Los presidentes de los países del Mercosur -Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Venezuela- realizarán esta semana en Brasilia la cumbre número 48 del bloque comercial en 24 años de historia (iniciada formalmente en 1991 con la firma del Tratado de Asunción).
Aparentemente, conversarán sobre un eventual acuerdo comercial con la Unión Europea, que se viene negociando infructuosamente ¡desde 1999!, y avanzarán en las tratativas para el ingreso de Bolivia como miembro pleno del bloque.
Poco, muy poco para una unión aduanera que, más que nunca, necesita ideas para renovarse y convertirse en una herramienta útil para ayudar a crear prosperidad o, al menos, facilitar la vida de sus habitantes.
Es que para funcionar, y hacerlo bien, y cumplir los objetivos para los que fue creado, el Mercosur necesita más que conseguir socios nuevos, expresar buenas intenciones y firmar declaraciones rimbombantes.
En la cumbre del Mercosur que seguirá a la de Brasilia, que se realizará dentro de seis meses en Paraguay, Argentina tendrá un nuevo presidente. Por eso, y hasta ese momento, en el que se espera que comience una discusión en serio para rediseñar el proceso de integración más ambicioso concebido en América del Sur (cuya semilla fue lanzada por los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney treinta años atrás), nada estructural podrá definirse.
Hace por los menos tres años -desde que Argentina endureció su control de cambios e hizo más estrictos (y sinuosos) los procedimientos para importar-, la agenda del Mercosur permanece estancada en torno a las trabas al comercio. Ese estancamiento es comprensible: resulta inconcebible que la idea de exigir (y a veces otorgar) una oscura Declaración Jurada Anticipada de Importación (DJAI) para el ingreso de bienes al mercado argentino haya alcanzado también al Mercosur, que por definición fue creado para permitir la libre circulación de mercaderías y servicios entre sus miembros.
Pero como en nuestros países la normalidad no siempre es la regla, aquí se enumeran algunas decisiones simples que, instrumentadas a través de decretos, resoluciones, normas o leyes, podrían mejorar bastante la situación de las personas físicas y jurídicas que todos los días hacen y construyen el Mercosur, sea concretando negocios, emigrando, o circulando entre sus fronteras, y sobreponiéndose a absurdas trabas burocráticas enemigas del progreso.
(Si el Parlamento del Mercosur aún carece de una agenda legislativa consistente, los señores legisladores podrían comprometerse con algunos de estos puntos que facilitarían la vida de sus connacionales).
1) Puente aéreo Buenos Aires-Congonhas. El aeropuerto de Congonhas, que sirve a la ciudad de Sao Paulo, debe ser habilitado para recibir vuelos regionales, al menos desde Buenos Aires. El aeropuerto de la capital del estado de Sao Paulo es uno de los de mayor movimiento de Brasil (el tercero, detrás de Guarulhos y de Brasilia). Desde que Argentina liberó el uso del Aeroparque Jorge Newbery (cercano al centro de Buenos Aires) para vuelos regionales, es inadmisible que Brasil no haga lo mismo con el de Congonhas. Quien tiene que ir a trabajar de lunes a viernes a Sao Paulo desde la capital argentina pierde largas horas en el tránsito entre la mayor ciudad de Brasil y su aeropuerto internacional situado en el vecino municipio de Guarulhos. Habilitar Congonhas para vuelos regionales significaría estimular todo tipo de intercambios entre Argentina y Brasil, permitir un ahorro de tiempo, contribuir a la productividad de las empresas que operan en el bloque y también a una disminución enorme de costos, ya que un taxi entre Guarulhos y el centro de Sao Paulo puede costar entre 70 y 100 dólares (Guarucoop). Desde Congonhas, por ejemplo para viajar al barrio de Brooklin, en Sao Paulo, el precio se reduce al equivalente a unos 10/12 dólares.
2) Control de migraciones integrado, al menos entre Argentina y Brasil. El procedimiento es similar al que existe desde hace años entre Argentina y Uruguay. Quien viaja entre ambos países realiza un control migratorio en vez de dos, en origen. La medida aliviaría enormemente las filas en los aeropuertos y contribuiría a integrar a las instituciones encargadas de la actividad: en Argentina la Dirección Nacional de Migraciones y en Brasil la Policía Federal.
