Por: George Chaya
Cuando los khomeinistas tomaron el poder en Irán, en 1979, una nueva terminología fue incorporada al vocabulario de las relaciones internacionales y la diplomacia.
Un término utilizado asiduamente en idioma árabe ha sido “taqiyya” (cuyo significado refiere a ocultar las verdaderas intenciones con el fin de engañar a los demás cuando se está ante una situación incómoda o en un ambiente hostil). El equivalente más cercano en idioma español puede definirse como “doble discurso”. Tal definición aparece ya en la obra 1984 de George Orwell. Desde entonces, el concepto fue introducido conceptualmente como “doble discurso”.
Durante más de tres décadas el régimen de iraní y sus socios árabes (Siria, Hezbollah y Hamas) han utilizado ese arsenal dialéctico contra los poderes extranjeros y sus adversarios internos. Lo nuevo, es que en la actualidad, Irán y sus aliados están empezando a utilizar este lenguaje cara a cara. Un ejemplo de ello fue la visita del presidente iraní Hassan Rouhani a Nueva York, y el impacto que esa visita causó en Teherán.
El señor Rouhani y su ministro de Relaciones Exteriores, Mohamed Javad Zarif, trataron de seducir a los estadounidenses con sonrisas y palabras amigables. Rouhani llamo a los EEUU una “gran nación”, y no el usual “Gran Satán” con que el régimen de Teherán se refiere a Norteamérica. El presidente iraní se esforzó por mostrarse amable y habló incluso un poco de inglés en la televisión estadounidense. Luego atendió personalmente una llamada telefónica del presidente Barack Obama en la que los dos hombres intercambiaron cortas palabras. Por su parte, Zarif cortejó a los estadounidenses profesando su amor por todo lo norteamericano, sobre todo con el gusto de los iraníes por el fútbol estadounidense, y finalmente se sentó junto al secretario de Estado de los EEUU, John Kerry, durante una sesión de fotos para la prensa.
De regreso en Teherán, los amigos de Rouhani presentaron todo el periplo como una histórica victoria diplomática a la que incluso le llamaron “divina victoria“.
Sin embargo, pocos días después del regreso de Rouhani, la euforia en Teherán comenzó a disminuir. La primera señal la dio el “Guía Supremo”, el señor Alí Khamenei, quien utilizó la técnica del doble discurso declarando que si bien respaldó el comportamiento de Rouhani en Nueva York, creía que algunos de los acontecimientos que allí tuvieron lugar eran desfavorables para la Revolución. Ello para no decir que los eventos habían sido desfavorables. Así, Khamenei abrió una puerta para que otros piensen que los movimientos que Rouhani efectuó pudieron haber sido exactamente eso.
El problema es que estos “eventos adversos” fueron las únicas características interesantes de Rouhani y su visita. Él hizo un discurso de rutina en la Asamblea General de la ONU, almorzó con algunos estadounidenses ricos de origen iraní y concedió una serie de entrevistas a la televisión durante las cuales habló mucho pero dijo poco. En realidad, lo que el presidente dijo, de forma edulcorada y elegante, fueron exactamente las mismas cosas que Mahmoud Ahmadinejad declaró y sostuvo durante las siete visitas anuales que realizo a Nueva York con anterioridad.
No obstante, si Khamenei piensa que atender un llamado de Obama y sentarse al lado de Kerry es “desfavorable”, debería decirlo abiertamente. Y si Rouhani piensa que esas cosas no son “desfavorables”, sino necesarias para romper el hielo con Washington, él también debe decirlo abiertamente. Y más importante aún, el presidente debería dar al pueblo iraní un informe completo y pormenorizado de todo lo sucedido en su viaje explicando por qué tomó tales decisiones.
Aun así, de mínima, la postura de Khamenei es poco clara. Si las próximas negociaciones salen bien, podrá afirmar que él apoyo a Rouhani en la búsqueda de una apertura con Washington. Si por el contrario, Rouhani se debilita en el camino antes de llegar a la primera etapa de normalización de relaciones con los estadounidenses, Khamenei podría también sostener “Yo dije eso y sabía que sucedería”. Lo real es que este doble discurso no puede ofrecer un resultado concreto más allá del doble discurso en sí, puesto que es Khamenei quien tiene la autoridad y la decisión sobre la política exterior en general y las relaciones con los EEUU en particular.
Con todo, han sido numerosos los asesores de Khamenei que ofrecen evaluaciones contradictorias de lo actuado por el presidente Rouhani: algunos lo aprueban tibiamente, otros lo rechazan de plano. Incluso los oficiales del ejército y la policía se han unido a tal cacofonía violando la tradición en la que los uniformados no se unen al debate político en público.
También los religiosos que participaron de los sermones de los viernes en las mezquitas de todo Irán han ofrecido diferentes lecturas de los acontecimientos en consonancia y de acuerdo con los intereses de sus facciones. El resultado concreto es que nadie puede estar seguro de quién lleva y ejecuta la política exterior de la República Islámica, y lo que podría surgir de lo actuado por Rouhani en Nueva York puede que no sea lo que Khamenei planifica en relación a su política exterior. En particular, la confusión se amplió cuando Rouhani señaló que los derechos y deberes tanto del Guía Supremo como del presidente se definen en la Constitución. Esto implica claramente que él no puede ir más allá de los límites fijados por ella. Pero también afirmó que tenía “plena autoridad” para hacer frente a cuestiones fundamentales como la crisis por el programa nuclear de Irán. Y lo más importante que dijo fue que el Guía Supremo tiene “sus propios puntos de vista sobre algunas cuestiones”. Lo que implica que Khamenei pudiera tener la última palabra en todos los asuntos que él estuvo tratando allí.
El ministro de exteriores, Zarif, intentó otras explicaciones por su cuenta y de forma poco clara; en ellas dijo a los estadounidenses que Khamenei había aceptado que el Holocausto ocurrió, y afirmó que el sitio web del Guía Supremo había sido “mal traducido” al afirmar lo contrario.
Sin embargo, utilizando la técnica del doble discurso, Rouhani planteó cuestiones secundarias en cada uno de sus movimientos, incluso en los más simbólicos como una llamada telefónica donde resulta difícil tomar en serio las loas de la prensa estadounidense ante ese hecho irrelevante, dado que finalmente y luego de cinco intentos telefónicos de Obama, los presidentes no se vieron a solas.
Ante lo acaecido en la visita del presidente iraní a Nueva York, tanto Occidente como Washington deberían reconsiderar ciertas posiciones triunfalistas y pacifistas que han esgrimido. Lo prudente debería ser esperar hasta que sea posible hablar directamente con quien envió al presidente iraní y no quedarse con las palabras de Rouhani. Puede que éstas no sean las definitivas.