Por: Fulvio Pompeo
Este 29 de noviembre se conmemora el 30° aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile, un hecho que sin lugar a dudas, fue un punto de inflexión en la evolución de las relaciones bilaterales.
Luego del proceso de mediación por parte del Vaticano y con la firma de este tratado, ambos gobiernos avanzaron en el establecimiento del límite en la zona del canal de Beagle, resolviendo definitivamente la situación que nos llevó al borde de la guerra en diciembre de 1978. Posteriormente, con la resolución de las diferencias limítrofes en torno a las zonas comúnmente denominadas Laguna del Desierto (1994) y Hielos Continentales (1998), Argentina y Chile dejaron atrás una etapa donde las divergencias en cuestiones de frontera ocupaban un lugar central en la agenda bilateral.
La historia de estos treinta años ha mostrado que emprendimos un camino de acercamiento y diálogo político. Más aún, a partir de la vuelta a la democracia en ambos lados de la Cordillera, esta relación se ha constituido en un ejemplo de confianza mutua, entendimiento y cooperación.
Hemos sido dos naciones capaces de transitar exitosamente desde la inminencia de un conflicto armado hacia una instancia de asociación estratégica. Este logro debemos cultivarlo y, lo que es más importante aún, preservarlo de hechos que puedan afectar su continuidad. Por ejemplo, el conflicto por el suministro de gas a Chile, fue un episodio que generó diferencias y fricciones entre ambos países, poniendo en juego los logros alcanzados.
Estamos frente a la oportunidad histórica de avanzar en una integración ambiciosa que nos permita profundizar la cooperación en áreas estratégicas. Una agenda amplia y diversificada, que incluya entre otros aspectos la integración física, la explotación y protección de nuestros recursos naturales o una política de resguardo de los intereses comunes en la Antártida, pareciera estar en esa dirección.
Reforzar los vínculos bilaterales también supone potenciar los niveles de comercio e inversión alcanzados, promoviendo a nivel nacional una política económica sólida y estable, que genere confianza y previsibilidad. A su vez, el diálogo político al más alto nivel será un factor clave para la convergencia de posiciones en torno a temas estratégicos como las miradas integracionistas a nivel regional o las oportunidades que ofrecen el Atlántico y el Pacífico para nuestra inserción internacional, entre otros.
En definitiva, profundizar la relación bilateral supone avanzar en este camino de cooperación sobre la base de una agenda que ponga el acento en los desafíos del futuro que enfrentan ambos países, con una mirada común sobre las oportunidades que nos ofrece el mundo, donde mostremos que somos capaces de sostener políticas de Estado, con reglas de juego claras y evitando condicionar el diseño y ejecución de la política exterior a coyunturas nacionales.