Por: Iván Carrino
“Aunque se asocia el liberalismo con la defensa de los intereses empresariales, lo cierto es que el liberalismo termina enemistándose con casi todos los empresarios, porque tarde o temprano estos terminan perdiendo sus ventajas competitivas frente a otras compañías”. La frase anterior no es mía, sino que corresponde al economista español Juan Ramón Rallo e ilustra a la perfección la temática de lo que queremos expresar hoy.
Ya pasaron unos cuantos años desde que Joseph Schumpeter, economista oriundo de Austria, popularizara su concepto de la destrucción creativa como proceso inherente al capitalismo. La destrucción creativa no es, ni más ni menos, que el proceso por el cual los empresarios van encontrando mejores formas de hacer las cosas para satisfacer las necesidades siempre cambiantes de los consumidores.
La innovación tecnológica juega un rol clave en este asunto, ya que logra reducir los costos de manera considerable, brindándonos servicios de una calidad cada vez mayor. Los aparentes problemas de esta irrupción no son tales, ya que luego de décadas de revolución tecnológica tanto el empleo como el nivel de vida han ido aumentando.
Sin embargo, las nuevas tecnologías, así como cualquier negocio innovador, sí perjudican directamente a todos los que ahora tienen que competir directamente con dicha innovación.
Nada distinto a esto es lo que está sucediendo en el sector de los taxis en la ciudad de Buenos Aires. Si bien se encuentra totalmente instalado, el servicio de radio taxi (mediante el cual un individuo llama a una compañía para pedir un taxi y esta, a su vez, se contacta con el taxista para enviarlo a la ubicación donde el pasajero se encuentra) está hoy amenazado de manera directa por una simple aplicación que cualquiera puede descargar en su celular.
Se trata de Easy Taxi, una app que tanto taxistas como pasajeros instalan en su teléfono móvil para ponerse en contacto con sólo mover los dedos. A través del sistema de gps, Easy Taxi conecta a choferes y clientes de manera directa; le asigna a este último el automóvil que se encuentra más cercano a su ubicación actual. Como puede suponerse, en este marco, la intermediación de la compañía de radio taxi se vuelve menos necesaria.
Desde su lanzamiento, en marzo de 2013, Easy Taxi ha resultado ser un éxito tanto para taxistas como para pasajeros. Los pasajeros ganan porque no pagan ningún recargo (al menos por el momento) al solicitar un viaje. Los taxistas, porque la cantidad de pedidos que reciben se multiplica. Según me contó Pablo Villalba, vicedirector de la filial local de la empresa, un taxista puede llegar a recibir 390 pedidos en un mes gracias a la aplicación. Si este monto se multiplica por el valor promedio de un viaje ($65), llegamos a la nada despreciable suma de $25.350.
Sin embargo, y a pesar de la cálida bienvenida que los usuarios le han dado a este servicio, los lobbies y las empresas que están cómodamente recostadas gozando del statu-quo han presionado al Gobierno para que juegue a su favor y buscan directamente prohibir la utilización de la aplicación.
Según la ley que regula la actividad, un taxi puede solicitarse “por vía telefónica, correo electrónico, mensaje de texto (de telefonía móvil) o internet a través de las centrales de radio taxi autorizadas”. Este es el argumento que se utiliza para decir que Easy Taxi no está habilitada para operar.
Pero eso no es todo, porque recientemente la Sociedad Argentina de Control Técnico de Automotores (Sacta), la organización que regula el transporte de este tipo en la ciudad, comenzó a multar a cualquier chofer que utilice Easy Taxi con sumas de hasta 24 mil pesos. Como decíamos, esto equivale prácticamente a prohibir la actividad, sin ningún tipo de justificación posible.
El caso de Easy Taxi no es aislado. Son muchas las aplicaciones similares que buscan ingresar en el mercado para, mediante la competencia, mejorar la calidad del servicio que reciben los usuarios, tanto en nuestro país como en distintas ciudades a nivel mundial. Con las diferencias que pueda existir entre cada una de ellas, Uber es el caso más emblemático.
En este marco, es imperioso que el Gobierno decida con rapidez de qué lado se pondrá. Si del lado de la innovación, la libertad y la mejora del nivel de vida de las personas, o del lado de las corporaciones que, aprovechando los contactos con el poder de turno, buscan impedir la competencia para seguir disfrutando de sus inmerecidos privilegios.