Por: George Chaya
Los conceptos y el lenguaje en el mundo árabe son diametralmente opuestos y distintos en algunos casos a lo conocido en Occidente. Es imperioso y necesario abordar esta cuestión responsablemente por parte de la comunidad internacional para no continuar fracasando con los sucesivos procesos de paz en la región.
En el caso palestino-israelí, los elementos idiosincrásicos, lingüísticos y culturales que separan a las partes suelen presentar mayor dificultad que la propia complejidad de las negociaciones que se llevan a cabo por años. Sin perjuicio de que el lenguaje de las negociaciones sea el inglés, cada parte en el proceso piensa en su lengua materna y, consciente o inconscientemente, negocia a través de su propia parcialidad cultural.
Los EEUU y aun los israelíes tienen poca -por no decir ni cercana- idea de lo que pasa por las mentes de los palestinos y del resto del mundo árabe. El concepto y uso del lenguaje en el mundo árabe es diametralmente distinto, y hasta opuesto al de Occidente. Como ejemplo de este fenómeno, bien vale citar el uso del término “alto el fuego”, un concepto central y de vital importancia en la búsqueda de una pacificación regional que parece siempre lejana según los hechos y los años que lleva el conflicto y sus numerosas crisis. Cada parte involucrada usa tal palabra, pero para cada uno adquiere un significado y connotaciones culturales diferentes.
En inglés, como se entiende en los EEUU, el término “alto el fuego” significa el cese total por una parte de cualquier actividad que una segunda parte pueda interpretar como agresiva. En hebreo, el término es traducido como hafsakat esh. Para los israelíes el “alto el fuego” significa que los palestinos deben detener todos los atentados contra ellos, pero si Israel tiene conocimiento de un ataque terrorista inminente puede y debe actuar para evitarlo.
En árabe, el término utilizado para el alto el fuego y la tregua es hudna y significa el cese temporal de las hostilidades contra el enemigo hasta que puedan vencerlo en el futuro. Estas diferencias son suficientes para mandar a pique cualquier acuerdo que sea firmado. En la idiosincrasia árabe hay tres tipos de pactos de paz: a) Hudna, b) Atwah y c) Sulha.
Todas estas palabras tienen sus orígenes en la Ley Tribal del mundo árabe. La hudna es un principio fundamental. Un concepto legal aplicado a las tribus. Es algo temporal y utilizada como vehículo para lograr el siguiente paso, la atwah, que configura un compromiso intemporal o de más largo plazo. Y el acuerdo final de paz o sulha nunca será alcanzado hasta que los pasos anteriores hayan sido logrados. Este y no otro es el proceso completo en la cosmovisión del mundo árabe.
La hudna más famosa tuvo lugar en el año 628 d.C., cuando el profeta Mohamad firmó la paz con los ancianos de Medina en la ciudad de Huday Biyyah. El acuerdo al que se arribó duraba 9 años, 9 meses y 9 días. Dos años más tarde Mohamad violó el pacto y atacó destruyendo y venciendo a los líderes tribales.
Los eventos de Huday Biyyah son interpretados como dos lecciones importantes por los yihadistas radicalizados. En primer lugar, ellos sostienen que se puede firmar un acuerdo con el enemigo cuando se transite un periodo de debilidad dentro de sus fuerzas operativas y militares, siempre que ese acuerdo sea en su propio interés. La segunda lección es que, después de haberse revitalizado y fortalecido, pueden romper el acuerdo. Esta interpretación de los grupos islamistas se asemeja a la versión del Caballo de Troya, donde el gesto -o el regalo- pueden convertirse en catalizadores de la derrota del enemigo.
En la historia árabe -incluyendo a los árabes que viven en Israel- los acuerdos y el armisticio de 1949 firmados en Rodas entre Israel y sus vecinos árabes son considerados un período de hudna. Occidente interpreta ese acuerdo como un armisticio y los israelíes como hafsakat aish.
Un hecho interesante que abona el análisis es lo sucedido en septiembre de 1993, cuando los líderes Bill Clinton, Yasser Arafat y Yitzhak Rabin firmaron en la Casa Blanca los acuerdos que darían lugar a lo que se conoció luego como el Tratado de Oslo. Esto fue presentado como un paso importante hacia la paz. Pero un mes más tarde, en su discurso en idioma árabe en Ciudad del Cabo, Yasser Arafat denominó al Tratado de Oslo como el pacto de Huday Biyyah. En sus propias declaraciones se comprendía la importancia de los dichos de Arafat y que esto no era más que una hudna, un acuerdo hecho para ser roto en el momento adecuado que en modo alguno traería la paz a palestinos e israelíes.
Así, infortunadamente, la historia muestra muchos acuerdos que no han valido la tinta con la que han sido firmados. Estos antecedentes negativos indican que la dirigencia Occidental debe conocer profundamente aspectos culturales del mundo árabe, pero por sobre todo, siempre que desee genuinamente tener éxito en negociaciones de paz en aquella región del mundo, lo lingüístico será fundamental.
Si la historia ha enseñado algo es que el alto el fuego debe ser mucho más que una palabra para lograr sinceramente la paz. Pero sobre todo, cuanto afecta lo engañoso y fraudulento de enfoques lingüísticos tribales en la consecución honorable que se dice perseguir para alcanzarla.