La lucha gay

Jorge Ramos

Estados Unidos, el (supuesto) país de la igualdad, discrimina en contra de millones de sus propios ciudadanos. Hay casi 9 millones de personas que se identifican como gay, bisexual o transgénero, según datos del Instituto Williams de la UCLA, pero ellos no tienen los mismos derechos que los otros 300 millones de estadounidenses.

No se pueden casar en matrimonios reconocidos a nivel nacional. Y, al no poder hacerlo, se topan con obstáculos a cada vuelta, al hacer cualquier trámite, desde comprar un seguro médico hasta legar propiedades y tener acceso a servicios sociales. A esto, desde luego, hay que sumar los múltiples prejuicios que sufren por el simple hecho de ser lo que son.

Así como ahora parecería ridícula la prohibición de casarse a personas de razas distintas, estoy seguro que así veremos en el futuro el actual rechazo legal a los matrimonios gay. Actualmente hay casi 5 millones de parejas interraciales, es decir, un 4,8 por ciento de la población, según el Pew Research Center. Pero antes de 1967, cuando la Corte Suprema echó abajo las leyes de varios estados, estaba prohibido.

Lo mismo ocurrirá con el matrimonio gay. Estados Unidos ya no se atreve a discriminar oficialmente a nadie por su color de piel o religión. Pero, en cambio, sí hay una flagrante discriminación oficial por orientación sexual.

La Corte Suprema tiene la monumental tarea de decidir en el verano si las parejas del mismo sexo tienen el derecho constitucional de casarse. En concreto, los jueces de la jurisdicción más alta decidirán si apoyan la propuesta 8 de California, una controvertida ley de 2008 que prohibió el matrimonio homosexual en el estado. También decidirán si debe echarse para abajo la ley de Defensa del Matrimonio, una ley federal que define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. La decisión de la corte tendrá que ir más allá de California y de los nueve estados que permiten matrimonio entre parejas del mismo sexo. Lo que nueve jueces digan será ley en los 50 estados del país.

Es una decisión llena de recovecos legales pero, en el fondo, es una simple cuestión de igualdad. ¿Tratamos a los gays igual que a todos –con derechos y obligaciones– o los discriminamos?

Las consecuencias son enormes. Piensen, por ejemplo, en los 40 mil niños adoptados o concebidos por parejas gay en California y en las decenas de miles en todo el país. Esos niños norteamericanos tienen el derecho, al igual que cualquier otro, de vivir en familias reconocidas y protegidas por el estado. Pero por ahora esos niños están en franca desventaja frente a sus compañeros de escuela. Eso no debe ser así.

Escucho a muchos decir que Dios es el responsable de la prohibición de los matrimonios gay, ya que él (¿o ella?) así lo quería al crear a hombres y mujeres. Pero ya que nadie tiene grabada la voz de Dios, no sé de dónde sacan que su intención era discriminar a los homosexuales. Esas son, simplemente, prejuiciadas interpretaciones de hombres y mujeres, no de Dios. Es lo que pasa cuando una mayoría (heterosexual) impone sus preferencias a una minoría (homosexual).

La lucha gay es nuestra lucha, también, porque busca la igualdad que nos prometió en 1776 la declaración de independencia de Estados Unidos. “Todos los hombres son creados iguales”, dice textualmente esa declaración. No dice, en ningún lado, que todos somos iguales menos los homosexuales.

La idea de igualdad es poderosísima y fortalece a los estados que la buscan. Simplemente veamos el caso de Estados Unidos: en cosa de 140 años, pasó de adoptar una enmienda constitucional para prohibir la esclavitud a elegir y reelegir al primer presidente afroamericano. Asimismo, se cumplió la promesa de igualdad a 3 millones de inmigrantes indocumentados, que se beneficiaron de la amnistía federal otorgada en 1986, la mayoría de los cuales se convirtieron en ciudadanos estadounidenses, como los mismos derechos y responsabilidades que todos los demás. Y lo mismo ocurrirá con los gays y el matrimonio. Esa es mi convicción y mi deseo.

La lucha gay es un asunto de derechos civiles, ni más ni menos. Así como se derrotó la esclavitud y la segregación racial en Estados Unidos hace décadas, así también se derrocarán las actuales leyes que discriminan abiertamente contra los homosexuales.

Todos somos iguales. Ese es el principio rector de cualquier país civilizado, tolerante, abierto y diverso.

Y si los gays se quieren casar, pues que se casen y punto.

 

 

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