3) Transferencias libres de dinero. Hay miles (realmente, miles) de ejecutivos argentinos trabajando en el mercado brasileño. Más allá de las razones que llevaron a estos profesionales a trabajar fuera de su país, entre las que se pueden listar -sin dejar de mencionar la enriquecedora experiencia personal de trabajar en el exterior- la elevada carga tributaria sobre los salarios de Argentina, la depreciación del peso, el control de cambios y otros males, sería muy oportuno facilitar transferencias de dinero entre ambos países. Si los gobiernos afirman que buscan que el comercio regional se haga en monedas locales, ¿Por qué bloquear la posibilidad de que personas físicas que trabajan en el Mercosur puedan transferir indistintamente reales o pesos (o guaraníes) sin tener que sufrir el cobro de tarifas abusivas o la obligación de realizar operaciones de cambio a tasas irreales?
4) El reconocimiento automático de licencias de conducir y títulos universitarios. Por más ridículo que parezca, si un argentino muda su domicilio a Brasil, aunque siga manteniendo un automóvil en Argentina, no puede obtener o renovar su licencia de conducir en su país. La Dirección General de Licencias argumenta que no puede otorgar el permiso para conducir debido a que en el documento del solicitante figura una dirección “en el extranjero”. Así, argentinos residentes, por ejemplo, en Sao Paulo, que viajan todos los fines de semana o fin de semana por medio a Buenos Aires -muchos de ellos a estar con sus familias que no los acompañaron- deben conducir con licencias no emitidas en el país. Para eludir esa restricción insensata muchos sacan otro DNI para poder así tramitarla. Respecto a los títulos: profesionales liberales que, por iniciativa propia se fueron de su país a otro del Mercosur, por ejemplo porque se casaron con un ciudadano de un país vecino, conocen muy bien la pesadilla burocrática a la que se enfrentan si desean legalizar un título universitario. Conocí una psicóloga cordobesa residente en Brasilia (casada con un periodista brasileño) que padeció por años y gastó fortunas en legalizaciones, traducciones y trámites hasta conseguir el reconocimiento de su título en Brasil. ¿Tan difícil sería crear una vía rápida para el reconocimiento de títulos, aunque sea los expedidos por universidades federales o provinciales?
5) Ecualización impositiva. Si un argentino muda su domicilio fiscal a Brasil, debe comenzar a pagar automáticamente la más elevada alícuota aplicada sobre el impuesto a los bienes personales. Sí, sólo por vivir afuera. Las empresas que trasladan personal además, enfrentan un costo insólito. En muchos casos, si no imponen a sus empleados la necesidad de renunciar en su país de origen para ser recontratados en el mercado en el que comenzarán a ejercer sus funciones, deben continuar realizando aportes jubilatorios, laborales y de salud (¡en dos lugares!). Como en Brasil, además, la llamada cartera de trabajo demora en ser entregada, una familia que se traslada de país puede quedar sin cobertura médica por meses.
El Mercosur, después de la catástrofe argentina del 2001/2002, no volvió a incluir en su agenda una indispensable coordinación de políticas macroeconómicas, pese a que oportunidades para hacerlo no faltaron: según dijo esta semana en Brasilia el subsecretario general para América del Sur, América Central y el Caribe de la cancillería brasileña, el embajador Antonio Simoes, sólo en el semestre último en el que Brasil presidió el Mercosur, funcionarios técnicos del bloque celebraron casi ¡300 reuniones! Pero, de eso no se habla. Sería muy necesario volver a hacerlo.
Y si no es posible -tal como se pensaba 15 años atrás- que converjan las tasas inflacionarias y de crecimiento de los países miembros (¿cómo conciliar la inflación venezolana de tres dígitos con la de Brasil, preocupado porque este año puede superar el 9 por ciento?), al menos podría ponerse en práctica algún entendimiento impositivo más o menos ambicioso.
Y por último, entre tantas faltas, falta el Mercosur de las comunidades. En Facebook existe hasta el grupo de Brasileños en Morón y de Argentinos en Fortaleza.
A través de las redes sociales, algunos venden clandestinamente, como si fuera un delito, productos típicos de sus países. Unos necesitan paio (un tradicional embutido ingrediente de la feijoada), agua de coco, café (¡sin azúcar mezclada!), requesón (la uruguaya Conaprole produce uno memorable) y farinha de mandioca. Los otros piden por yerba mate que no sea de color fluorescente, tapas de empanadas, casancrem, ají molido y leche maternizada.
¿Será posible reclamar libre comercio con Europa si no lo podemos practicar ni entre nosotros mismos?