Por: Ernesto Sanz
Políticos, ciudadanos, encuestadores o analistas, nadie puede decir que la elección porteña era previsible por una simple razón: el principal protagonista de la política argentina desde hace doce años no estaba en las urnas.
No había en la historia cercana ejemplos para transpolar. Para entender qué podía pasar el domingo había que mirar al futuro más que hurgar en el pasado. Y si bien el futuro es impredecible, el domingo al menos pudimos vivirlo por un rato.
Los porteños nos llevaron a pasear por el futuro.
Una campaña con más proyectos que prejuicios, con dos candidatos respetuosos y preparados, y una muestra cabal de que hay política y vida después del populismo; sin dramatismos, con altas cuotas de racionalidad y bajos valores de personalismo.
Más allá de la elección en sí, los porteños ganaron el domingo. Ganaron con ECO y Martín Lousteau en tres sentidos.
Primero, porque elevan el nivel de debate en un distrito electoral que parecía preso, hasta ahora, de una pelea despareja, improductiva y aburrida entre el Frente para la Victoria y el PRO.
Segundo, refrescan la política con un mensaje desprovisto de odios y lleno de reflexiones que invitan a pensar.
Tercero, porque ofrecen a los porteños una oposición inteligente y ambiciosa. Hay un dicho que expresa algo así como que lo mejor que le puede pasar a un Gobierno es tener una buena oposición que lo sitúe ante el desafío constante de la posibilidad de perder el poder en la próxima elección. El PRO en capital estará en ese escenario, tendrá un desafiante y estará obligado a conducir muy bien la ciudad si quiere mantenerse en el Gobierno.
Por estas razones, recibir el apoyo de Martín Lousteau para las primarias presidenciales es una satisfacción personal para mí y un orgullo para el radicalismo. Martín es un dirigente que tiene mucho para aportar en el país que viene.
Con cada elección que pasa y cada urna que se abre, el radicalismo crece. Por eso, después de muchos años de resistir y otros tantos de reconstruir, estamos preparados para protagonizar otra Argentina. Muchas veces nos tocó abrir una puerta en la historia. Cuando se trata de acordar, transparentar y progresar, los argentinos cuentan con nosotros para ir al futuro.
Pero también el domingo se cayó un mito, ese que dice que los espacios políticos deben ser monocromáticos y homogéneos. Error. El balotaje porteño dejó claro que se puede disentir de cara a la sociedad sin que ello implique peleas irreparables ni conflictos tajantes.
Puede resultar raro en un país encerrado en la homogeneidad populista, pero Cambiemos no inventó nada. Si levantamos la vista y miramos al mundo, nos encontramos a Alemania más lejos, y a Chile o Uruguay más cerca, los tres con Gobiernos de coalición exitosos en países que progresan hace tiempo.
Tres candidatos a presidente de Cambiemos acompañamos el domingo a dos candidatos distintos sin que eso implique una ruptura; todo lo contrario, el domingo a las seis de la tarde Cambiemos tenía más fuerza que diez horas antes, cuando las urnas recién abrían.
La principal fuerza de Cambiemos es que no tenemos miedo al futuro y sabemos que el verdadero sentido del cambio está en construir desde la tolerancia, la diversidad y la horizontalidad que aborrece el populismo.
Por eso, más allá de Horacio Rodríguez Larreta y de Martín Lousteau; del PRO, de ECO y de Cambiemos; de Elisa Carrió, Mauricio Macri y Ernesto Sanz, el domingo hubo una oleada de aire fresco que recorrió el país de punta a punta.
La Argentina está saliendo de una época extensa, con más sombras que luces; donde la ley son los liderazgos mesiánicos, las verdades reveladas y el miedo al disenso; donde hablar de jefes es más común que hablar de acuerdos.
Esa época se termina, los porteños mostraron que un país distinto es posible y Cambiemos le mostró al país que tiene con qué construirlo. Estamos más cerca del futuro y desde el domingo sabemos de qué se trata.