita. Ahí empecé a llorar, y no pude parar hasta la salida.
El guía fue muy cálido y estaba muy preparado, dispuesto a contestar cualquier pregunta. Al principio nadie preguntaba. Había una atmósfera muy extraña, yo sentía las palabras pero no podía reaccionar, eso era sólo el principio.
Cuando empezamos a hacer “el camino” que hacían los secuestrados en los camiones, autos o camionetas que los llevaron, fue muy impactante. Llegamos a las cadenas, gruesas, esas que se bajaban para dejar pasar esos vehículos, y “sentimos” o imaginamos el ruido de los coches al pasar, y que describieron luego los sobrevivientes.
Finalmente el estacionamiento, y de ahí a la primera sala de tortura.
Justo cuando estábamos en ese lugar me llamó mi hija. ¡Corazón mío!, fue ahí mismo que nos unimos todos, los que estaban y la que no pudo estar: me sentí plenamente acompañada, no estaba sola, tenía a mi lado a lo más hermoso de mi familia. Recordé mi vida, nuestra corta vida juntos… el adiós que nunca nos dimos y que está flotando, atrapado por siempre en este lugar.
Hablábamos bajito, como uno hace en los museos, o en los cementerios o iglesias. No sé por qué en estos lugares la gente habla bajito. En la ESMA se siente tanta energía… tanto dolor en sus paredes, en sus pisos, en su ambiente… Parece que vas a molestar a alguien si hablás fuerte, a alguna presencia.
Después al Casino de Oficiales, ahí donde hacían fiestas, grandes fiestas, mucha música, mucho ruido. ¡Con comidas y asados de los mejores! Mientras los compañeros subían y bajaban por las mismas escaleras, yendo y viniendo, eran “invisibles” para los que “festejaban”.
Y después a “Capucha”, el lugar en donde dormían, o al menos lo intentaban, entre sesiones y sesiones de tortura o a la espera del parto. Estaba todo tan mezclado, la vida y la muerte…
Había unas marcas en una pared. ¡Por favor, una marca de vida!
Ahí le pregunté al guía si los sobrevivientes habían identificado el lugar en donde habían estado. Me dijo que sí. No me animé a preguntarle por la compañera sobreviviente que estuvo al lado de Alejandro y que dio detalles de su “estadía” en ese “albergue de la muerte”. Después me arrepentí, pero en ese momento no pude.
Y al final Capuchita. Arriba. Era verano y había un viento bárbaro, igual sentí frío. No podía siquiera imaginar que seres humanos debían permanecer ahí.
Saliendo, vimos una muestra fotográfica y nos fuimos todos con un dolor en el corazón pero (y hablo en nombre de los 30 y pico que estábamos) con el orgullo de habernos animado a entrar y recorrer ese espacio.
El silencio y el olor de este lugar te queda impregnado en el cuerpo, en el alma, no te abandona.
La ESMA es un cementerio, un cementerio sin tumbas, las tumbas están ahí cerquita… en el Río de la Plata. No es un lugar para festejar, no es un lugar para las murgas, no es un lugar para clases de cocina… Es un lugar de recogimiento. Para la cultura, sí, para exposiciones de fotos, cuadros, poesía, testimonios, no para asados y fiestas.
No puedo expresar de otra manera mi dolor al ver lo que están haciendo, esta apropiación de un ámbito de todos los argentinos. Y siento mi dolor como el dolor de todos los seres queridos al llegar y ver ese espacio convertido en un circo ajeno, no nuestro.
Diana Manos