Treinta dos años atrás, la Argentina concretaba un anhelo centenario, anexaba el archipiélago usurpado, siempre reclamado…el 2 de abril de 1982 las tropas argentinas recuperaban a las Islas Malvinas. Sin pretender entrar en connotaciones políticas o justificaciones de derecho, la gesta de Malvinas es un excelente espejo para mirar a la Argentina de las últimas décadas. Veamos por qué.
El Plan de Campaña, los planes esquemáticos, contribuyentes y alternativos que conformaban la integridad de la Operación Rosario, fueron diseñados, practicados y ejecutados a la perfección, permitiendo que las Islas Malvinas fueran recuperadas conforme a lo planificado y cumpliendo las premisas de carácter político que fueron exigencia de la Operación, no generar bajas en las tropas ni en los habitantes de las islas.
La concepción estratégica de la recuperación también respondió cabalmente a la recuperación de nuestro territorio: establecer las tres banderas, la Británica, la Argentina y la de Naciones Unidas sin provocar victimas del oponente para no entorpecer las negociaciones a emprender a partir de allí.
Esta es la imagen de la Argentina que el espejo devuelve cuando la capacidad, la planificación y la orientación estratégica del país, transitan un camino común. Es la Argentina de la YPF de Mosconi; la de la Energía Nuclear de Castro Madero; la de la fábrica militar de aviones de Córdoba, con el Pampa y el Pucará; la de la fábrica del Tanque Argentino Mediano en Boulogne, la fábrica de submarinos en el Astillero Domecq García, o la imagen de la Argentina de principios del siglo XX con la red de subterráneos más moderna y extensa del mundo.
No obstante, ese dos de abril de 1982 la espectacularidad de la gesta terminó con aquella concepción estratégica de las tres banderas.
La multitud en la Plaza de Mayo, de la misma manera que tres días antes se había reunido para exigir y demandar a la Junta Militar, ahora estaba jubilosa, como si fuese un nuevo 25 de mayo de 1810, vitoreando a sus líderes que habían restituido al pueblo, a las hermanitas huérfanas.
Todo fue diferente a partir de ese momento. La política, seducida por la Plaza, mudó la concepción estratégica del conflicto, y sin planes, sin coordinación y sin un análisis serio y coherente de como llevar adelante esta nueva estrategia, mucho más beligerante, se inició el camino de las torpezas, de las bravuconadas, de la célebremente triste improvisación argentina.
El resultado de ese cambio de estrategia, de ese cambio de planes, no pudo ser otro que el de enfrentarnos a nuestra otra imagen del espejo. La derrota, la desazón y la pérdida de lo que nos cabe por derecho.
Esa improvisación, ese cambio de estrategia nacional en el tiempo, esa falta de coherencia en nuestro rumbo, es que nos devuelve la magra imagen del espejo de la improvisación: la YPF de Mosconi hoy obliga a la Argentina a exportar miles de millones de dólares en energía; la misma que nos muestra que el ciclo de energía atómica alcanzado en 1980, hoy esté otra vez interrumpido; que nunca se haya construido ni un solo submarino; que ya no se fabriquen tanques, aviones o que la red de subterráneos sea apenas un mínimo porcentaje mayor que la extensión de aquella que deslumbraba a Europa.
La conmemoración de la Operación Rosario, que posibilitó la recuperación de las Islas Malvinas, debe ser un motivo de reflexión y de enseñanza cívica. Es un claro ejemplo de las dos imágenes de la Argentina, cuando la Nación hace las cosas con madurez, responsabilidad y planificación, los resultados son excelentes. Por el contrario, la improvisación o el constante cambio de rumbo de la política, solo lleva a atrasos, derrotas y a una mayor crispación social.
La gesta de Malvinas es apenas un ejemplo más de nuestro retraso, de nuestros problemas y de nuestros repetidos errores. Entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, el espejo nos devuelve una imagen real de las dos Argentinas, una magnífica y otra mucho más cruel.