Por: George Chaya
El acuerdo firmado por la cancillería argentina con el régimen de Irán puede causar mucho daño al gobierno argentino y aislarlo del concierto de naciones del mundo libre.
El Palacio San Martín no ha tenido en cuenta el dogma por el que el régimen khomeinista se rige, la Hakimiyya (gobierno de Dios). Y ello conlleva la retórica violenta, revolucionaria, totalitaria, maximalista, antisistema y opresiva. Por medio de estos preceptos, proyecta y estimula la guerra a perpetuidad de creyentes contra apostatas e infieles a la vez que mantiene su objetivo de expansión teocrático; en cuyo caso, la aplicación total e irrestricta de la sha’aria (ley islámica) en el conjunto de la Umma (comunidad de los creyentes) se impondrá sobre toda religión, credo o ideología que se resista a la instauración de la fe según la interpreta el Pasdaran (guardia revolucionaria).
Argentina se asoció -posiblemente desde el desconocimiento, no creo desde la mala fe- con un régimen que plantea una lucha desde su religión contra la decadencia. De lo correcto contra lo blasfemo. Un sistema político-religioso que se presenta como protector de un orden moral fuera de cualquier negociación racional según pueda entenderse en la idiosincrasia occidental. La creencia y la idea que alimenta este tipo de teocracias es que el hombre sólo puede situarse en dos aspectos: a) el de creyente o infiel, b) el de la sabiduría o la ignorancia; no hay término intermedio. Se hace la yihad con la palabra o la espada allí donde se les ordene o se estará facilitando que el mundo islámico sea sometido al dictado de los imperialista estadounidenses y los sionistas judíos. Esta es la situación y frente a ella, es evidente que gran parte de la dirigencia política argentina, oficialista u opositora, se encuentra en un importante estado de desconocimiento para abordar la materia.
La guerra no es un fenómeno terrible en la mentalidad teocrática, ni la paz es el estado natural de una sociedad, para ellos. La guerra es el camino (Al Darb) es condición perpetua contra aquellos a quienes consideran sus enemigos. Según los principios doctrinales que exponen los regímenes fundamentalistas: es imposible devolver a los musulmanes a su época de esplendor a través de la razón, el diálogo o el compromiso político con apóstatas e infieles. Contrario a ello, sostiene que sólo a través de la fuerza se puede y se debe llevar al enemigo a capitular. Entre sus enemigos no sólo se identifica a judíos, cristianos o ateos, sino a aquellos líderes musulmanes que consideran apostatas por no aplicar la Sha’aria (ley estrictamente islámica), los que se transforman ipso facto en sus blancos y objetivos por aplicar el paganismo que representa la cara opuesta al ideal de sociedad islámica. Pero también por suponer una amenaza directa al orden religioso y moral; por tanto merecen y deben ser castigados por creer en el dominio del hombre por el hombre y no en la sumisión del hombre a la voluntad de Dios. En otras palabras, los nuevos socios de Argentina plantean la violencia como único camino para recuperar territorios en que ha regido el Islam o para defender aquellos en los que los musulmanes están en lucha. Y consideran esto un acto de autodefensa y a quienes caigan en esa lucha como shahid (mártir) que son dignos del paraíso de Allah (Al Janah).
Para los regímenes teocráticos como el de los Mullah’s sólo caben dos opciones para el creyente: la primera es mantenerse combatiendo al enemigo; la segunda, es preparar futuros y sorpresivos ataques para vulnerarlo. De allí que propugna la destrucción de Estados a quienes consideran enemigos. En definitiva, en su apelación a la ideología para recurrir a la lucha armada con el fin de subvertir un orden mundial considerado injusto, tanto el líder espiritual de Irán, Alí Khameni, como el presidente Ahmadinejad, no introducen ninguna novedad en la teoría de la toma y preservación del poder por la acción revolucionaria. Y es aquí donde algunos colegas occidentales defeccionan en aspectos que juzgo centrales en la definición y comprensión de la revolución islámica instaurada por el ayatollah Khomeini en su tiempo, puesto que de manera análoga a la instrumentalización que el fallecido padre de la revolución islámica ha hecho de la tradición teocrática, Lenin se valió de la teoría marxista para argumentar que un Occidente corrupto intentaba imponer a escala mundial valores sociales, económicos y culturales capitalistas. Ambos, tanto Lenin como Khomeini consideraban que acabar con las sociedades abiertas era el único medio para abrir la vía, tanto al Estado comunista como al teocrático, y ambas concepciones contemplan que el fin, como medio para alcanzarlo, justifica el uso necesario e irrestricto de la violencia.
No cabe duda que no es lo mejor del vecindario con lo que Argentina está tratando en aquella región del planeta. El tiempo correrá el telón y mostrara la realidad que difícilmente sea positiva.