Vamos por nuevos paradigmas

Enrique Viale

Queremos incorporar al debate en el Congreso Nacional nuevos paradigmas, todos invisibilizados por la agenda mediática/política. Queremos construir otra cultura política, otra relación con la naturaleza (como parte de ella) y otro sentido de lo público.

Debemos reconocer los Derechos de la Naturaleza, que no supone una naturaleza virgen, sino el respeto integral por su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos, la defensa de los sistemas de vida y de todos los seres vivos.

Dejar de comprender la naturaleza como una mera mercancía sino también únicamente como un recurso natural estratégico, como lo entiende la vieja izquierda. La transición del concepto de recursos naturales al de bienes comunes consiste en una radicalización de la democracia.

Por el contrario, en todo el país se ha consolidado un modelo extractivista-exportador que la sobreexplota, donde son las corporaciones las que dominan los territorios: la minera Barrick en la cordillera, Monsanto en el campo y, ahora, Chevron en el subsuelo.

Y la historia lo demuestra, por donde pasa el extractivismo sólo quedan transnacionales enriquecidas, saqueo, contaminación y territorios devastados. Y va por nuevas fronteras, pretende mercantilizar todo, expulsando población y condenándola a las periferias de las ciudades, creando más exclusión. La crisis ecológica/ambiental y la crisis social están profundamente interrelacionadas y son producto de las mismas fuerzas estructurales.

El “extractivismo” también ha llegado a las grandes ciudades. Pero no son los terratenientes sojeros, ni la megamineras, sino la especulación inmobiliaria la que aquí expulsa y provoca desplazamientos de población, aglutina riqueza y territorio, se apropia de lo público, provoca daños ambientales generalizados y desafía a la naturaleza en el marco de una marcada degradación institucional y social. El éxito de la ciudad se busca a través de indicadores como la construcción de metros cuadrados, el aumento de la valuación de los inmuebles, lo cuantitativo por sobre los cualitativo. Cada vez más se profundiza la concentración de territorio. La entrega de bienes comunes como las tierras e inmuebles del Estado, los espacios verdes, para la especulación inmobiliaria no descansa. Los barrios pierden sus identidades y sus habitantes no tienen decisión en las políticas de planeamiento urbanas. Se ha mercantilizado la vivienda hasta el paroxismo, convirtiendo a los inmuebles en una especie de commodity, una mera mercancía, mera especulación, un bien de cambio.

En la Ciudad de Buenos Aires se construyeron 20 millones de m2 en los últimos 10 años y en el mismo período creció un 50% la población que vive en sus villas. El 50% de los inmuebles de Puerto Madero están vacíos.

¿Para quién se construye? ¿Para qué? Se impone así un sistema especulativo, que implica privatizar beneficios y socializar costos. La contracara de la especulación inmobiliaria es la emergencia habitacional. La naturaleza y los espacios públicos es completamente sacrificable en pos del crecimiento de la ciudad y la generación de renta para las corporaciones inmobiliarias. Se impermeabilizan los suelos, se construye y urbaniza irracionalmente y se avanza sobre las superficies absorbentes en áreas urbanas y suburbanas que no las planifica el interés general, sino la especulación inmobiliaria a través de los privilegios que le conceden quienes ocupan cargos en los Estados. Un ejemplo de ello fue el resultado del Pacto PRO-K en la legislatura porteña -en noviembre del año pasado- que entregó casi 200 has de la Ciudad a la especulación inmobiliaria.

En definitiva, el Extractivismo Urbano está consolidando ciudades degradadas, violentas, insalubres, privatistas, exclusivas y antidemocráticas. Todos y todas, y no un pequeño grupo de corporaciones –ni tampoco una élite de funcionarios del Estado–, deben poder elegir –democráticamente- qué hacer en los territorios comunes, en los espacios públicos.

No le decimos a nadie que “camine distinto”, nosotros queremos caminar como ellos. Como los vecinos que se agrupan para defender la identidad de un barrio, contra las torres, las inundaciones, en defensa de sus plazas o parques, por su vivienda. Sin vanguardismos, debemos avanzar hacia la radicalización de la democracia en el Gobierno de nuestras ciudades y territorios, por allí está el camino.