El 2 de abril es una fecha triste y emblemática que debería servir para asumir definitivamente que el uso de la fuerza para resolver disputas bilaterales fue siempre estéril y lo es más hoy, en el mundo interrelacionado post Guerra Fría que se consolidó a partir de la crisis financiera.
Pero tengamos presente que la confrontación no es sólo de naturaleza militar. La confrontación se da también en el plano político y diplomático. Alimentar la confrontación en esos niveles es igualmente negativo. Aleja de cualquier entendimiento y, finalmente, obliga a buscar excusas o inventar circunstancias que permitan dar marcha atrás, lo que resulta siempre embarazoso. Por ello, parece productivo aprovechar este aniversario para repudiar las acciones de confrontación, sean éstas militares, políticas o diplomáticas y reflexionar sobre los aciertos y errores en la negociación con el Reino Unido, iniciada después de la adopción de la Resolución 2065/65 por las Naciones Unidas.
Cabría, en primer lugar, analizar si la diplomacia de diálogo y mutuo acercamiento permitió las discusiones y negociaciones sobre soberanía o si, por el contrario, la confrontación y las escaladas verbales fueron las que arrojaron mejores resultados. Esta distinción viene al caso porque parece haberse olvidado que, a partir de 1965 y con más énfasis desde 1972 hasta la guerra, Argentina promovió una convergencia hacia el Reino Unido que se expresó fundamentalmente en medidas concretas para beneficiar a los habitantes de las Islas, sin descuidar el frente multilateral, tanto en las Naciones Unidas, como en la OEA y en el movimiento No Alineado. La política de esos momentos privilegiaba, por ejemplo, el envío de jóvenes maestras para vincularse con los isleños y las comunicaciones con las Islas, antes que los improperios o las amenazas de “doblegarlas” mediante el aislamiento y los embargos, tal como se pretende hacer en este momento. Esa diplomacia madura y sensata fusionó en la práctica a las Islas con la Patagonia, reforzando una asociación histórica y logró que el Reino Unido ofreciese, durante el período 1974/1981, el condominio, el retro arriendo y, poco antes de la guerra, una solución “estilo” Hong Kong.
Nada de eso fue aprovechado. Predominó la presión de los “duros”, que querían soluciones inmediatas y totales. Tal vez sin desearlo, esta forma de pensar fue preparando a la opinión pública menos informada y a un gobierno de facto, autoritario y soberbio para la guerra, que implicó, no solo un trágico error, sino también un retroceso enorme que destruyó todo el esfuerzo de integración, contactos y comunicaciones con las Islas, que era y sigue siendo, el imprescindible primer paso para negociar la soberanía sobre bases aceptables. Recordemos esto al evocar este 2 de abril, a sus héroes y a sus víctimas.
Las acciones que Argentina lleva adelante ahora, salvando significativas diferencias, también tienen un sesgo confrontativo y descalificatorio hacia la parte británica poniendo distancia justamente respecto de aquel a quien deberíamos atraer, creando las condiciones para que se “siente a dialogar”, conforme ha solicitado con razón la señora Presidenta. Es una política con costos pero sin resultados.
Está claro entonces que hay retomar el camino de la razonabilidad que permitió el restablecimiento de las relaciones en 1989 y, en circunstancias mucho más difíciles que antes de la guerra, obtener que el Reino Unido mantenga vigente la disputa y nuevamente una importante presencia argentina en la economía de las Islas.
Para ello habría que soslayar ciertos riesgos y simplificaciones.
En primer lugar, evitar reproducir el antiguo debate sobre la historia y los derechos puesto que el Reino Unido también invoca sus “fundamentos”. Porque Argentina posee esa historia y esos derechos es que se oficializó la disputa en Naciones Unidas. Repicar el pasado ya no hace falta. Hace falta una acción inteligente hacia el futuro. Fatigar a la otra parte con iniciativas.
En segundo lugar, evitar incluir al Reino Unido dentro de la corriente “anti EEUU” y “anti Occidente” que ha recobrado brío últimamente. El Reino Unido no lidera sanciones ni discriminaciones comerciales contra Argentina. Tampoco es crítico de sus políticas. EEUU ha sido y será un factor determinante al que hay que acercar y no alejar.
En tercer lugar, asignar el correcto lugar de “apoyo” que tienen el Mercosur y Unasur y no hacer de ellos “la carta de triunfo”. Distinto es el caso de la OEA, que incorpora también a EEUU, Canadá, México, Centroamérica y el Caribe y tiene una fuerte tradición en la disputa. Los caribeños, solos, suman más votos que Unasur.
En cuarto lugar, que el Reino Unido haya decidido aumentar sus inversiones en América Latina refleja la tendencia mundial hacia los países que poseen recursos naturales. Durante el período 1991/2001, el Reino Unido incrementó su presencia en la Argentina superando a la de sus vecinos. Ello ayudó a las discusiones sobre Malvinas. Pero imaginar ahora que, por ser receptores de inversiones británicas, nuestros vecinos podrían “hacer por nosotros el trabajo” y entregarnos los beneficios no es realista. Argentina, por peso y gravitación regional y global, no necesita “transferir” a terceros la defensa de su soberanía.
Por último, la disputa sobre las Islas Malvinas se encuadra en un espacio geográfico determinado. Ampliar el problema, incorporando también a la Antártida parece una “simplificación” riesgosa y no facilita ninguna solución. El Reino Unido no hará “un paquete” con ambas disputas. Chile tendrá algo que decir. Por el contrario, la Antártida posee su propio y exitoso régimen jurídico, en buena medida creado a instancias de Argentina y Chile. Afectar ese régimen puede desatar conflictos serios entre las partes del Tratado Antártico amenazando la estabilidad regional. Además, Argentina es Sede de la Secretaría del Tratado por lo que tiene una mayor obligación de presencia antártica y de preservar la armonía del “statu quo” actual.
En síntesis, la búsqueda de “nuevas” fórmulas para resolver la disputa debe evitar terminantemente colocar a la Argentina al costado o afuera del sistema de la Res. 2065/65 que reconoce dos partes, la Argentina y el Reino Unido. Esta resolución y las concordantes, son el punto más sólido de la posición argentina y no hay que dejarlas de lado. No cabe ningún “bypass” en esto. No hay “atajo” ni “simplificación” que pueda sustituir a una buena diplomacia sensible también, a los puntos que plantea la otra parte. Esa es la diplomacia que puso a la Argentina muy cerca de una solución gradual. La confrontación, por el contrario, la alejó y la seguirá alejando en la medida que persista en ese camino.