Por: Diego Kravetz
En nuestro artículo anterior hablamos sobre algunas peculiaridades que aparecían en la toma del Colegio Nacional Buenos Aires.
En primer término el origen de la medida de fuerza, que no es otro que la discusión sobre la homologación de títulos secundarios entre todos los ministros de educación de las provincias, más el ministro de educación de la Ciudad, más el ministro de educación de la Nación, más…los alumnos del Nacional Buenos Aires, a los cuales, por cierto, no se aplica dicha homologación.
Los alumnos de Nacional Buenos Aires NO están de acuerdo con la homologación y por ese motivo deciden tomar el colegio.
Repetimos lo que está afuera del debate: el casi millón de chicos que no estudia ni trabaja, el 50% de los alumnos que no comprende los textos, la relación entre el estudio secundario y el trabajo posterior, o cualquier otro tema de relevancia que permita someramente entender una medida extrema como la toma.
Vale la pena recordar que de este famoso colegio han surgido presidentes, premios Nobel, académicos prestigiosos, entre otros.
Ahora, no he escuchado a ningún egresado del Nacional opinar sobre la homologación de títulos secundarios desde el lugar de “egresado del Nacional”. Entiendo que quien egresa, para opinar sobre una temática específica, debe especializar sus estudios posteriores en ello, no? Ser egresado de un colegio secundario, no importa su excelencia académica, no habilita a opinar sobre todos los temas. Y sino sos siquiera egresado, menos.
Así las cosas, una medida extrema como la toma requiere de una mínima pizca de sustento. Del debate somero está claro que la explicación de la toma no se sostiene.
Los chicos no están defendiendo valores importantes para la sociedad, ni se están defendiendo de un ataque que habilite semejante medida de fuerza. La realidad es que se ponen a la altura de adultos especialistas en un tema para discutirlo de igual a igual y ningún adulto responsable les dice que esto no corresponde.
Los chicos se pueden equivocar, los grandes también. Ahora el deber del grande es educar al chico, ponerle límites, formarlo.
Está claro que la medida de la toma es una desproporción en relación a lo que se discute y del lugar donde se discute. El problema más grave de este caso ya no es que los chicos se equivocan, es que a los padres les parece que está fenómeno.
En otras palabras, la toma no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo, cuenta con el respaldo de los adultos que decidieron tiempo atrás que lo mejor era que sus hijos se formaran allí. El otro día votaron, ellos, los padres, y definieron cómo seguía la historia. Uno solo de los 120 presentes creyó que no había que continuar con la toma. Quiero imaginar que había 119 papás especialistas en homologación de títulos secundarios.
Hace no mucho se conocieron datos del Ministerio de Educación y el informe PISA. La mitad de los estudiantes argentinos no termina la secundaria. Para acabar con esta vergüenza nacional se precisa fundamentalmente del compromiso ciudadano de los funcionarios, dirigentes y los PAPÁS. Esta es una gran oportunidad para que la autoridad vuelva a quienes son los encargados de formar.