Por: Federico Gaon
Ser mujer en África del Norte y Medio Oriente no es fácil. Abundan abusos contra su integridad, y la región tiene la tasa de participación femenina más baja en la población laboral mundial. Integrar a la mujer a la sociedad, y en igualdad de condiciones que los hombres, implica necesariamente romper con esquemas tradicionales que la sitúan como rehén del círculo íntimo o familiar. Si bien hay que reconocer que en ningún país las mujeres están del todo exentas a tales infortunios, tomados en conjunto los países con mayoría musulmana tienen lejos el peor récord de igualdad entre sexos.
El hecho conocido de que en Arabia Saudita las mujeres no pueden conducir es el menor de los males. Lo grave es que el sexo femenino en muchas partes tiene vetado tener amigos de género masculino. La mujer no puede subirse a un automóvil o caminar acompañada de un hombre que no sea su hermano, esposo o padre. Por ello, si usted es mujer, mejor salga bien cubierta y siempre acompañada por un familiar cercano a quien usted pueda obedecer.
En algunos países las niñas y adolescentes son generalmente obligadas por sus familias a casarse. Esto es especialmente cierto en las zonas periféricas más alejadas de las zonas cosmopolitas contiguas al Mediterráneo. Se estima que en África del Norte y Medio Oriente una de cada cinco chicas es casada antes de los 18 años. Para ilustrar el caso con algunos ejemplos, en Irán el matrimonio es legal a partir de los 13 años, en Yemen a partir de los 15, y en Egipto, si bien la mujer no puede legalmente casarse antes de los 18, durante la gestión de Mohamed Morsi se intentó bajar la edad a los 13. De continuar esta tendencia, con 14.2 millones de niñas casándose todos los años antes de llegar a la madurez, para 2020 habrán en la región 140 millones de niñas casadas prematuramente. De este grupo, 50 millones tendrán menos de 15 años.
Suele acontecer que si la niña o mujer rechaza a su pretendiente, puede sufrir agresión física por faltarle el respeto al deseo de su padre o tutor. En lugares como Afganistán, Irán, Pakistán y Sudán si usted es mujer puede ser lapidada ante la presunción de adulterio. Si a usted le ha tocado nacer niña en esta parte del globo no será inocente hasta que se pruebe lo contrario; usted será culpable y punto. Si es violada, usted será la condenada. La considerarán axiomáticamente una malhechora de la moral por seducir al hombre que la atacó, y si tiene suerte el incidente no pasará a mayores instancias. Si dentro de todo es “afortunada” en la desdicha, su raptor será un familiar directo, y el asunto se quedará en secreto. Caso contrario, si quien la violó es un extraño, el patriarca de la casa podría casarla con el trasgresor para ahorrarle al núcleo familiar la deshonra de tener que lidiar con una mujer abusada. En algunos países predominantemente musulmanes se han registrado incluso casos en donde chicas y adolescentes, forzadas a casarse en semejantes ominosas condiciones, prefirieron el suicido antes que aceptar un destino de sumisión y humillación. Si usted no nació niño en uno de los países árabes del Golfo, olvídese de votar o presentar candidaturas. Allí a las chicas como Malala Yousafzai se las silencia.
En 2002, 15 chicas murieron en un incendio en una escuela de Arabia Saudita porque la policía “religiosa” (muttawa) evitó su rescate porque estas no estarían cubiertas con el velo exigido por la ley. En tal idiosincrasia, la deshonra aparenta ser peor calvario que la muerte. Por esta misma razón el goce sexual de la mujer es tabú, y es algo que en las sociedades triviales y ortodoxas se busca restringir culturalmente. Aunque la religión islámica no condona dicha práctica, el establecimiento religioso en donde la misma suele ser aplicada se muestra indiferente. Ergo, en África del Norte, para evitar la promiscuidad femenina, la mutilación genital o ablación de las mujeres es una práctica tradicional que dista de ser erradicada.
