Por: Joan Biosca
Han tenido que pasar casi 40 para que España tenga nuevo jefe de Estado. Y quizá eso suene raro en muchas latitudes como las latinoamericanas, donde las democracias, aunque jóvenes e imperfectas, intentan limitar al máximo los mandatos presidenciales, como recientemente quiere impulsar el nuevo jefe de Estado de Colombia, Juan Manuel Santos, a un solo periodo sin posibilidad de reelección. Eso ya pasa en Chile. Pero en España no. Allí no hay límites ni para la presidencia del gobierno ni para la jefatura del Estado, siendo este último cargo, además, hereditario bajo la excusa de una monarquía parlamentaria.
Felipe VI, el nuevo rey de España, llega al trono en un momento muy delicado, al igual que le pasó a su padre hace casi 40 años. En aquella España en blanco y negro, fue el dictador Francisco Franco quien nombró a dedo a su sucesor, el entonces príncipe Juan Carlos. No es una crítica, es un hecho real. Al morir Franco en 1975, cierto es que Juan Carlos I decidió acabar con la oscuridad de la dictadura para oxigenar al pueblo español. Pero su llegada a la jefatura de Estado fue por decisión de un tirano, y no de un pueblo. Lo mismo pasa con Felipe VI. Cierto es que no hereda el trono de un dictador sino de un demócrata, pero no en las urnas. No hay ninguna duda de que Felipe de Borbón es una persona altamente preparada para reinar, que no gobernar, pero no ha sido elegido democráticamente por el pueblo español. Y su coronación se produce en medio de grandes cuestionamientos al sistema político vigente y en una España rota por la crisis económica, con indicadores de desempleo de infarto, especialmente entre los jóvenes, y con un pueblo con la moral por los suelos. De ahí que haya sido celebrada su proclamación como Rey con una austeridad poco habitual entre las casas reales.
Precisamente para evitar una gran cantidad de banderas republicanas y frenar manifestaciones anti monárquicas, esgrimiendo motivos de seguridad, es que las autoridades españolas han blindado el centro de Madrid por donde pasaba la comitiva real camino al Congreso de los Diputados donde ha sito coronado Felipe VI. No ha habido pueblo rechazando al nuevo rey pero muy poco aclamándolo. Fría llegada al trono, pues.
Y un dato menor. Felipe VI ha jurado servir a España vestido de militar. Incluso antes de presentarse ante las Cortes Generales españolas –el Congreso y el Senado- ha recibido la faja de Capitán General de sus padre Juan Carlos I rodeado de la cúpula de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire españoles. No olvidemos, pues, que el jefe de Estado español es militar, algo muy cuestionado en otras latitudes.
Felipe VI llega con grandes desafíos. Uno de ellos no es menor. El hasta ahora príncipe de Asturias y de Girona, ciudad catalana, tiene en el horizonte un polémico referéndum en el que una parte de su reino quiere ser independiente. Cataluña pide decidir su futuro y el independentismo suma y sigue en Barcelona. Su llegada al trono puede ayudar o no, dependiendo de que, al menos en lo formal, la democracia prevalezca sobre el autoritarismo.
Con la llegada del nuevo rey, hay también una nueva reina. Doña Letizia, una mujer divorciada y ex periodista, se ha mostrado en todo momento afectuosa y atenta, tanto con su marido como con sus dos hijas, Leonor y Sofía, a quien ha dado incluso instrucciones sobre cómo debían sentarse con las piernitas juntitas de manera bien protocolar. Las criaturas han aguantado todos los eventos realmente con mucha educación y sin protestar, señal de la rigidez con la que deben estar siendo educadas. Cuentan incluso que la futura reina de España, la ya ahora Princesa de Asturias, Leonor, así como su hermana, Sofía, reciben clases semanales de inglés y de chino. Tienen 8 y 7 años. Sobre la nueva Reina, han sido muchos los periodistas españoles que le han criticado su frialdad en el momento en el que el Rey cedía su asiento de máxima autoridad durante uno de los actos protocolares al nuevo monarca, su hijo, quizá cuando mayor emoción se ha vivido. Juan Carlos I, visiblemente afectado, ha sido abrazado y besado por su hijo y sus nietas, pero la nueva reina Letizia se ha quedado como una estatua, sin ni si quiera hacerle un gesto afectuoso a su suegro y rey abdicado.