Por: Jorge Ramos
Cada vez que habla el papa Francisco tengo la maravillosa sensación de que no se quiere imponer, que prefiere dialogar, que no se presenta como el dueño de la verdad. Y eso es nuevo. Éste es, sin duda, un papa con un estilo distinto. Ya veremos muy pronto si se atreve a cambiar, a fondo, tantas cosas que están mal en la Iglesia católica.
Los dos predecesores del papa Francisco -Juan Pablo II y Benedicto XVI- se creyeron todo el cuento de la infalibilidad papal y sugerían tener una conexión directa con Dios, como si eso fuera posible. Desde luego que esas creencias son falsas. Los papas, todos, se equivocan y ninguno ha podido probar que Dios o el Espíritu Santo se le manifiesta en las noches para darle instrucciones sobre cómo dirigir al resto de la humanidad.
Demostrar que los papas se equivocan es un ejercicio fácil y divertido. ¿Quién tiene razón, el actual papa Francisco, quién dijo no ser nadie para juzgar a los gays, o Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes juzgaron, acusaron y criticaron abiertamente a los homosexuales, además de cerrarles la entrada a la Iglesia Católica? Si los papas nunca se equivocan, aquí hay algo que no cuadra.
Por eso es refrescante escuchar que el actual papa se define como un “pecador”, y que en la inusual entrevista que concedió al director de la revista La Civilitá Católica reconoció haberse equivocado en ocasiones pasadas al imponer su punto de vista y no consultar a sus subordinados. Aprendiendo de sus errores, el actual pontífice reunió hace unos días a ocho cardenales en el Vaticano para discutir con ellos el futuro de la Iglesia. La primera conclusión es ésta: “Es el inicio de una Iglesia con una organización más horizontal”.
Francisco es el papa que no quiere ser papa. Por eso huyó del lujoso aposento papal, junto a la basílica de San Pedro, y se fue a vivir a la más sencilla residencia de Santa Marta, donde casi nunca está solo. Es un claro rompimiento con la tradición y el protocolo.
Otro, importante, es que no tiene miedo de hablar con la prensa. Acaba de dar una segunda entrevista al fundador del diario italiano La Repubblica y ahí critica a sus predecesores, cardenales y obispos. “Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados por sus cortesanos”, dijo. “La corte es la lepra del papado”. Luego habla del principal “defecto” de la Santa Sede: “Es vaticano-céntrica, cuida los intereses del Vaticano, se olvida del mundo que nos rodea.” ¿Así o más claro?
La actitud, tono, apertura y disposición a discutirlo todo es algo único del papado de Francisco. Ojalá no cambie; ojalá el poder no se le suba por la sotana a la cabeza. Pero, francamente, lo que le falta al papa Francisco es que tome decisiones muy concretas sobre los temas más dolorosos para la Iglesia. Eso no lo ha hecho.
Ha dicho que no quiere juzgar a los gays. Pero ningún homosexual puede servir abiertamente como sacerdote y la Iglesia rechaza los matrimonios gays. El papa Francisco dijo también que la “puerta está cerrada” para las ordenaciones de mujeres. Y lo peor de todo es que hasta el momento no ha querido enfrentar directamente la crisis creada por miles de sacerdotes pedófilos en todo el mundo -criminales, violadores de niños- que han gozado y gozan todavía de la protección de la Iglesia.
El anuncio de la canonización de Juan Pablo II el próximo 27 de abril es una terrible señal. ¿Cómo se va a elevar a la categoría de santo a un papa que protegió y encubrió a miles de sacerdotes que abusaron sexualmente de menores de edad? Es imposible creer que Juan Pablo II no sabía que su amigo y protegido Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, era responsable de imperdonables y múltiples crímenes sexuales. Hacer santo al protector de un depravado sexual habla muy mal del juicio del nuevo papa. Está claro que la inercia conservadora dentro de la jerarquía de la Iglesia católica aún pesa mucho frente a un papa que apenas está conociendo todos los recovecos y pasillos secretos dentro del Vaticano.
No soy creyente -alguna vez de niño lo fui- pero entiendo perfectamente la influencia y relevancia que tiene un sumo pontífice. Por eso estoy esperando que pronto fije su postura respecto a los casos de abuso sexual dentro de la Iglesia. El mensaje tiene que ser muy claro: estamos con las víctimas, no con los delincuentes en sotana. Eso significa entregar a la justicia a todos los sacerdotes pederastas, no ocultarlos ni protegerlos e imponer una nueva política de cero tolerancia.
El papa Francisco habla muy bonito, pero todavía ni siquiera ha dado luz verde al uso de condones. Muy pronto tendrá que dejar de consultar y empezar a actuar. Mientras tanto, me gusta su actitud incluyente y, sobre todo, ese refrescante mensaje de que él, a pesar del título, es igual a cualquiera de nosotros.
Un papa pecador -que admite que se equivoca, que no se impone, que quiere escuchar, que no quisiera ser papa- es lo mejor que le pudo pasar a la Iglesia católica.
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