El problema de fondo
Si usted cree en la trascendencia que inspiran los Derechos Humanos, las garantías de la mujer no son algo relativo a contrastarse con la cultura o religión. Si usted sostiene esta posición, la cual tomo como propia, algunos intelectuales lo acusarán de orientalista o eurocentrista. Por mi parte les digo que así sea. En términos de principios rectores, creo que sobre la cuestión de la igualdad de género ya no debería haber debate. Para mostrar el asunto, contrario a lo que un respetado pensador islámico “moderado” sostuvo durante un debate para la televisión francesa en 2003, no debería haber un “moratorio” o discusión acerca de la legitimidad de la ablación sexual femenina. Debería ser prohibida y ya. Como la democracia, la doctrina ética de los Derechos Humanos representa la culminación del pensamiento liberal occidental. Llevadas a la práctica verídicamente, la democracia y los derechos humanos forman la institución “menos mala” para regir la convivencia entre las personas, y eventualmente terminar con el sexismo.
Por descontado una democracia difícilmente pueda ejecutarse como tal si no respeta a las mujeres, a las minorías o a los disidentes políticos. Por otro lado, no es casual que las mayores violaciones siempre se observan en los regímenes totalitarios. Democracia y Derechos Humanos son dos caras de la misma moneda. No obstante los relativistas culturales en algún punto tienen razón. No hay que perder de vista que estos principios liberales se desarrollaron históricamente en un contexto de perpetuo conflicto como el europeo, vasto en vicisitudes y protagonizado por recurrentes contradicciones.
La mayor parte del mundo islámico, sin embargo, no sufrió estas transformaciones. A pesar de los avances, por ejemplo en virtud de la Primavera Árabe que a la larga promete despertar una tendencia liberal en Egipto y el Magreb, lo cierto es que no se puede cambiar el zeitgeist y la idiosincrasia de toda una región de la noche a la mañana. En este sentido hay que tener presente la tendencia que muestra que cuanto más seculares sean los habitantes de un Estado (piénsese en Suecia o Dinamarca), mayor es la igualdad de oportunidades entre los géneros. Desde lo epistemológico, es precisamente el carácter arreligioso de los principios enarbolados por las Naciones Unidas lo que los hace universales. Antitéticamente, para una sociedad marcadamente religiosa que no ha hecho una separación completa entre lo público y lo privado, lo sagrado y lo profano, estos principios resultan anticuados. Así lo demostró, por ejemplo, la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), que citó a sus miembros en 1990 en El Cairo para pronunciar su versión alternativa e islámica de los derechos humanos.
El mundo árabe sigue sumido en cierta medida en el pasado. Las tradiciones de África del Norte y Medio Oriente aquí brevemente presentadas no protegen a la mujer; y en la medida en que le quitan su libre albedrio, la oprimen. Existen rarísimos casos de personas que se autosometen a tales castigos, mas difícilmente podría ser asentado con plena seguridad que, al caso, la mayoría de las mujeres que llevan el burka (velo de cuerpo entero) son seres libres. En principio porque no podemos preguntarles. La organización estadounidense Freedom House opina que en el mundo árabe sólo el 2% de la prensa es libre; y aún busco enterarme de alguna mujer que haya sido acusada de infidelidad y haya sobrevivido sin recurrir al exilio en Occidente.
Con todos sus matices, el ejercicio de la moral occidental es la mejor garantía para las mujeres – porque simplemente es la menos mala, la que mejor funciona. El problema en África del Norte y Medio Oriente no es coyuntural a los Gobiernos de turno; es cultural y religioso. Idílicamente, sacar a la mujer de su sumisión debería ser un fin en sí mismo que no requiera por demás explicación. Pero esto no ocurre así. El machismo, además de constituir una barrera al desenvolvimiento de las mujeres, genera una enorme traba al progreso y desarrollo de las economías de dicha región. Lo que se requiere para destrabar el potencial de las naciones en vía de desarrollo no es – como algunos marxistas anticuados sugieren – “el fin del imperialismo”, sino lisa y llanamente la extensión de derechos a las mujeres. Véase que el sexismo no solo es un agravio espiritual, pero también económico. Allí quizás el incentivo para cambiar la situación.